“MI GRAN CASAMIENTO GRIEGO 2”
“MI GRAN CASAMIENTO GRIEGO 2”
Retratos de familia
La fórmula se repite y funciona sólo a medias. John Corbett y Nia Vardalos se relajan en el formato interpretativo que contribuyó al éxito de la primera. Pero este “gran” casamiento carece del desparpajo de aquélla.
Foto: Gold Circle Films / HBO Films / Playtone
Juan Ignacio Novak
En 2002, una película independiente se plantó ante los tanques “El señor de los anillos: las dos torres”, “Pandillas de Nueva York” e “Identidad desconocida” y se convirtió en uno de los éxitos del año. Todo por contar la agridulce historia de una treintañera empleada en una agencia de viajes que vive una historia de amor tardía y de su (en exceso) patriarcal familia, cuyos integrantes la asfixian con el apego a las tradiciones griegas. Catorce años después, la guionista y actriz de aquella comedia titulada “Mi gran boda griega”, vuelve a cumplir los dos roles para contar qué fue de aquellos personajes.
El folclore griego sigue ahí, el avasallante clan también, pero no hay en “Mi gran boda griega 2” un ápice del agudo ingenio que había demostrado Vardalos en la década pasada. Aquí todo suena a hueco: por debajo de los equilibrados gags, algunos conseguidos, otros vulgares, no hay sustancia. Los conflictos que tratan de justificar este retorno a las peripecias de los Portokalos son exiguos y los personajes tomarán decisiones previsibles, desprovistas de sorpresa. Y el mensaje que trata de transmitir (“la familia siempre es la prioridad”), aunque válido, está algo enmohecido.
Otro casorio
Pasaron más de quince años desde el memorable día en que Toula Portokalos (Vardalos) logró vencer la resistencia familiar y casarse con el simpático y pintón, pero no griego, Ian Miller (John Corbett). Ahora la pareja, que no pasa por el mejor momento y ha perdido el deseo, tiene una hija de 17 años, Paris (Elena Kampouris) que mantiene con el clan Portokalos una relación de amor-odio, debido al control que mantienen sobre su vida. Una reminiscencia de lo que le ocurría a su madre. Paris se quiere ir a la universidad de Nueva York y a sus padres no les agrada mucho la idea de que se aleje de Chicago. “Qué va a ser de ti lejos de casa, nena, qué va a ser de ti”, diría Joan Manuel Serrat. Para colmo Kostas (Michael Constantine), en medio de una exploración de viejos documentos para determinar si Alejandro Magno fue su antepasado (sic), descubre que el sacerdote no le había puesto la firma a su certificado de casamiento, así que en rigor él y María (Lainie Kazan) no están casados, al menos bajo los férreos preceptos de la Iglesia ortodoxa griega. Decide casarse, y por supuesto la familia entera se sumará a la titánica (y tiránica) tarea.
Superficial
En algún momento, en el prólogo de “Mi gran boda griega 2” se adivina la intención de formular ciertas reflexiones sobre la crisis matrimonial de la mediana edad, el síndrome del “nido vacío”, la difícil aceptación de la inexorable degradación física. Pero pronto queda claro que no es la finalidad de los realizadores profundizar por ese lado. Más bien, se trata de exprimir al máximo todo aquello que en la primera entrega provocaba las carcajadas más sinceras. Así, todo se vuelve muy reiterativo, empalagoso y superficial. Los temas son interesantes, pero el tratamiento es vacuo.
Nia Vardalos y John Corbett tienen al menos la capacidad para reconstruir la conexión que habían logrado establecer hace catorce años, con buenos resultados. Pero el resto de los personajes quedan aprisionados en un flanco caricaturesco, algo que se acentúa especialmente en los personajes de Constantine y Kazan. Algunas secuencias divertidas (el viaje a la iglesia en patrulleros, el reencuentro de Kostas con el hermano que se quedó en Grecia) no logran sacar al film de su mediocridad.
regular
Mi gran boda griega 2