Por Rogelio Alaniz
Por Rogelio Alaniz
Michel Temer es un cadáver político, pero no deja de ser irónico que una grabación haya precipitado el deceso del presidente cuando en la Argentina hay grabaciones, filmaciones, fotos, facturas, recibos, abundantes testigos mientras nuestra ex presidente se pasea muy campante por el mundo dando consejos y presentándose como la abanderada de las grandes causas de la humanidad.
El contraste se extiende a lo social. En Brasil la gente sale a la calle para exigir que renuncie un supuesto presidente corrupto, mientras en la Argentina hay quienes salen a la calle para que regrese una presidente corrupta. No solo piden que regrese, sino que mientras tanto, donde pueden o donde los dejan, se ocupan de entregarle a la abogada exitosa doctorados y reconocimientos académicos, premios a quien no está entre rejas por los escrúpulos de jueces que suponen que el costo personal de esa decisión podría ser demasiado alto para sus carreras judiciales.
Los kirchneristas están chochos de la vida que Temer haya sido puesto en evidencia. Suponen que se trata de un presidente ilegítimo avalado por Macri responsable de haberlo reconocido cuando las instituciones de Brasil depusieron a Dilma. ¿Qué pretendían? ¿Que Macri le declare la guerra al vecino? ¿Que intervenga en los asuntos internos de un país soberano? ¿Que le diga a los jueces y los políticos brasileños que Temer no puede ser presidente?
Imagino las objeciones. ¿Y acaso no lo hace con Venezuela? Lo hace, pero con mucha prudencia. Para mi gusto con demasiada prudencia. Cualquier duda al respecto conversar con la señora Malcorra. Y las críticas que hoy se hacen se justifican por la sencilla razón que, a diferencia de Brasil, en Venezuela hay un tendal de muertos asesinados por un régimen que cada vez se parece más a una dictadura. Lo mismo no se puede decir de Brasil, con el añadido que Brasil es un vecino de cuya economía y paz social dependen en parte la economía y la paz social en la Argentina.
¿Temer es un corrupto? Todo parece indicar que lo es. Por lo menos esa imputación se la hacen casi por unanimidad los analistas políticos brasileños. Apunto al respecto que su corruptela no es inferior a la de Ella y su séquito. Es más, comparado con el vicepresidente Boudou, el vicepresidente Temer es un famélico punga. Y comparado con el Morsa Fernández, Cunha es un contemplativo monje tibetano.
Pobre Brasil, dicen algunos. Y la verdad que no es para envidiar su suerte, sobre todo los argentinos que en materia de corrupción no necesitamos que nadie nos enseñe nada. Temer es lo que es y sobre su calaña política nunca nadie tuvo dudas. En todo caso, alguna palabra deberían decir los honorables dirigentes del Partido de los Trabajadores que decidieron llevarlo como vicepresidente de la fórmula liderada por Dilma Roussef.
Se dice que el PT no lo eligió a Temer, sino que se lo impusieron. Me permito dudar. Sobre todo porque no faltan voces que afirman que, por lo contrario, fue el PT el que exigió que Temer los acompañe. ¿Querían un vicepresidente o un socio para robar tranquilos? No lo sabemos, pero conociendo el paño tenemos derecho a alentar algunas sospechas.
La corrupción en Brasil no es un problema periférico sino estructural. Temer hoy está en el candelero, pero el mismo día que los manifestantes salían a la calle para pedir su renuncia, el señor Lula declaraba ante la justicia. Dicho con otras palabras: Lula no es mejor que Temer. Y hasta es probable que sea más corrupto. Si alguna diferencia hay es ideológica: Lula dice ser de izquierda y Temer es de derecha. ¿Alcanza esa diferencia para condenar a uno y colocar en el lugar de prócer al otro? Supongo que no, pero para algunos esa diferencia parece ser decisiva.
Acerca de la corrupción de Lula la única coartada que pueden presentar sus seguidores es que es algo así como una suerte de Forrest Gump carioca. Es decir, un débil mental que no advertía que todos sus colaboradores robaban a su alrededor, mientras él estaba muy preocupado por la pobreza de los trabajadores. ¿Usted quiere creer en esa versión? Créale si así lo prefiere, porque la libertad es libre. Pero si es así, no me venga después a proponer que Forrest Gump debe ser el nuevo presidente de Brasil.
