Leonardo Pez
Se celebró un nuevo Festival Internacional de Poesía en la ciudad vecina. En su vigésimoquinta edición, el evento ofreció una programación variada con autores de todo el país y visitas internacionales, distribuidos a lo largo de una semana.
Leonardo Pez
El Festival Internacional de Poesía de Rosario, con veinticinco ediciones en su haber, es una referencia para el campo cultural nacional. Del lunes al domingo pasados, en la ciudad portuaria, la propuesta convocó a poetas de todo el país y de distintos lugares del mundo (entre los más sorprendentes, Túnez y China). Como crédito local, participaron Enrique Butti, Agustina Lescano, Ariel Aguirre y Virginia Rinaldi, y desde Santo Tomé, Sofía Storani.
El festival tuvo como sedes los Centros Culturales Fontanarrosa y Parque de España (una de las entidades organizadoras junto a gobiernos municipal y provincial, y Cooperación Española), y la Plataforma Lavardén, y se desplegó por distintos ámbitos de la ciudad. El Litoral estuvo en la jornada del viernes, entre mesas de lectura, presentaciones de libros y trasnoche, y dialogó con encargados e integrantes de la grilla.
Federales
Un poco más tarde de lo previsto, se dio inicio a la mesa vespertina del último día de la semana, a cargo de Juan Meneguin. El poeta oriundo de Concordia, en su retorno al FIPR después de más de veinte años, agradeció el “acto de demencia de invitarme” y leyó, entre otros, “2037 Después de Cristo”, “Los médanos caminantes”, “Las herramientas huérfanas” y “Cuando mi padre comía flores”.
A las 19 comenzó la segunda mesa, con un compilado de poetas nacidos en los setenta. Desde Mendoza, Darío Zangrandi, quien además es artista visual, leyó textos de los libros (“Su manera blanda de karateca forzudo”, 2010, y “La cosecha en 1991, el cotipeto y la manera”, 2013) y material nuevo desde su celular. “Son las siete en la plaza / y se hace la poesía”, dijo en uno de ellos, mientras afuera del Fontanarrosa se escuchaba a los músicos darle al parche con euforia de weekend. La escritora local María Paula Alzugaray, también regresada al festival después de dos décadas, compartió “Sobremesa”, “La enfermedad”, “Zoé y la tía Mecha”, y un último texto con el epígrafe de Calveyra. La tercera voz fue la de Cecilia Pavón, de origen bonaerense, que centró su lectura en la figura de Fabio, su diablo personal (“los intelectuales también pueden ser violentos”), diseminado entre “Fantasmas buenos”, “Amartya” y una producción inédita.
Fronteras
La primera incursión de otro idioma que no sea el español llegó con Marcelo Silva. El hombre nacido en Paso de los Libres, Corrientes, leyó sus soretos da fronteira, poemas en que el portugués y la lengua castellana fluyen, apoyados en guiños y juegos de palabras (“estados hundidos”, “coito ergo sum”), que tensan los límites entre uno y otro. O, como dijera el poeta, para “curtir a machetazos el lenguaje”. Urayoán Noel, portorriqueño, profundizó la línea de su antecesor, al estilo performer, con textos nacidos de la improvisación (“no hay nación sin improvisación”) y los cruces fonéticos entre el inglés y el español, con la noble compañía de sonidos emitidos por su celular. Además, incorporó covers de otros autores, de los que se destaca la versión homofónica de un poema de Sor Juana Inés de la Cruz.
La tercera mesa de la tarde-noche empezó con Florencia Méttola, traductora, DJ e integrante de la banda indie tucumana Florencia y los monos de la odisea del espacio. Sus poemas, algunos de ellos distinguidos en el Primer Concurso Nacional de Poesía EMR 2017, tienen vida en escenas cotidianas, de bar, atravesadas por referencias audiovisuales de todo tipo, presentes en “Soy el puente, soy el pasacalles”, “Dibujos de concha” y “Tengo una depresión”. Sergio Ernesto Ríos, desde México, presentó paisajes de su obra “Mi nombre de guerra es Albión”, con pinceladas de historia, geografía, flora y fauna de la zona (“la abeja, que es una cebra bonsai”), más la asumida influencia de José Watanabe, de series clase B y de la música de los setenta. Claudio Rojo Cesca, escritor y psicoanalista nacido en Santiago del Estero, reunió en la sala del primer piso del Fontanarrosa a personajes y objetos de su infancia, del presente y del insconsciente colectivo como su padre, David Bowie, el colectivo 119 y el tío Francisco; pero fue otra tía, Patricia, la que invadió el ambiente con esa costumbre de asfixiar al niño Claudio con su culo y con su arrorró tardío. Con Robin Myers, escritora estadounidense de treinta años, volvió el cruce idiomático. La autora de “Tener / Having” dividió su lectura por extensión: poemas cortos en inglés, y poemas largos en español, ciertamente fluido.
