Por Néstor Vittori
Por Néstor Vittori
Cada tanto aparece en la historia la referencia mitológica de las amazonas, como una tribu de mujeres guerreras, sin hombres, que habitaban en localizaciones en torno del mar de Azov, en el borde norte y este del Mar Negro en la región de ciscaucasia, habitada por Sármatas y Escitas.
La mitología dice que solamente utilizaban a los varones de tribus vecinas una vez al año para reproducirse y mataban, abandonaban o regalaban a los hijos varones conservando a las niñas, a las que criaban, educándolas para la guerra.
Los historiadores ubican tribus de amazonas en distintas partes del mundo, entre ellas en nuestra Sudamérica, teniendo referencias de Colón, en el diario de su primer viaje.
También Hernán Cortez manifestó haber escuchado de la existencia de una isla de mujeres, sin varones.
El cura Gaspar de Carbajal, relator de la expedición de Francisco de Orellana por el río Marañón, de la que formó parte, dijo que sufrieron el ataque de mujeres guerreras, que desde la orilla le disparaban flechas y dardos. Esto motivó la denominación de río de las Amazonas.
Esta breve referencia viene a cuento de la militante actitud de grupos de mujeres, que de la mano del reclamo feminista, exhibieron días pasados sus pechos al descubierto en el obelisco porteño, como actitud de rebeldía por la represión del topless registrado en una playa de Mar del Plata.
En una vertiente fundamentalista plantean un universo femenino no solamente competitivo, sino excluyente de los hombres, reclamando, confrontando por sus roles en la sociedad, que consideran subordinado, sumiso y discriminado.
En realidad, no estoy seguro de que ese grupo bochinchero tenga la adhesión de porciones significativas del universo femenino y menos, cuando su militancia se tiñe de ideologías que son ajenas a las propias y legítimas reivindicaciones de equiparación de oportunidades en razón de género.
Viendo, escuchando y leyendo, a través de los espacios de radio, televisión, diarios y revistas, las muchas expresiones que los reclamos suscitan, a mi juicio hay categorías o subgrupos que representan distintas cosas y difieren notablemente en sus instrumentaciones.
Los más ruidosos se identifican con mujeres de características masculinas, mujeres masculinizadas en su accionar, jóvenes que desde lo ideológico tratan de generar colectivos equivalenciales, mujeres estéticamente desfavorecidas, afectivamente maltratadas, abandonadas, frustradas y resentidas.
En el borde de estos grupos, se ubican aquellas que sin ser desfavorecidas por esos factores invocan una militancia de otra naturaleza; desde la política, desde la televisión y desde la exposición mediática, a través de las cuales buscan destacarse en espacios progresistas o acreditar su pertenencia.
Pero, la mayoría de las mujeres, que tienen reclamos que hacer y posiciones por las cuales luchar, no está dispuesta a patear el tablero, en una diferenciación que haga desaparecer su condición femenina, su compromiso y reclamo de existencia junto con el hombre que han elegido como compañero o en su búsqueda de ese hombre.
Tampoco renunciar a la utilización de sus encantos, femineidad y belleza, como así de sus modos, que aunque firmes, reclamantes o definitorios, pueden ser suaves, seductores y conquistadores.
La fuerza o la potencia física no son comparables con la de los hombres, y la primera actitud de las mujeres frente a los obstáculos o contradicción de sus aspiraciones, no es usar aquellos recursos, sino el de la inteligencia, el conocimiento, la comprensión y la seducción
Es poco probable que las mujeres embistan contra las paredes. Siempre intentan buscar las puertas y si están cerradas, las llaves de sus cerraduras.
Por algo, el mundo sin recurrir al aislamiento de las amazonas, cada vez confía más en mujeres, en la conducción de Estados, de empresas, y un sinnúmero de actividades políticas, económicas y sociales que las tienen como protagonistas.
Curiosamente, las personas más calificadas del país en las encuestas de opinión, son mujeres: María Eugenia Vidal, que conduce la provincia de Buenos Aires con mano firme pero sin perder por un segundo su condición femenina; Lilita Carrió, la expresión más fuerte de la ética femenina expresada en la política, y Margarita Stolbizer, también referente de una inclaudicable búsqueda de transparencia en la función pública.
Hay valores que las mujeres tienen y representan mejor que nadie desde su condición de mujer, aportando a la construcción de una mejor sociedad, sin necesidad de convertirse en amazonas.
Si el eterno femenino es la seducción, es mucho más significativo un escote insinuante, que la exhibición rebelde e inútil de lolas al aire, que incitan a una cosificación, que las activistas dicen rechazar.