Crónicas de la historia
Crónicas de la historia
Shimon Peres
Shimon Peres durante una visita a Nueva York el 25 de septiembre de 2008.
foto: dpa
por Rogelio Alaniz
Shimon Peres murió en su amado Israel a los noventa y tres años, una larga vida dedicada con intensidad y plenitud a la política en un tiempo en que esa palabra significaba ideales de construcción, vocación de poder, espíritu pionero, e identificación con los valores de la modernidad, sobre todo aquellos vinculados a la inteligencia, el conocimiento y la educación. Peres se despidió de este mundo rodeado del afecto, la admiración y el respeto de sus paisanos y de todos quienes aprendieron a valorar su vocación política, su temple progresista y su coraje civil.
Había nacido en Polonia en 1923 y con apenas once años se trasladó con algunos de sus familiares a Tel Aviv, una decisión que lo salvó de morir en los campos de exterminio levantados por los nazis, destino que lamentablemente sufrieron muchos de sus familiares, una tragedia que nunca olvidó y cada vez que se presentaba la oportunidad, la recordaba con un modesto testimonio para que las sucesivas generaciones nunca olviden.
Su apellido fue Perski, Shimon Perski, que luego en Israel se tradujo a Peres. Los Perski de todas maneras no desaparecieron de la historia, como lo prueba el caso de su prima hermana Betty Joan Perski, una hermosa mujer de la que estuvieron enamorados muchísimos hombres, entre los que se puede mencionar al pasar a Humphrey Bogart, con quien se casó y tuvo hijos, una mujer a la que los cinéfilos y público en general conocimos con el nombre de Lauren Bacall y aprendimos a quererla -Bogart incluido- en esa película dirigida por Howard Hawks con guión del gran William Faulkner traducida con el título de “Tener y no tener”.
Las preocupaciones de Simon no fueron el cine sino la política, en un tiempo y en un territorio en que la política se confundía con la gesta y la gesta se libraba comprometiendo la vida. Fue uno de los pioneros fundadores de esa extraordinaria experiencia del mundo moderno que significó la creación de Israel. Con algo más de veinte años participó en la denominada guerra de la Independencia y se transformó en algo así como la mano derecha de ese hombre extraordinario que fue David Ben Gurión, el mismo que alguna vez dirá para referirse a Peres: “Siempre lo respeté y lo tuve en cuenta, porque nunca pedía nada para él y no calumniaba a nadie”.
Identificado con el Partido Laborista desde sus inicios, Peres fue un socialdemócrata en clave judía hasta el fin, coherencia política que no excluyó disidencias, duros enfrentamientos políticos y refriegas de todo tipo en un país y en un partido donde nunca se deja de discutir. Testigo y participante de cada uno de los experimentos sociales y políticos de ese formidable laboratorio de experiencias que fue y de alguna manera sigue siendo Israel, por talento, empecinamiento y vocación siempre se las ingenió para estar durante más de medio siglo en la cresta de la ola.
En su prolongada vida pública, Peres ocupó las máximas responsabilidades de gobierno. Fue ministro de Defensa, de Relaciones Exteriores, primer ministro y coronó su larga, complicada e intensa vida pública como presidente de Israel, el momento en el que toda la nación reconoció su valía, sus virtudes e incluso suavizó sus errores, porque en definitiva, hasta sus equivocaciones, que no fueron pocas, todos admitieron que siempre estuvieron inspiradas en su pasión por Israel, por hacer posible lo que él mismo consideró como uno de los acontecimientos más extraordinarios de la historia.
“Lo que hicimos superó todos nuestros sueños”, dijo ya en los últimos tramos de su vida. Este hombre fue tal vez el último testigo de esta gesta y por lo tanto estaba capacitado para evaluar con sus luces y sombras el itinerario de la creación y desarrollo del Estado de Israel. Fue en primer lugar un protagonista destacado, pero también un lúcido testigo de la historia de su Nación. Como suele decirse en estos casos, estuvo en todas, al punto que la historia de Israel no podría escribirse sin su presencia siempre polémica, siempre controvertida, pero siempre vital y creativa.
Tal vez su bautismo como estadista, es decir como un político cuyas miras apuntaban siempre a objetivos estratégicos, se dio en la guerra de 1956 y la crisis del canal de Suez. Es allí donde despliega sus conocimientos y habilidades para proveer a Israel de los insumos estratégicos para su defensa en términos del desarrollo de la industria militar.