La lectura de Sebastián Bianchi, profesor de Literatura y ex integrante de la revista de poesía Lamás Médula, inauguró la cuarta mesa con una obra que, como señaló Mario Ortíz, provoca desconcierto por la heterogeneidad de textualidades que la habitan. Luego fue el turno de Rodrigo Quijano, quien se desplazó por su Perú natal, valiéndose de su faceta de investigador de arte contemporáneo, y al ritmo del transporte público de los años treinta. El carácter internacional se multiplicó, en un salto al continente asiático, con la presencia de Xi Chuan (seudónimo de Liu Jun), traductor de Jorge Luis Borges y Ezra Pound, entre otros. El escritor chino recitó poemas en su idioma, continuados por la lectura traducida en la voz de Santiago Venturini, quien estuvo a cargo de la conexión santafesina junto a Cecilia Moscovich (dos apellidos reconocidos, haya vínculo o no, con la cultura rock local). Xi Chuan y Venturini desplegaron dos discursos hermanados, en donde aflora la idea del otro que no es tan distinto a uno (“un joven talentoso mató a otros dos jóvenes talentosos / solo porque los tres parecían iguales”), zona en la que resuena el libro del autor santafesino, “Vida de un gemelo”. Por último, y en la previa a la mesa de presentación de la antología “25 antenas”, el rosarino Marcelo Rizzi transitó estaciones de “El libro de los helechos”, a publicarse el año próximo por Editorial Barnacle, junto a escritos publicados con anterioridad, algunos de ellos leídos en la 17° edición del FIPR.
Antenas
La presentación de “25 antenas, poesía hispanoamericana”, contó con palabras de Juan Manuel Alonso (Editorial Municipal de Rosario) y Bernardo Orge (editor de la antología) y lecturas de Joaquín Morales (Paraguay), A. Morales Cruz (Panamá) y Elvira Hernández (Chile). El libro conjuga poemas escritos por autores iberoamericanos nacidos entre 1924 y 1961, que participaron en distintas ediciones del Festival. La mayoría de los antologados “publicó sus primeros libros en sellos locales relativamente chicos, imprentas universitarias o ediciones de autores”, pero también hubo quienes fueron publicados “en algún otro sello chico de otro país latinoamericano”, según se lee en el prólogo. En cuanto a las características de la muestra se habla más de una atomización, vinculada a diferencias en torno a la idea de poesía, que “de una sensibilidad compartida” o un punto común.
El Dato
Trasnoche
Entrada la medianoche, y más distendidos, los poetas participantes en el FIPR se acercaron a Oui Bar, frente a la Sala Lavardén, para seguir ofrendando sus poemas ante un centenar de asistentes. Leyeron: Enrique Butti, Héctor Piccoli, Milo De Angelis, Gabriela Saccone, Carlos Ríos, Caroline Bird, Sergio Raimondi, Greta Montero Barra, Ashley Obscura, Milenka Torrico, Rodolfo Edwards, Rosa Granda, Gustavo Sánchez, Nicolás Todo, Julia Cisneros, Agustina Lescano, José Laura, Leónce W. Lupette, Diego Vdovichenko y Mariela Gouiric, y todos los que se le animaron al micrófono abierto.
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Política de estado
Bernardo Orge, uno de los responsables del Festival, contó a El Litoral que “significa mucho para la comunidad poética de Rosario” mantener esta propuesta “durante veinticinco años consecutivos, sin interrupciones” como una política de estado. Además, destacó la importancia de ampliar el festival a una semana, con las incorporaciones de una residencia para poetas jóvenes y con la maratón de poesía al aire libre y el cierre a cargo de Daniel Melero. Una de las residentes, la santotomesina Sofía Storani, agregó que es un espacio “pensado como formación” que “te permite encontrar otras formas de hacer poesía y de entender el lenguaje, y en esa misma pluralidad, ver también las diferencias y las posibilidades”.