“MI PAPÁ ES UN GATO”
“MI PAPÁ ES UN GATO”
Ni con perros, ni con chicos
Muy a su pesar, el adinerado Kevin Spacey acepta comprarle un gato a su hija. No sabe que en poco tiempo, tras un extraño accidente, le tocará estar dentro de ese cuerpo.
Foto: Diamond Films
Juan Ignacio Novak
¿Quién hubiera podido prever, cuando Kevin Spacey se llevó el Oscar por “Belleza Americana” o cuando alzó el Globo de Oro por “House of Cards” que un día iba a doblar a un gato? Nadie, aún si tuviera a disposición nueve vidas gatunas. Sin embargo, “Mi papá es un gato” (título que remite a las comedias berretas que se hicieron alguna vez en la Argentina) no sólo tiene a Spacey en esos menesteres, sino que también ¿se nutre? del talento de Christopher Walken (otro actor prestigioso y evidentemente multifacético) y de la madura belleza de Jennifer Garner.
La trama es poco original. El protagonista es un millonario egocéntrico, temerario y enfocado en sus logros personales. Quiere que su compañía construya el edificio más alto del Hemisferio Norte y no piensa permitir que pequeñeces como pasar tiempo con su familia lo desvíen de su objetivo. Odia muchas cosas, pero en especial a los gatos, de modo que no le cae simpático cuando su hija le pide uno para su cumpleaños número once (al que, dicho sea de paso, no piensa asistir). Sin embargo, cede y adquiere un felino en un negocio conducido por un extravagante vendedor que, sin rodeos, lo conmina a recuperar la relación con sus seres queridos si no quiere exponerse a trágicas consecuencias. Buen consejo, porque cuando Brand vuelve a su casa sufre un (inverosímil) accidente que lo deja en coma, con su alma atrapada en la flamante mascota. De modo que el poderoso hombre de negocios, bajo su nueva fisonomía, debe recobrar el amor familiar y desbaratar al mismo tiempo una conjura para que su firma sea vendida al mejor postor. Todo un desafío para un gatito, por más tenaz que sea.
No entretiene
Lo primero que se debe señalar es que la película no logra conectar con el público infantil. Es cierto que hay gags divertidos cuando Brand devenido en Michu (ése es el nombre del gato en la versión en castellano, más prosaico que el Mr. Fuzzypants original) quiere llamar la atención de esposa e hija. Pero se pone mucho énfasis en las intrigas empresariales, algo que no termina de cuajar con el tono ligero que se le quiere dar a la historia. A la vez, como comedia para adolescentes o adultos tampoco funciona. La sensación es que los realizadores no tenían clara la identidad que querían imprimir al producto. Eso se percibe en la rapidez con que se desprenden de la historia, tras el poco logrado clímax.
Barry Sonnenfeld rodó en los noventa algunas películas interesantes en formato de comedias para el consumo familiar. Ejemplos: “Los locos Addams”, “Por amor o por dinero”, “El nombre del juego” y “Hombres de negro”, convincente mixtura de comedia, ciencia ficción y buddy movie. Sin embargo, “Mi papá es un gato” debe sumarse a su lista menos estimable, en la que figura “Wild Wild West”, que también se dedicaba a despilfarrar el talento de Will Smith, Kevin Kline, Kenneth Branagh y Salma Hayek en un producto disparatado y carente de atractivo.
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“Mi papá es un gato”