El viernes, en la explanada de la UNL

Crear un mundo desde cero

“Virtmia”, el espectáculo creado por Proyecto Emergente abrirá la Bienal de Arte Joven de la UNL. Aquí, el director y dramaturgo Nicolás Frontuto cuenta los pormenores de su mayor apuesta.

Crear un mundo desde cero

El grupo en pleno, con Frontuto al centro, inmerso en su universo estético (abajo los protagonistas, Lucila Gunno e Ignacio Brasesco). Foto: Gentileza producción

 

Ignacio Andrés Amarillo

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El viernes, a partir de las 21, la Bienal de Arte Joven convoca a la apertura de su 12ª edición. Y lo hará con “Virtmia”, montaje multilenguaje del grupo Proyecto Emigrante, liderado por Nicolás Frontuto, que en diálogo con El Litoral relató los pormenores de la propuesta.

Desarrollo

—¿Cómo llegó la convocatoria?

—Desde la Universidad, la dirección del Foro Cultural, con Marilyn García. Anteriormente, se había hecho un concurso para la Comedia Universitaria: les había gustado mucho esa propuesta (terminó siendo otra). Se exponían los vértices que íbamos a trabajar: el videomapping, teatro y música en vivo. Nuestras puestas siempre fueron así: una parte de cine, una obra de teatro atravesada con una banda sonora. Para nosotros es muy importante, creemos que es el evento del año. Crecí en la Bienal, como un espacio para el estudiante, he participado con alguna banda de rock que tuve, y después con otro tipo de fusiones hasta que en 2014 ganamos Escénicas con el segundo trabajo de Proyecto Emigrante, “Paradoja”.

—Que fue el espectáculo más resonante hasta ahora.

—Sí, el año si bien fue interesante, fueron pocas funciones. Con “Paradoja”, ganamos otros premios como el de la Provincia para coproducciones, tuvo buena crítica, temporadas (Marechal, Foro, Foyer del CCP), la verdad es que estuvo intenso.

—Pasaste de ser participante de la Bienal a artista convocado.

—Sí, y la responsabilidad que implica. Porque las aperturas de Bienal por lo general estuvieron interesantes, de gente reconocida de la ciudad, eso está bueno. Apoyo a todos los grupos independientes, a todo lo que surja de la ciudad: el hecho de que cierre Parteplaneta es importante, como pasó con Sig Ragga y Astro Bonzo. Me parece que ya es un lugar propio de todos y no de ahí.

—Andamio Contiguo hizo “Orwelliana”, y ya trabajaban al igual que ustedes el multilenguaje en sus puestas previas.

—Sí, al final iba a ser una propuesta con intervenciones, después cambió, cuando apareció más lo teatral, y se llegó a un relato súper interesante, porque el mapping es muy potente. Trabajamos con una megainstalación, que es propia del relato. Es un inventor que presenta su máquina, que genera un ecosistema virtual.

La estructura tiene seis metros de alto, basada en andamios, con una media esfera gigante montada con patas. A su vez, hay un cajón de donde el personaje saca sus elementos (tierra, agua) que da inicio a lo que contiene la máquina. Es una habitación algo gótica, que cubre casi toda la fachada. Tiene una asistente, que es una muñeca de madera a la que le da vida...

—Una Coppelia.

—Claro, y lo ayuda a que funcione la máquina, que en un determinado momento falla. Hay animación que hicimos con Claudia Ruiz y Marcos Martínez. La estética es futurista, con mucho de ciencia ficción y fantasía. Empezamos con una dimensión paralela donde se controlaba el tiempo, algo que traíamos desde “Paradoja”. También vimos películas como “Transcendence”, con la nanotecnología.

Nuevos lenguajes

—¿Cómo se escribe un espectáculo así?

—El primer desafío fue “no texto”, contar con imágenes. Es una obra corta, de 17 minutos, difícil generar un relato que se entienda. Tomamos como base disparadora la música, que es composición propia, junto con Esteban Mannarino; y a partir de eso se generó la estructura dramática. Íbamos a los ensayos separados (hasta que hicimos el ensamble en el Marconetti); maquetábamos la música en el estudio, probábamos con los actores, si no funcionaba regrabábamos.

