La mirada de una artista santafesina sobre el gran escultor
La mirada de una artista santafesina sobre el gran escultor
Auguste Rodin: vivirlo para entenderlo
El Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires homenajea con una muestra al artista francés, a cien años de su muerte. Piezas maestras de la propia colección patrimonial del Museo ponen de relieve la fuerte presencia de su producción escultórica en nuestro país.
El Beso (c. 1887). Yeso 178 x 111 x 120 cm. Donación de Auguste Rodin al MNBA en 1907.
(*) Lic. Carla Marty
carlamarty@gmail.com
La acertada curaduría realizada por el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) de Buenos Aires sobre la obra de Auguste Rodin (Francia, 1840-1917), gira por un lado en torno al aporte que el escultor francés realizó con la irrupción de su estilo en la modernidad y, por el otro, sobre el fuerte lazo que mantuvo con nuestro país. Se trata de la exhibición de un conjunto de esculturas y dibujos del artista propias la colección del Museo, y que podrá visitarse hasta el 29 de abril. La entrada es abierta y gratuita.
Dos obras clave, “La Tierra y la Luna” y “El beso”, trazan el punto de partida de un recorrido que no sólo evidencia la revolución de las formas impulsadas por Rodin, sino también la apuesta por una estética moderna de aquellos promotores culturales de una joven Argentina.
Las obras de Rodin son en sí mismas una invitación a reflexionar: las aquí expuestas, junto a aquéllas que marcan con su presencia el espacio público de la Ciudad de Buenos Aires “El Pensador”, “El Sarmiento”, constituyen un punto de referencia para el arte nacional, que ha tenido en el diálogo con el modelo francés una de sus fases históricas más importantes.
Es que la Argentina goza de ser uno de los países que posee una de las más ricas colecciones de piezas del artista, en particular por su antigüedad y por el vínculo directo que mantuvo -y mantiene- con el escultor, ya a un siglo de su muerte.
La Tierra y la Luna (c.1898). Mármol de 133 x 97 x 87 cm. Adquirida por Eduardo Schiaffino para el MNBA en 1906.
El clima de época
Hacia el Centenario de la República, Buenos Aires se proyectaba como una de las urbes con mayor crecimiento de Latinoamérica y su proyecto político-urbanístico intentaba emular las tendencias parisinas. En ese contexto, el escultor consagrado en 1902 en el Gran Salón de París se convirtió en el artista predilecto de intelectuales como Miguel Cané; escultores como Rogelio de Yrurtia; coleccionistas como Antonio y Mercedes Santamaría y políticos argentinos como Marcó del Pont, quien fue el encargado de las tratativas para que el artista realizara el Monumento a Sarmiento.
La llegada de su obra al país marcó a una generación de jóvenes escultores argentinos inspirados en esta nueva estética: las obras realizadas entre 1904 y 1920 por Arturo Dresco, Alberto Lagos, Rogelio Yrurtia y Pedro Zonza Briano dan cuenta de este hecho. Una atenta mirada de la escultura monumental de Rogelio Yrurtia, “Canto al Trabajo” -fundida en bronce, emplazada en la Plazoleta Olazábal, Av. Colón al 800 de Buenos Aires-, es un claro ejemplo de la influencia del escultor francés.
A esta altura de la historia, ya no se puede dudar de que Auguste Rodin fue el padre de la modernidad escultórica. El obsesivo e incansable trabajo en su taller de París lo llevó a trabajar la materia hasta nuevos extremos, a doblegarla, hasta que ésta “gritara”. El gran giro que Rodin presenta frente al academicismo escultórico de la época es el salto de la copia meramente fisonómica a una reinterpretación de la misma bajo la metáfora del temperamento, del carácter del personaje.
En las obras de la colección del MNBA, el busto de Honoré de Balzac es una referencia precisa de ello. La ruptura con el canon de belleza estética clásica le ganó una opinión negativa por parte de la crítica en sus primeros años; sin embargo, la potencia y autenticidad de su obra enamoró al público y cambió para siempre el curso de la escultura moderna.
Cabeza Monumental de Balzac (c.1894). Bronce de 49 x 46 x 42 cm. Donación de Mercedes Santamaría al MNBA 1960.
Como bien lo señala el guión curatorial del MNBA: “Bajo toda actitud de ruptura, subyace siempre la profunda comprensión del cambio de espíritu de una época. La obra de Rodin se convierte en bisagra entre el siglo XIX y el XX, desafiando las normas del equilibrio y la armonía que regían en el academicismo clásico imperante, planteando nuevas salidas para la escultura, como el uso de puntos de vista múltiples, el modelado de anatomías imposibles y la exaltación de la materia, dejando visibles texturas y habilitando la sensación de inacabado”. Todo esto era algo insólito hasta el momento.
El Beso
“El Beso”, una de sus obras emblemáticas, fue un obsequio de gratitud que el mismo artista realiza al Museo Nacional y a nuestro país por los encargos de obras como la “Tierra y la Luna” y la réplica de “El Pensador”, pero también por la prolongada relación que mantuvo con escultores y promotores de la cultura argentina a través de los años. Buenos Aires terminó abrazando su gesto de ruptura con el pasado. Lo particular de “El Beso” es que muchos teóricos y críticos han vinculado esta obra con su tórrida relación amorosa con Camille Claudel. Sin embargo -y aquí entra en juego el valor histórico de la colección que tenemos en el país-, el primer boceto de esta obra es de 1882, boceto donado al MNBA, realizado un año antes de conocer a Camille e inspirado en la historia de Paolo y Francesca, narrada por Dante en el Infierno de la Divina Comedia.
Éste sería parte del proyecto “La Porte de L’Enfer” (“La Puerta del Infierno”), un encargo del Estado francés para el futuro Museo de Artes Decorativas de París. El trabajo sobre esta obra le ocuparía hasta el final de su vida -sin llegar a entregarla ni a fundirla en bronce-, pero para la que Rodin elabora un estudio que originó la creación del amplio espectro de sus obras más famosas, entre ellas “El Beso” y “El Pensador”, entre 1881 y 1882.
La obra de Rodin grita la pasión y obsesión del artista, que no es otra cosa que la vivencia y la entrega a la experiencia creativa por sobre cualquier pasión terrenal. Una vida entera entregada al acto creativo, dónde sólo hay que vivirlo y dejarse llevar para entenderlo.
(*) Carla Marty es Licenciada en Filosofía, artista visual de la ciudad de Santa Fe y especialista en Patrimonio.