Yo en lo personal creo que Lula no es un débil mental o un distraído, sino un corrupto a tiempo completo cuya exclusiva debilidad es quedarse con lo ajeno para él y para su familia. Un corrupto hay que admitirlo- con historia, con historia, leyendas, mitos y relatos. Y nada más.
Puede que alguien sostenga que la única manera de gobernar un país es practicando la corrupción. He leído y escuchado razonamientos en los que se sostiene esta hipótesis en nombre del realismo. Roba pero hace. Y no es casualidad que sean los brasileños los autores de esa consigna a la que en nuestros pagos el peronismo adhirió con el entusiasmo que esta fuerza política suele poner en estos casos.
¿El PT es lo mismo que el kirchnerismo? No, pero se parecen mucho. Sobre todo en los últimos años. Una virtud le reconozco al PT. Lula y sus principales dirigentes se han corrompido, pero pueden exhibir un pasado de lucha y sacrificios que en los Kirchner está ausente. Tal vez la explicación de esta diferencia resida en que el peronismo intentando ser progresista -a diferencia de PT- solo puede ser capaz de presentar al kirchnerismo, del mismo modo que cuando intentó practicar la guerrilla solo fue capaz de “inventar” a Montoneros y a los comandantes Firmenich y Galimberti.
Nobleza obliga, a Brasil hay un mérito a reconocerle y que nosotros sanamente podríamos envidiar: cuenta con una justicia decidida a hacer lo que se debe. Nada personal contra nuestros jueces, pero hasta la fecha no hemos sido capaces de contar con un juez que esté a la altura de Moro. Insisto: no es una cuestión personal. Tal vez sea sistémica o tal vez tengamos mala suerte, pero lo cierto es que un Moro en la Argentina se haría un picnic. Empezando por Él y Ella, siguiendo con De Vido, el Morsa Fernández, el galán de los cien gatos porteños, Daniel Scioli y ese otro prócer de la causa nacional y popular que fue vicepresidente de los argentinos y que se llama Amado Boudou.
Sin ir más lejos, esta semana fue procesada Hebe Bonafini. Por fin. La buena señora, fiel a las enseñanzas de su guía espiritual no dijo una palabra acerca de los 200 millones de pesos que faltan. Más o menos lo mismo hace “La que te dije”. Ni una explicación acerca de lo que le imputan. La estrategia consiste en “politizar” las acusaciones. A ella no la investigan porque se enriqueció en el poder, sino porque la “oligarquía y el imperialismo” no le perdonan su lucha en defensa de los pobres. Pobre los pobres, con estos defensores.
Hebe y Cristina se parecen más de lo que ellas estarían dispuestas a admitir. Se parecen por ejemplo, en los actos, pero también en la estrategia para justificar sus actos invocando ideales superiores. Pienso al respecto que cuando a la contundencia de los hechos se los desconoce en nombre de un supuesto ideal superior, abstracto e improbable, lo que se hace es sustituir lo real por la ideología en el peor sentido de la palabra.
Que nosotros le creamos, son dos pesos aparte, aunque al respecto habría que decir, para asombro de los futuros historiadores, que no son pocos los que se tragan semejante embuste. ¿Cómo es posible? Hay muchas explicaciones, pero básicamente convengamos que, como reza un viejo refrán campesino, no hay mejor engañado que quien se deja engañar. O están dispuestos “espiritualmente” a ser engañados.
La “ideología” así entendida suele ser devastadora. Sobre todo entre las “almas simples” que de buena fe creen que los Kirchner son los paladines de la justicia social en la Argentina y en el mundo.
Capítulo aparte merecen las recua de vivillos, buscavidas, malandrines, cuenteros, mangueros, atorrantes, descuidistas, proxenetas, trepadores, lanceros, rufianes, que se acercaron al kirchnerismo para hacerse millonarios o para participar en lo que muy bien podría calificarse como el festín de los corruptos.