Hasta que quedó; en un mes. ¿La música tiene que ser cantada o no? Si es cantada tiene que ser en un idioma inventado, porque ya estás generando otro código: los personajes no hablan, son muy para adentro; hay algo de expresionismo también. Y hay teatro en altura: está Lucila Gunno, “la Negra”, que es una genia, integrante de Voalá. Es un montaje costoso desde lo económico, y de tiempo, de ensayos.

—¿Y el mapping?

—Lo hicimos con Pao Ibañez, conocida como Ceibo Bloom. Ella re predispuesta (casi todos tienen familia, así que teníamos que generar algo rápido). El mapping tiene que ser con una técnica que no es la de edición de video: si bien trabajamos en After Effects, también con Arena, programas específicos; y a su vez está en sincro con actores y músicos.

La técnica que usa desde el VJ es con imágenes tomadas de otros lados: del universo, de Marte, otras texturas. No hay naves espaciales, sí los elementos de agua y tierra para construir un ecosistema. Eso lo llevamos a la paleta de colores: hay ocres, naranjas, violetas. Está en las luces, el vestuario, la imagen y la música.

Si un actor se tropieza se terminó el relato: ése es el desafío, generar armonía entre todas las artes, junto con esto de “teatralidad tecnológica”, concepto que no inventamos nosotros (risas). Por ahí, es difícil para la concepción teatral que tiene Santa Fe entrar con esto; salvo Andamio Contiguo, genias las chicas.

—Que lo tenían como una de las líneas de trabajo, ustedes lo tienen como principal.

—Estoy en contacto con todos los grandes maestros de acá: Sergio Abbate, Edgardo Dib, Raúl Kreig, Rubén von der Thüsen. De todos ellos, hemos aprendido: si bien ellos no trabajan el multilenguaje, sí le dan solidez a sus textos, a sus relatos, que es lo más interesante. Ésa es la preocupación que teníamos nosotros, especialmente en este caso. Porque podés hacer tu obra, flashear la tuya, andá a saber cuántos te van a ver. Pero ahora va a ir mucha gente, varios que no son del palo, y queremos eso. Porque no somos un grupo de teatro, hoy nos definimos como un grupo de montaje escénico audiovisual.

Impacto y compromiso

—El desafío es tener que hablarle a un público que no es el que va a la sala (bueno, capaz que el que va al teatro tampoco consume tanto lo de ustedes).

—(Risas). Totalmente de acuerdo. Apuntamos a un público joven, por eso está bueno que nos hayan convocado: ese es el grupo al que apuntamos. Por la estética, porque es un show de impacto; no es que hay papelitos de colores, siempre cuidando lo que hacemos.

—No es ShowMatch.

—Claro. Cuidando el mensaje de lo que hacemos, ver cuánto de impacto podemos generar. Lo bueno es que vamos a trabajar con empresas importantes, de sonido y de proyecciones e iluminación. En cuanto a la técnica, va a estar Franco Bertoldi, iluminador de Astro Bonzo: es un crack para la edad que tiene y cómo piensa los shows. Va a estar Fabián Molinengo en la ingeniería de sonido, es “el” ingeniero, de Midachi a Sig Ragga, shows grandes. En producción de escenario va a estar Oscar Heit, técnico de La 3068, junto con Ariel Eier Pic, técnico de planta del Centro Cultural. El maquillaje y FX son de Paula Arcucci y Mariana Gerosa, el diseño de instalación de Adrián Escandell y el vestuario de Sofía Roselli.

Gente de acá que no se come ninguna, todos tirando para adelante, sabiendo cuál es la propuesta, ayudándonos. Y los once somos técnicos, si bien cinco estamos en escena: Ceibo, Lucila, Ignacio Brasesco (el personaje principal), que trabaja con nosotros hace cuatro años, Esteban Mannarino y yo, que vamos a estar más tocando que actuando.