Luciano Andreychuk
La especie se llamó ammonites, un molusco con forma de caracol que existió en la era Mesozoica.
Luciano Andreychuk
Hoy son casi imperceptibles por la erosión de la piedra y la falta de cuidado. Pero ahí están, aunque vinieron de otro lugar: son rastros que guardan la memoria de un tiempo tan remoto que es inimaginable a los ojos de la modernidad. En algunas lajas de la plaza San Martín hay algunas marcas, “improntas” —así se llaman técnicamente— de fósiles de una especie de molusco que se llamó ammonites, que tienen una forma identificable a la de un caracol. Esa especie existió en la era Mesozoica.
Las ammonites tuvieron sus primeros registros durante el período Jurásico, unos 240 millones de años atrás, e incluso antes. Entonces, estos animales marinos vivieron previo y durante la etapa de los dinosaurios. Son parientes lejanos de los pulpos actuales, pero se diferencian de éstos por presentar una carcaza acaracolada, que es lo que se evidencia en las lajas de la plaza.
Pero, ¿cómo llegaron aquí esas huellas, a ese espacio público? Las lajas son formaciones sedimentarias principalmente marinas; estos “bichos” vivían en el agua, morían y al morir quedaban las formas, las improntas de sus fósiles impresas en esos sedimentos que luego fueron rocas. “Esas improntas están registrados en los registros fósiles de la Cordillera de los Andes del lado argentino. Hay afloramientos donde se encontraron restos de ammonites, por eso se supone que esas lajas de la plaza San Martín vinieron de una cantera de San Juan”, explica a El Litoral Raúl Vezzosi, paleontólogo.
Vezzosi es doctor en Ciencias Naturales con orientación en Paleontología (UNLP), y licenciado en Biodiversidad con la misma orientación (UNL). Esa rama de la ciencia, que estudia el pasado de la vida sobre la Tierra a través de los fósiles, es su pasión. Integra el Laboratorio de Paleontología de Vertebrados del Centro de Investigaciones Científicas de Diamante, Entre Ríos (en vinculación con el Laboratorio de Geología), en dependencia del CCT Conicet Santa Fe. Los laboratorios trabajan en esta región: Entre Ríos, Santa Fe y hay vinculaciones con científicos de Córdoba y Stgo. del Estero.
La explicación
En la era Mesozoica (que incluye al Jurásico), gran parte de América del Sur estaba toda cubierta de agua. Con el paso millones de años, “el suelo viejo fue aflorando por movimientos tectónicos, los ‘bichitos’ se murieron, quedaron en el fondo, y mucho después, cuando se levantaron los continentes, las improntas empezaban a registrarse expuestas en superficie, más precisamente en formaciones sedimentarias marinas”, dice el experto.
Las lajas tienen todos los indicios de que fueron depósitos marinos sedimentados. “Y los animalitos vivían en el mar. Luego morían, se depositaban ahí y quedaban impresas sus formas. Se formó el positivo (el fósil) y el negativo (la huella), y así queda la marca del caparazón, lo que llamamos su ‘impronta’”, explica didácticamente Vezzosi.
Esas formaciones rocosas finalmente se convirtieron en lajas, que se vendieron. Así llegaron a la ciudad, probablemente de una vieja cantera de la provincia de San Juan. Antes, las lajas se comercializaban hasta para ornamentación y decoración de casas.
No hay marcas de fósiles de ammonites ni de dinosaurios en la ciudad, que se entienda bien, subraya Vezzosi. “Si se quisieran encontrar ammonites en Santa Fe, habría que excavar por los menos 5 km. debajo de la Tierra. Esta zona continental fue siempre mucho más baja que el área cordillerana; cuando se levantó la Cordillera todo el suelo viejo afloró con los movimientos tectónicos del suelo a lo largo de miles de millones de años”, amplía el paleontólogo. Por eso, allí sí se encontraron fósiles prehistóricos.
El científico refuerza su aseveración: “Hay estudios paleontológicos del país y del extranjero coincidentes, que estudiaron los ammonites de otros ambientes y concluyeron que existieron en depósitos marinos. Hubo ammonites de diámetros de tres metros (muy grandes) a cinco centímetros, muy pequeños, cuyas improntas son las que pueden verse en algunas lajas de la plaza San Martín”.
En rigor, hay un estudio científico de un geólogo del Conicet, Alberto Riccardi (UNLP, la Revista de la Asociación Geológica Argentina, 2008, titulado “El Jurásico de la Argentina y sus amonites”), donde explica las etapas históricas y las zonas geológicas donde vivieron estas especies de moluscos, entre ellas la zona cordillerana de Argentina y Chile.
Necesidad de preservar
Las marcas que pueden verse (con mucha dificultad, sólo agachándose) en algunas lajas de la plaza están muy erosionadas por las pisadas, y la falta de cuidado. “Sería bueno que se pudieran preservar. Se podrían limpiar, acondicionar. Con una limpieza diaria de la plaza y con una cartelería sencilla indicatoria alcanzaría”, subraya Vezzosi.
“Tenemos marcas de fósiles y esto convierte a este espacio público tan lindo en un lugar que es parte del patrimonio cultural, histórico, hasta paleontológico de la ciudad”, resalta el científico. A este tesoro hay que cuidarlo, porque está aquí y es nuestro, insiste. “No sólo hay fósiles en los museos: también los hay en los espacios públicos de la ciudad. Y eso es lo que debemos tener en cuenta y preservar”.