Bicentenario de la Independencia Nacional (7)
Bicentenario de la Independencia Nacional (7)
¿Monarquía o República?
Salón de la Jura o Salón Histórico. Única habitación original que se conservó del edificio que albergara el Congreso de 1816. Desde el año posterior, allí se celebraba esporádicamente el aniversario de la jura. Desde 1874 se instituyó la costumbre anual de su celebración. Foto: Archivo
En los años siguientes a la Revolución de 1810, subsistió una cuestión de fondo: el sistema de gobierno por el que se optaría. En principio se seguía jurando por el rey Fernando VII; se especulaba con seducir a monarcas europeos de reemplazo para estos territorios (enviando, incluso, representantes a Europa para esas tratativas) y, a la vez, se realizaban discursos y se adoptaban prácticas de corte republicano y democrático. Ciertamente, años más tarde, Juan Bautista Alberdi señaló que “la Revolución de Mayo de 1810 no fue más republicana que monarquista. La primera Constitución que habló de República fue la unitaria de 1826”.
La inestabilidad en las formas de gobierno fue una nota característica del período 1810-1820. Las distintas instituciones que se fueron ensayando y el poco tiempo de duración de las mismas es una demostración de esto. Del Juntismo (Primera Junta y Junta Grande), se pasó a dos Triunviratos para concluir esta etapa que analizamos con la figura del Director Supremo.
Desde 1815, el proceso independentista americano estaba en una encrucijada. La derrota del proyecto napoleónico, la restauración del poder monárquico en España, junto con la indefinición por la que atravesaban las fuerzas militares patriotas en todo el continente, auguraban un futuro incierto. El Congreso de Tucumán adoptó un rumbo más conservador que la predecesora Asamblea del Año XIII, dado el contexto internacional que abandonó las ideas republicanas de la Revolución Francesa.
La ola reaccionaria europea desplazó del centro de la escena a los republicanos del antiguo morenismo y, a pesar de dar el paso decisivo de declarar la Independencia, la mayoría de las voces coincidieron en sostener proyectos monárquicos tanto en la “Argentina” rioplatense, como en Chile y Perú. Sabido es que ninguna de las provincias que conformaban el bloque artiguista, de fuerte tendencia republicana y federal, se encontraban presentes en dicho Congreso. Dentro de esas ausencias estaba Santa Fe.
Una vez declarada formalmente la independencia y en el seno mismo del Congreso pero con fuertes tendencias marcadas desde fuera de éste (San Martín y Belgrano), los debates posteriores giraron en torno de la forma de gobierno que debía adoptarse para el nuevo Estado y que pudieran salvar la revolución. Casi todos los congresales estaban de acuerdo en dos ideas centrales: orden y unidad en los aspectos políticos, militares e incluso geográficos. Las alternativas para conseguir ese orden y unidad corrían por dos vertientes: la forma republicana y federal, o la monárquica. La primera, apoyada mayoritariamente por las provincias del Interior, era vista por sus adversarios como “anárquica” y peligrosa para los principios básicos de unidad y orden. La segunda alternativa parecía la más viable.
En las Provincias Unidas, la situación de guerra con España, la necesidad de estabilidad interna, la coyuntura política europea y la urgencia por conseguir el reconocimiento de la Independencia convertían a la forma monárquica en la más conveniente. Una república basada en un modelo federal, representada casi únicamente por el diputado por Buenos Aires, Tomás de Anchorena, sería rechazada por las potencias de la época. Por eso, los proyectos presentados proponían una monarquía constitucional siguiendo el modelo inglés. Como se dijo, entre sus partidarios externos al Congreso, pero con fuerte incidencia, estaban el Dr. Manuel Belgrano y el General José de San Martín, quienes consideraban que ésa era la mejor opción para sostener la independencia y lograr el reconocimiento de los otros Estados.
