Luciano Andreychuk
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Twitter: @landreychuk
La Reforma Universitaria de 1918 dio inicio a un cambio radical de la educación superior. Una experta analiza el discurrir histórico de la universidad argentina. “La deuda pendiente es una nueva ley”, dice.
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Tuvo la épica de toda revolución: el 15 de junio de 1918, un grupo de estudiantes tomó la Universidad de Córdoba, tras una larga lucha, y vulneraron una votación que había sido “manipulada” por sectores del poder clerical. Esa rebelión marcó una ruptura con el elitismo dominante de la época, y el nacimiento de la universidad autónoma y democrática.
Hoy se conmemoran 98 años de aquel hito, cuyos postulados fueron la autonomía universitaria y la gratuidad de la educación superior; el cogobierno entre rectorados y facultades; la elección mediante votación de cuerpos académicos y estudiantiles; la selección de profesores mediante concursos abiertos de oposición y la libertad de cátedra, entre otros.
Pero desde aquella gesta a la actualidad, ¿cómo repensar y recontextualizar en el hoy la vigencia de aquellos postulados? ¿Y qué deudas pendientes quedan para con la educación universitaria?
El péndulo de la historia
“La Reforma no se reduce exclusivamente a ese año (1918), ni a la Universidad de Córdoba. Porque fue un episodio que puso en descubierto un espíritu de reformismo mucho más generalizado de época, y que tendrá impactos muy fuertes en Santa Fe”, explica a El Litoral la historiadora Natacha Bacolla, docente de la Fhuc (UNL) y de la Facultad de Ciencia Política de la Universidad Nacional de Rosario (UNR).
Los postulados de ese episodio irán tomando distintos significados desde el ‘18 a la actualidad, atados al movimiento siempre pendular de la historia política. Primero, en 1918 la gran demanda era renovar el cuerpo de profesores, y que tuvieran una legitimidad vinculada al saber académico, cosa que no ocurría.
Cuerpos docentes
“Es que las universidades no estaban en manos de los profesores sino de las academias vitalicias, integradas en parte por cuerpos clericales o gente que provenía de las elites económicas. Entonces, la bandera de la Reforma fue la renovación de los cuerpos docentes y la libertad de cátedra”, define Bacolla.
En los años ‘30 llegaron las conformaciones de los institutos de investigación. Ya se había empezado a pensar la universidad como espacio también ligado a la ciencia. Además de esto, se empezó a repensar el rol de la universidad respecto de la sociedad, es decir, el extensionismo.
La bandera de la gratuidad se consolidará recién con el peronismo, “pues dejarán de existir matrículas pagas para exámenes”, afirma Bacolla. Esto traerá la masificación de la matrícula universitaria.
“Pero el peronismo pondrá también a la universidad en una situación ambigua, porque se reincorporarán ciertos sectores clericales. La relación de la universidad con el peronismo fue complicada”, agrega.
Época de oro
La década del ‘60 será el momento de oro de la universidad argentina, porque como institución estuvo vinculada a un proyecto político: el desarrollismo. “Aquí la tradición reformista será rescatada fuertemente en el extensionismo. Se hará mucho hincapié entre la universidad y su misión social, la ciencia y la difusión de movimientos culturales, en el marco de un proyecto de país”.
La especialista recuerda que en 1958 se crea el Conicet y luego el Instituto de Cine. “Las banderas del reformismo aquí anclarán fuerte en un proyecto de país vinculado al desarrollismo. Pero la otra faceta fue la radicalización política hacia adentro de la universidad, que trajo sus consecuencias”.
Dictadura y democracia
Con la dictadura de 1976, la universidad argentina se retrae. “Era imposible el desarrollo de una enseñanza con libertad de cátedra y cogobierno. El legado del reformismo en el sentido de su vinculación con la sociedad y la libertad de cátedra fue obstruido. Quedó en evidencia una convivencia imposible entre dictadura y universidad”.
Ya con el retorno de la democracia, en 1983, se vivió un momento muy dinámico: se fueron reincorporando cuerpos docentes y hubo una reconstrucción del movimiento sindical y estudiantil. “Fue un momento de renovación: muchos profesores e investigadores vuelven del exilio, y se recompone el centro de la tradición reformista: la autonomía universitaria”, dijo la experta.
“El reformismo no se reduce a un momento histórico. Debe pensarse como toda una tradición, como el mejor legado para definir los postulados de la democracia”, afirma Bacolla.
En los años ‘90 hubo un momento crítico: “Se tuvo que preservar a la universidad de una visión utilitarista de la educación que instauró el menemismo. Adquirió fuerza la idea de ligar la universidad a las normas del mercado, en una suerte de mercantilización de la educación”, recuerda.
En los últimos 12 años “hubo un proceso de politización y tensiones en el ámbito universitario”.
Y con actual gobierno, “se ha vuelto a poner en primer plano aquel debate de los ‘90. Se alzan banderas que dicen que se ha vuelto a las políticas neoliberales de aquella década. Y creo que no tiene sentido discutir desde ese lugar un proyecto de Universidad para el siglo XXI, pues son dos contextos históricos diferentes”, concluye Bacolla.
La deuda pendiente hacia el Centenario
Para la historiadora, la gran deuda que aún se le debe a la tradición reformista es una nueva Ley de Educación Superior. “La actual es de mediados de los ’90 y es anacrónica. Se debería discutir una nueva norma, pero considerando todos los cambios que han ocurrido a la sociedad y la cultura argentina el último tiempo”.