Peres, socialista, pionero, formado en los valores humanistas de Occidente, fue uno de los primeros en entender que el sino trágico de Israel será durante muchos años la guerra. Una realidad con la que habrá que convivir sin renunciar nunca a los objetivos de la paz, pero sin pecar de ingenuo en un mundo impiadoso y sobre todo ante enemigos cuyo objetivo jurado es la destrucción no de un gobierno o una gestión, sino del mismo Estado.
Halcón entre las palomas y paloma entre los halcones, Peres siempre se desenvolvió entre estas paradojas y contradicciones. Y lo hizo con talento, con lucidez, pero también -como no podía ser de otra manera- equivocándose, errores cometidos muchas veces por su empeño en no renunciar a objetivos socialmente justos y humanistas, cuando todo a su alrededor olía a guerra, traición y muerte.
Siempre defendió la existencia de Israel, pero fue el primero en proponer la consigna “Paz por tierras”, porque advirtió que la riqueza de las naciones no son sus territorios sino su inteligencia, su educación y sus conocimientos científicos. Quienes lo conocieron ponderan su locuacidad, su exquisita formación cultural y su sentido del humor. Hasta su último día se sintió un judío laborista y askenazi. Sin exageraciones puede decirse que con él se va uno de los destacados testigos de esa filiación cultural e histórica cuyos principales exponentes fueron los fundadores de Israel.
Fue un askenazi culto y abierto a los vientos del mundo, no un “sabra”, como lo fue su rival en tantas refriegas políticas, ese otro personaje talentoso y contradictorio, Isaac Rabin. Si Israel fue su pasión, la política fue su vocación excluyente. Para bien y para mal estuvo en todas y en todas ganó amigos y enemigos. Ocupó los máximos cargos públicos de su país pero nunca ganó una elección. Durante veinte años dirigió a su partido -entre 1977 y 1996- y para más de un observador fue algo así como el mariscal de la derrota. Rabin no vaciló en calificarlo como el gran embaucador y cuando con Ariel Sharon fundó el Kadima, las críticas más impiadosas llovieron sobre él.
Nunca renunció a ensuciarse las manos en el fango de la política, como nunca se desentendió de sus actos. Creyó en la paz, pero no ignoraba la calaña de algunos de sus rivales. No obstante ello pensó en soluciones para Oriente Medio, soluciones en las que judíos y árabes pudieran convivir pacíficamente en nombre de ideales comunes, en el marco de una región desarrollada y con posibilidades de darle una excelente calidad de vida a todos. Esas esperanzas o sueños los formalizó en su libro “Un nuevo Oriente Medio”. Por ello recibió críticas de todo tipo, muchas injustas, pero otras certeras. Con el paso de los años, hasta sus rivales más duros admitieron que no se podían desconocer su pasión y sus obsesiones por proponer salidas en escenarios donde todo alentaba el pesimismo y la desesperanza.
Creyó sinceramente en los acuerdos de Oslo y fue un animador consecuente hasta en el error de esos acuerdos por lo que le otorgaron, junto con Arafat y Rabin, el Premio Nobel de la Paz. Fue un político de raza hasta el último día y como a todo político de raza, recién al fin del camino le reconocieron su valor. Todo Israel sintió su muerte y multitudes lo acompañaron hasta su último descanso. Sus rivales políticos más duros, hablaron del orgullo que representaba para cada uno de ellos la presencia histórica de este honorable judío, del hombre que alguna vez escribió las palabras que mejor lo definen. Dijo entonces: “La mayor contribución de los judíos a la historia es la insatisfacción. Somos una nación nacida para estar insatisfecha. Todo lo que existe creemos que puede cambiar para mejor”. Preciso, impecable y lúcido. No conozco mejores palabras para defender la causa de Occidente acechada por las más diversas barbaries.
Halcón entre las palomas y paloma entre los halcones, Peres siempre se desenvolvió entre estas paradojas y contradicciones. Y lo hizo con talento, con lucidez, pero también equivocándose.
Fue el primero en proponer la consigna “Paz por tierras”, porque advirtió que la riqueza de las naciones no son sus territorios sino su inteligencia, su educación y sus conocimientos científicos.