Roberto Schneider
Roberto Schneider
Qué resquicio queda cuando se hizo todo lo posible por ser feliz y finalmente se descubre que en esa empresa quedan atrás, rezagados, si no olvidados, los anhelos personales, los sueños más genuinos, las aspiraciones que en un principio orientaron la acción; cuál, cuando ya pasó el tiempo de la fe, de la esperanza, y sólo resta sobrellevar aquello que con certeza nos promete, más temprano que tarde, el mañana.
En “Amor”, de Denise Arancibia, espectáculo presentado por el Seminario de Entrenamiento sobre la Presencia Escénica en la Sala Mayor del Teatro Municipal, la directora Ana Woolf no deja margen para el silencio como respuesta y transforma todo el ámbito del coliseo -escenario, plateas y palcos- en el ámbito preciso y precioso para la gran fiesta de un casamiento. El novio y las novias (perfecta decisión de que sea un enorme grupo de mujeres) reconstruyen también con pequeños atisbos algunos dolorosos recuerdos de juventud de días pasados en reconocidos entornos familiares, que obligan a algunos a tomar conciencia de sí y aceptar lo inevitable del devenir humano.
Como bien sostuvo Woolf antes del estreno la escena tiene lugar en una boda. “La novia, el novio, las respectivas familias, los/las invitados, invitadas. La forma de tratar el ritual seguido en el casamiento convencional es a partir de una visión crítica a través de la parodia”. Ahí está el secreto de un espectáculo divertidísimo en el que no se eluden aspectos encastrados en los grupos humanos, generalmente por las diferencias en la forma de encarar la vida y por el desapego de las nuevas generaciones a algunos valores tradicionales; los mismos que conducen casi siempre a deshacerse de las máscaras, de las poses que se sostienen como defensa ante el espectro del fracaso.
La obra tiene ciertos toques de desmesura que se agradecen y se despliega con certeza la idea de que se expresa lo máximo con lo mínimo. No es “tranquila”, y la gravedad de algunos hechos expuestos se ve constantemente contenida, tanto por los toques poéticos de la puesta en escena y el humor que confiere a los personajes como por el juego contrastante de verdades encubiertas y mentiras develadas que dejan al descubierto poco a poco los afectos perdurables como única verdad incuestionable.
El elenco es lo mejor de la propuesta. Woolf obtiene de cada uno de ellos/ellas lo mejor, con resultados que hablan claramente de una indiscutible entrega. Corporal y emocional. Cada uno/una haciendo lo mejor que saben hacer: actuar. Y con notas de desparpajo notables. En estricto orden alfabético se lucen Pamela Bertona, Sebastián Boscarol, María Victoria Brizzio, Santiago Casal, Antonella Fernández Pabón, Romina Fuentes, Sofía Gerboni, Melisa Gómez, Flavia Del Rosso, Elisabet Maier, Mónica Marraffa, Gabriela Mira, José Olivera Rivas, Pola Ortiz, María Laura Peña, Roxana Piño, Noelia Reda, Julia Stubrin,Camila Valcart, Malén Videla González y Cecilia Volken.
Párrafo aparte para Cintia Bertolino, mágnífica cuando sobre el final canta (y cómo) sobre los bordes de dos palcos una magnífica versión de “Paloma negra”, la emblemática canción que otrora hizo popular Chavela Vargas. La actriz se desplaza con indudable presencia escénica para obtener un momento memorable. Aquí también destacamos a Roberto Trucco, un actor talentoso, cuya presencia llena la escena a fuerza de pura convicción en la composición de su rol, un pastor casi trucho que genera hilaridad. Es muy bueno el diseño lumínico de Oscar Peiteado; excelente el vestuario, de Lucas Ruscitti y Malen Videla González; y el diseño de maquillaje, firmado por Ruscitti. Pablo Lara y Julia Stubrin realizaron los objetos escénicos.
El peligro muy bien sorteado (también la mayor tentación) fue cruzar la línea que separa la concepción de la autora de un melodrama, muy efectivo cuando se trata de conseguir aplausos incondicionales. El texto no está destinado a emocionar en forma inmediata, aunque tenga elementos para lograrlo. Con su labor desde la dirección Woolf logra una totalidad con elevadas dosis de compromiso con la espectacularidad; un fuerte compromiso del elogiable elenco y los necesarios gestos de comprensión, de cariño y por qué no de compasión hacia quienes están sobre la escena. Y sobre la platea también.