Influencias monárquicas en el Congreso: San Martín y Belgrano
San Martín puede ser considerado el arquitecto de la Independencia, tuvo en su amigo y casi su “representante” al diputado por Mendoza Tomás Godoy Cruz. La simple lectura de la correspondencia mantenida entre ambos durante las sesiones del Congreso demuestra que el General “está en todo”. En palabras del mismo San Martín encontramos su antirrepublicanismo en pos de la instauración monárquica al decir “me muero cada vez que oigo hablar de federación, ¿no sería más conveniente trasplantar la Capital a otro punto, cortando por este medio las justas quejas de las provincias? ¡Pero, federación! ¡Y puede verificarse! Si un gobierno constituido y en un país ilustrado (Estados Unidos de Norteamérica), poblado, artista, agricultor y comerciante, se ha tocado en la última guerra entre los ingleses las dificultades de una federación, ¿qué será de nosotros que carecemos de esas ventajas?”; y en otra carta de 1819 insiste en que “una gran monarquía no será fácil de consolidar, una gran república, imposible”.
El caso de Manuel Belgrano tiene la notoriedad no sólo de ser partidario de una monarquía temperada o constitucional, sino que va más allá. En vías de ganar el apoyo indígena, propone como candidato al trono a un descendiente de los incas. Es más, señala que el candidato sería el hermano de Tupac Amaru, un octogenario que para entonces estaba preso en los calabozos de Cádiz. Esta propuesta la brinda en sesión secreta el 6 de julio, cuando retornaba de una misión como embajador de las Provincias Unidas ante el gobierno inglés. En palabras del mismo Dr. Belgrano queda clara su propuesta monárquica: “Así como el espíritu general de las naciones, en años anteriores, era republicanizarlo todo, en el día se trata de monarquizarlo todo. La nación inglesa (...) ha estimulado a las demás a seguir su ejemplo. La Francia lo ha adoptado. El rey de Prusia por sí mismo y estando en el pleno goce de su poder despótico, ha hecho una revolución en su reino sujetándose a bases constitucionales idénticas a las de la nación inglesa (...) En mi concepto, la forma de gobierno más conveniente para estas provincias sería la de una monarquía temperada, llamando a la dinastía de los incas por la justicia que en sí envuelve la restitución de esta casa, tan inicuamente despojada del trono, a cuya sola noticia estallará un entusiasmo general de los habitantes del interior”.
Fueron muchos los diputados que aceptaron esta propuesta, a la que agregaron la idea de que el Cuzco fuera la capital del nuevo Estado, lo que ayudaría a la pacificación interna del territorio y se evitaría una revolución más sangrienta. Un rey indígena respondía a los ideales revolucionarios integracionistas y reivindicatorios de las clases populares.
Entretanto, en Buenos Aires, la propuesta de Belgrano llegó a ser tomada casi irónicamente y, por medio de chistes gráficos, se decía: “Es la monarquía en ojotas” (P. Agrelo), “Este es un rey de patas sucias” (M. Dorrego) o “Yo seré el primero que salga a recibir al rey mi amo... con un fusil en la mano” (N. de Vedia).
Tomás de Anchorena: un astuto republicano
El diputado por Buenos Aires, Tomás de Anchorena, fue quien más duramente objetó cualquier posibilidad de gobierno monárquico en cualquiera de sus dos vertientes: la sanmartiniana europea y la belgraniana incaica. En sentido amplio era el representante bonaerense, mientras que aún más estricto, lo era de los intereses comerciales porteños y ellos se oponían a cualquier intento que pretendiera cambiar el centro geopolítico de las Provincias Unidas. Trasladar la capital implicaba desplazar a Buenos Aires de su carácter de capital, pero también ser la aduana de ultramar por excelencia. Ambas condiciones casi inseparables.
Para Anchorena “existía un antagonismo entre el genio, los hábitos y las costumbres de los habitantes de los llanos y los habitantes de las montañas, siendo los primeros más apegados a la forma monárquica, y los segundos los que más resistencia le oponían (por ello) no había más medio que adoptar el sistema de una federación de provincias”.
No obstante, los pueblos se oponen a cualquier solución monárquica. Con todo, las discusiones sobre la forma de gobierno impidieron la sanción de una Constitución, y desde 1817 el Congreso se trasladó a Buenos Aires, donde dos años más tarde el cuerpo representativo propondrá el texto de una Constitución centralista que será rechazada por los pueblos. Y como consecuencia, el Congreso se terminará disolviendo.
Por Prof. Mariano I. Medina