Por Estanislao Giménez Corte [email protected]
Por Estanislao Giménez Corte [email protected]
Guillermo Martínez es autor de “Infierno grande” y “Una felicidad repulsiva” (cuentos); “Acerca de Roderer”, “La mujer del maestro”, “Crímenes imperceptibles”, “La muerte lenta de Luciana B.” y “Yo también tuve una novia bisexual” (novelas), y “Borges y la matemática”, “La fórmula de la inmortalidad” y “Gödel” (para todos) -este último en colaboración con Gustavo Piñeiro-, además del reciente “La razón literaria” (ensayos), que presentó en Santa Fe, en el marco del ciclo “Otoño Planeta”. El Litoral lo consultó a propósito de su trabajo, gustos e influencias. —¿Cuál es tu primer recuerdo de la belleza en el arte (o del arte)?; ¿en qué momento y circunstancias dijiste, qué belleza es esto? ¿Cuándo viste o sentiste la aparición de esa belleza en un texto literario? —Probablemente, las ilustraciones de una colección de clásicos para chicos en libros de tapas blancas y muy grandes, donde estaban “Los tres mosqueteros” y los cuentos de Edgar Allan Poe. Eran unas acuarelas que me impresionaban mucho y que, supe con el tiempo, eran de Soldi. El primer registro de belleza en lo literario tiene que ver con un libro de cuentos de hadas rusos que leía una y otra vez: los enanos con bigotes de siete verstas, “contigo pan y cebolla”, las brujas disfrazadas de muchachitas, las encrucijadas fatales, las doncellas desfallecientes, los muertos en picos nevados, los caballos con estrellas en la frente... —¿Hay un momento en particular, un episodio, una revelación por intermedio de la cual decidiste ser escritor? ¿cuándo, dónde, cómo? —Siempre, desde la infancia, quise escribir, y aún con intermitencias es lo más persistente en mi vida, escribo desde que empecé a leer... Convertirse en escritor tiene que ver simplemente con publicar libros, pensé por primera vez en esto cuando gané el premio del Fondo Nacional de las Artes y se me abrió la posibilidad de la primera publicación: fue mi libro “Infierno grande”. —¿Cuáles son tus influencias (libros y autores) más importantes, por qué?, ¿en qué aspectos de tu trabajo lo ves reflejado? —Las influencias varían de libro en libro porque me gusta rodearme de obras afines al tema en que estoy pensando. Desde la adolescencia leí mucho a Borges, a Cortázar, a Abelardo Castillo, a Witold Gombrowicz, a Henry James, a Thomas Mann, a Lawrence Durrell, todos son todavía autores significativos para mí, de los que intenté tomar lecciones en múltiples aspectos (pero no se culpe a los maestros -risas-). —¿Cuáles son tus métodos de trabajo, manías, obsesiones, vicios? —Trato de escribir todas las mañanas, unas tres horas, y corregir luego a la tarde en relecturas... Durante mucho tiempo tomaba alternadamente un café, un té, un café en cada hora, ahora la gastritis me condena a té perpetuo... —¿Cómo se produce -si se puede contar brevemente- el paso de la ciencia al arte?; o, en todo caso, ¿cómo podés contarnos el modo en que, desde las matemáticas y la lógica, llegás a la literatura? En este sentido, ¿qué creés que aporte tu formación científica a las letras? Y ¿qué encontraste en el ejercicio de la literatura que no hay en las matemáticas? —No fue un pasaje, la matemática llegó mucho después a mi vida, cuando ya tenía mi primer libro de cuentos escrito, fue en todo caso un mundo paralelo con relaciones, sospecho, no muy diferentes, a las que tienen los demás escritores con sus oficios terrestres. La formación científica aportó personajes, ámbitos, atmósferas, de la misma manera que la pesca con mosca aportó a Hemingway los cuentos de Nick Adams. O que la ingeniería, podemos suponer, le sugirió a Boris Vian la robot ilustrada en “El peligro de los clásicos”. No “encontré” nada en la literatura que no supiera que estaba allí, porque no fue un desembarco desde otra galaxia: mi mundo familiar siempre fue el literario. Más bien diría que encontré en la matemática desafíos a la imaginación y a la expresividad tan complejos -y a veces incluso más sutiles- de los que podrían intuir los literatos que prefirieron olvidar para siempre la matemática. —¿Qué diferencias de procedimiento y de estilo observás en tu trabajo entre la producción de ficción (novelas y cuentos) y ensayos, como es el caso de “La Razón Literaria”? —En la escritura de ensayos, predomina la búsqueda de claridad conceptual, la razón desplegada en el sostenimiento de una tesis, el hallazgo del ejemplo convincente, la atención permanente al posible argumento en contrario. En la ficción, es mucho más importante la creación de una atmósfera, la extrañeza, la construcción del lenguaje, las oscuridades deliberadas, los matices de los personajes...