Luciano Andreychuk - [email protected]
Sentada en los escalones de la entrada de la facultad, bajo la diafanía triste del sol matinal, María Emilia me imaginaba. Yo, a su lado, sometía mi silencio a sus palabras, como quien calla para oír un relato que conmueve hasta en los detalles. “La oscuridad no asusta”, dijo segura: ella aprendió de pequeña a burlar las tinieblas con la incandescente ilusión de salir adelante, tan sólo eso. Y acaso por su determinación, hoy es estudiante universitaria, madre dedicada, luchadora de la vida.
Pese a su discapacidad visual -que inevitablemente se vuelve un duro condicionamiento para el estudio-, María Emilia Dip estudia la carrera de Derecho de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la UNL, sueña con graduarse y ejercer la abogacía. Tiene 32 años, es santafesina residente en la ciudad de San Carlos; vive con su pareja y hace poco más de 9 meses dio a luz a Alan Ismael. “El bebé fue un cambio radical en nuestras vidas, una inyección anímica: nos dio pilas para seguir”, se emocionó.
Primeros estudios
“Empecé a estudiar de chiquita en la escuela de ciegos de Rosario (allí vivió en su infancia), cuando tenía cinco años. Ahí me enseñaron Braille, el sistema de lectura y escritura táctil para ciegos. Ya en la secundaria aprendí mecanografía, eso me ayudó mucho. La educación media es la base de todo, es la puerta de entrada para algún trabajo o para una carrera”, afirmó.
El frío hacía que las palabras se entrecortaran, sonaran trémulas, pero la charla no se interrumpía.
Y otra vez el sol, queriendo entibiar lo imposible, con una luz que no terminaba de completar los intersticios grises de la vereda, las hojas secas, los rostros apretados por las bufandas. El mundo se movía a nuestro alrededor con indiferencia; María Emilia prefirió acomodarse, sonreír y proseguir su relato.
Desde su primera juventud y hasta hoy, ella encontró una salida en los cursos de capacitación. Hizo talleres de reflexología, de computación, hasta de fotografía -“con el fotógrafo (de El Litoral) Amancio Alem.
Imaginábamos determinados lugares y paisajes, y tomábamos fotos”, comentó-. Aprendió a hacer desgrabaciones de charlas y conferencias, y con eso fue subsistiendo. Hoy da algunas sesiones de masajes, elabora cartas de menúes en Braille para comedores y heladerías de la ciudad. “Son trabajitos independientes, ¿viste?”, dijo con humildad.
Universidad y accesibilidad
“La relación con mis compañeros de estudios y profesores siempre ha sido muy buena. La gente acá es muy solidaria, me ayuda en todo lo que necesito”, confesó. María Emilia comenzó abogacía en 1998; por aquel año compró una computadora con el programa informático Jaws -de gran utilidad para personas no videntes, que lee y oraliza en voz alta textos digitalizados-. Ella está muy familiarizada con el uso de Internet y las nuevas tecnologías, porque son una gran apoyatura para personas con discapacidad visual (ver aparte).
“En la universidad hay una impresora para materiales en Braille, y está bueno porque nos imprimen en doble faz los materiales que necesitamos para estudiar”, comentó. La dificultad es que las letras impresas en este sistema son tres veces más grandes que las comunes, por lo cual un libro de abogacía se vuelve un objeto voluminoso y de difícil manejo. “Entonces, lo que tratamos de imprimir son cosas cortas, apuntes que sean importantes y que no nos ocupen tanto lugar. Imprimimos lo que realmente necesitamos -explicó-. Lo que nos resulta más práctico es el material digitalizado que podemos ir escuchando luego en la compu, gracias al Jaws”.
El sol no estaba más en los escalones de entrada de la facultad, y el frío ya se había apoderado de todas las cosas. “Es duro, pero si se tiene convicción y se pone ganas a todo lo que hacemos, se pueden lograr muchas cosas”, dijo María Emilia al final. Pequeña gran enseñanza.