“EL CARTERO SIEMPRE LLAMA DOS VECES”
“EL CARTERO SIEMPRE LLAMA DOS VECES”
El beso de la mujer fatal
“Cuando un hombre ama a una mujer, ella puede jugar con él como si fuera un tonto”, dice una vieja canción de Percy Sledge. Si esa mujer es Lana Turner, usa una malla de color blanco y está dispuesta a la seducción, este hombre está perdido, aunque sea tan recio como John Gardfield.
Foto: MGM
Juan Ignacio Novak
jnovak@ellitoral.com
“Se dice que Manuel Puig echó de su casa a un tipo que habló mal de Lana Turner”. La anécdota la recoge el filósofo y cinéfilo José Pablo Feinmann en su libro “Pasiones de celuloide”. Y es probable que en ese momento por la cabeza del afamado escritor haya pasado la imagen de la Turner vestida de blanco y mirada intrigante. Es que si hay algo imborrable en “El cartero siempre llama dos veces”, que se estrenó el 2 de mayo de 1946, hace hoy 70 años, es la presencia de la blonda actriz que, a la manera de una vampira, consume y destruye la vida de los hombres que se le cruzan.
Aunque no fue la primera adaptación de la novela homónima de James M. Cain, mérito que le corresponde a “Obsesión” de Luchino Visconti, la película dirigida por Tay Garnett es la primera adaptación oficial. Ambientada en Estados Unidos durante la Gran Depresión, cuenta cómo un hombre errante llamado Frank Chambers (John Garfield) comienza a trabajar en un bar, se enamora de Cora, la joven mujer del dueño y junto a ella urde un plan para asesinarlo. Un argumento que hoy parece manido, pero que está en la génesis misma del film noir. Está tan ligado a su ADN.
Lejos de ser un autor, al menos si se acepta como tal la definición que postularon los referentes de la nouvelle vague, el director de “El cartero siempre llama dos veces”, Tay Garnett dotó a su película de ese aura de fatalismo tan propio del género, a la vez que logró construir secuencias de especial gravitación, como aquella que muestra por primera vez a Cora en pantalla, o aquella otra en que los protagonistas retozan en la playa, como si trataran de exorcizar el destino trágico. Sin embargo, el mayor logro del film es la impresionante caracterización de Lana Turner, que sienta las características de la femme fatal del cine, definidas también y casi en paralelo por Barbara Stanwyck en “Pacto de sangre” (Billy Wilder, 1944) y Jane Greer en “Retorno al pasado” (Jacques Torneur, 1947). Aunque se muestra cínico y duro, James Gardfield, al igual que Robert Mitchum y Fred MacMurray, asiste con impotencia a su casi pretendida degradación moral. Sabe que no tiene que morder la manzana, pero acepta gustoso la condenación a cambio de probarla.
En efecto, Lana Turner nunca volvió a estar tan cautivadora. Entre sus posteriores interpretaciones figuran aquellas que desarrolló en “Cautivos del mal” (1952), de Vincente Minnelli, “Vidas borrascosas” (1957) de Mark Robson que le valió su única nominación al Oscar (que ganó Joanne Woodward por “Tres caras tiene Eva”) y la modélica “Imitación a la vida” (1959) de Douglas Sirk, arquetipo del melodrama hollywoodense. Pero ninguna de éstas contribuyó tanto para moldear su condición de ícono de un tiempo y espacio específicos del cine norteamericano como “El cartero...”.
En 1981 Bob Rafelson rodó una nueva adaptación de la novela de Cain. Contó con Jack Nicholson y Jessica Lange, introdujo un fuerte contenido erótico (basta recordar la secuencia de la cocina, con Lange sucia de harina y Nicholson desbocado) y trató de reforzar la arista sofocante de la historia. Logró un film muy efectivo apoyado en actuaciones memorables, pero que palidece ante el peso específico de su predecesora. La Turner, para el eterno regocijo de Puig, es insuperable.