llegan cartas
Nuestra amiga, Ana Frank
DANIEL SILBER
La historia de Ana Frank representa como pocas la crueldad y maldad del régimen nazi. Si no hubiera sido perseguida y asesinada por ellos, el 12 de junio pasado, Ana hubiera cumplido 89 años. No lo pudo hacer porque la intolerancia, el fanatismo, el odio de las hordas fascistas se lo impidieron por el solo hecho de ser judía.
Más de un millón y medio de chicas y chicos menores de 15 años corrieron esa (mala) suerte durante la Segunda Guerra Mundial, a los que se sumaron otros centenares de miles de chicos gitanos, discapacitados, Testigos de Jehová, eslavos que fueron conducidos a la muerte por el solo hecho de ser, sin ningún otro justificativo.
Ana Frank es mucho más que un símbolo. Sus escritos nos acercan a su historia y a la de cientos de miles de otros chicos para conocer con mayor profundidad de análisis esos momentos históricos tan aberrantes e inimaginables, para que no permitamos que vuelvan a ocurrir. Su ejemplo conmueve e inspira a luchar, en todo tiempo y lugar, por la vigencia irrestricta de los derechos humanos y en contra de cualquier tipo de discriminación.
Parecía que cuando el viento derribó el castaño que Ana observaba desde su escondite de Amsterdam durante la ocupación nazi de Holanda, se caía una alegoría. El árbol tenía 150 años, y desde el final de la Segunda Guerra Mundial encarnaba las ansias de libertad y justicia talladas por Ana en sus escritos. Atacado por los hongos y librado de la tala en 2008 tras una campaña internacional de apoyo, el temporal sólo dejó algo más de un metro del tronco en pie. Sin embargo, quedan, repartidos por el mundo, otros árboles plantados con castañas del original, quedan otros retoños que siguen dando sombra a los paseantes, cobijo a los pájaros que anidan en sus ramas, ricas castañas para ser saboreadas. “Nuestro castaño está todo en flor, lleno de hojas y mucho más bonito que el año pasado”, escribió la dulce Ana.
Y quedan otros miles de árboles que fueron plantados con el mismo sentido. Queda la vida multiplicada en los millones de lectores del “Diario”, que se inquietaron con sus palabras y están dispuestos a terminar con la xenofobia, el racismo, la discriminación, la segregación, el sexismo y demás indignidades que mancillan e insultan nuestra condición humana. La dignidad implica una participación colectiva de todos, valor posible con el funcionamiento de sociedades democráticas. Frente a la indiferencia, asumimos el compromiso.
Nos acongoja que en el presente haya chicos que padezcan los mismos temores y angustias por los que pasó Ana durante la guerra, como los chicos kurdos, palestinos, sirios o africanos. Nos abruma que haya chicos con hambre, que no vayan a la escuela, pasen frío en las calles, que se droguen, que los usen como “soldaditos”, que los abandones o que se hagan adultos antes de tiempo. Sufrimos cuando conocemos las trágicas historias de chicos como Franca Jarach, Floreal Avellaneda o Danilo Nadalutti, asesinados durante la dictadura cívico militar que vivió nuestra Patria.
No nos doblegamos de impotencia; ante el inmenso dolor, reunimos fuerzas y desde el humanismo mas puro batallamos para construir sociedad donde el respeto a las diferencias y la convivencia entre distintos sea la viga maestra y sostén de las mismas; trabajamos por un mundo de paz y dignidad para todos y cada uno.
Abramos una puerta de acceso a la Historia y conozcamos a nuestra nueva amiga, Ana Frank, víctima de algo tan terrible y doloroso como fueron los crímenes cometidos por los nazis, algo que atañe a toda la humanidad para que no sucedan nunca más.
(*) Directivo de la Asociación Cultural Israelita Argentina I.L. Peretz