Roberto Maurer
Roberto Maurer
La tarde es un territorio cedido sin resistencia por la televisión argentina a las latas extranjeras. Alegremente, permitió que tiras brasileras, turcas y coreanas fueran ocupando el horario. Una nueva potencia acaba de sumarse a la ocupación, la India, con “Saras y Kumud”.
Telefé parece haber reaccionado y con un modesto pelotón aspira a recuperar la colina. “Por amarte así” (lunes a viernes a las 16.30) es un título que ya indica que se ha elegido el camino del clasicismo vespertino. En los hechos se presentan como protagonistas a Gabriel Corrado y Catherine Fulop, un dúo de veteranos cuya vigencia es prolongada por el gimnasio y una dieta sana. No constituyen una pareja de enamorados, sino un matrimonio acabado y encabezan el elenco por una cuestión de cartel. Estratégicamente hay foco en el público de otra generación, representada por jóvenes que vienen atropellando como Gastón Sofritti y Brenda Asnicar.
Desde hace muchos años, tal vez desde el nacimiento mismo del género, para el primer encuentro de la pareja los libretistas utilizan un accidente de tránsito como recurso narrativo, porque resulta práctico: se asegura la intervención del Destino, es una forma de que dos desconocidos entren en contacto y se logra el nacimiento de una relación a partir de un episodio conflictivo, un choque de vehículos y de almas, o sea un buen punto de partida de la carrera de obstáculos cuyo final siempre es el amor. Se trata de las bocacalles como recurso dramático.
Choques de almas y vehículos
“Por amarte así” fue leal a la tradición y no pretende innovar sino luchar por la soberanía con armas bien argentinas contra turcos, brasileros coreanos y ahora indios. En algunos de estos accidentes viales de la ficción, el daño se reduce a chapa y pintura y alguna lastimadura superficial, pero este no es el caso. Mercedes (Brenda Asnicar) maneja discutiendo con su novio por el celular, y atropella a Manuel (Gastón Sofritti) que cruzaba la calle en estado de felicidad por la buena noticia que anhela recibir cualquier jugador de fútbol: ha sido convocado por el Barcelona, le avisa el entrenador personificado por Sergio Goycochea quien, como se sabe, después de atajar unos penales en Italia y hacer un publicitario de una marca de slips, se convirtió en figura del espectáculo.
Mercedes escapa y lo deja tirado por consejo de su aborrecible novio, pero la culpa la abruma. Es hija de Francisco Olivetti (Gabriel Corrado), con apellido de máquina de escribir, un abogado casado con la ley y con una bruja, la contadora Fátima (Catherine Fulop), a quien una amiga le inflama la cabeza.
—Se está bajando a una pendejita del estudio, seguile los pasos, siempre dejan huellas-, le dice en oreja acerca de un santo marido ausente todo el día de su casa por su dedicación al trabajo y a una causa, la ley.
El resultado es que Fátima explota: “¿Con quien te sacás las ganas? ¿Tenés otra? Dímelo”, increpa a su marido. Cathy Fulop persiste con su acento venezolano y mezcla voseo y tuteo. Para volver a enamorarlo elige el método equivocado para recuperar a un abogado tan recto como Francisco: sin aviso, como gran sorpresa le prepara un trío sexual.
El Barsa no espera
Manuel ya no jugará en el Barsa, está en silla de ruedas y pregunta: “¿Encontraron a la persona que me pasó por arriba?”, mientras Mercedes, la persona que lo pasó por arriba, no oculta su aflicción en la mesa familiar y confiesa el choque pero dice que mató a un perro. Todos se conmueven ante el amor por los animales que expresa la sensible Mercedes, que llora por un perro. Pero su padre Francisco intuye algo. En la intimidad quiere que Mercedes se abra. “El mejor juez es el corazón, el más sabio”, le dice tocándose el pecho: no puede evitar el uso de metáforas judiciales.
En una visita a cárcel —por lo que se apreció, el sistema penitenciario es ejemplar-, una presa lo quiere como defensor. Desconectó a su marido para que no sufriera y la eutanasia le costó la libertad. “Fue por amor, nadie me entiende”, ruega Luz (Aylin Prandi) al doctor Olivetti quien, tal vez impulsado más por esas vibraciones que suelen manifestarse en el bajo vientre que por razones legales, promete: “Yo te voy a sacar”.
El doctor Olivetti se enamora
En su silla de ruedas, el pobre Manuel es llevado a pasear por su novia a lugares al aire libre donde todos juegan a la pelota, sufre, la chica le dice “las cosas cambiaron” y se dejan. Al cruzar la calle, un auto obstaculiza la bajada para inválidos: otra vez Mercedes, la que le pasó por arriba, acompañada por su detestable novio. Manuel, que acaba de sumar otra desgracia al perder la novia, reclama, y el abominable novio le dice a Mercedes: “El tipo es un resentido, ¿o vos sos la culpable de que sea paralítico?”.
Manuel finalmente cruza la calle, en la mitad de la calzada la silla de ruedas se tumba y el lisiado queda tirado en el pavimento. Mercedes corre, su corazón ya no le habla, le grita y el Destino hizo lo posible.
Luz tiene un hijo adolescente a quien persuadieron de que su madre es una asesina y no la visita en la cárcel, pero ahora quiere. Son los sucesos desarrollados en apenas un un capítulo, el primero, que concluye con Luz, la presa, y su nuevo abogado el doctor Olivetti, mirándose a los ojos. “Este camino lo empezamos juntos y lo terminaremos juntos”. Ya no habla como abogado: hasta los más estrictos profesionales consagrados a la ley como el Dr.Olivetti se enamoran.