Lía Masjoan
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Pasaron 8 años y todavía no puede volver a pronunciar su nombre. Mucho menos mirar una fotografía con el rostro de Yésica Cantelli, su hija, cuyo recuerdo inmortalizó a sus 16 años. Le cuesta también pasar por la esquina trágica, la de Necochea y Ricardo Aldao, donde el 20 de diciembre de 2004 un auto embistió a tres amigas que estaban en la vereda y, en el impacto, se llevó a Yésica para siempre. Estuvo 23 días internada en el hospital Cullen. Y murió el 12 de enero.
En medio del dolor más grande, Gabriel Cantelli sacó fuerzas ni él sabe de dónde, dejó a un lado el resentimiento, el primitivo impulso de venganza y bronca, y empezó una lucha que continúa hasta el día de hoy por una sociedad que respete la vida.
“Yo dije: o guardo luto y me quedo pasivo, de modo que mi hija sea un numerito más de la estadística; o tomo un poquito de lo que era ella -solidaria, emprendedora y con muchos sueños- para ser activo y concientizar sobre los incidentes de tránsito”, cuenta hoy desde su casa del barrio María Selva, donde recibió a El Litoral solo. Su esposa y sus otras dos hijas, de 27 y 16 años, llevan el duelo de una manera distinta y prefieren no hablar del tema con los medios.
Allí no hay ni una imagen de Yésica, al menos a la vista: “No puedo ver fotos de ella. Creo que es una de las pocas cosas que me hacen temblar todo el cuerpo y que todavía me conmueve mucho. Una vez vi una y me descompuse. Desde ese día me escondieron todas las fotos, incluso en casa de familiares”.
Su mirada, clara y pacífica, transmite los 8 años de ausencia anudados en el corazón. Gabriel no puede evitar quebrarse cuando recuerda ese día. Interrumpe la entrevista y, antes de contestar, va a la cocina y busca dos vasos de agua.
Como si hubiese pasado el mal trago, respira hondo y prosigue: “Estaba en casa por irme a la facultad porque a las 6 de la tarde rendía Filosofía cuando recibo la llamada de un amigo. Me dice que mandaba una trafic a buscarme para llevarme al Cullen porque mi hija, la suya y otra amiga habían tenido un accidente de tránsito y, de las tres, la mía era la que más golpeada estaba”.
Sus últimas palabras
Cuando llegó al hospital, Yésica estaba todavía en el shock-room. No vio los golpes porque una sábana cubría su cuerpo. Y ahí escuchó, sin saberlo, lo que fueron sus últimas palabras: “Me dijo que no la atienda a ella, que vea a sus amigas que estaban llorando porque eran dos lloronas. ¿Podés creer que dijo eso en un momento en el que todo el mundo quiere estar con sus papás? Pensaba en sus amigas y no en ella que era la que peor estaba. Mi hija era así, muy fuerte de espíritu, porque hay que estar en esa situación y decir eso”.
— ¿Y qué pasó después?
— Pasé 23 días en el hospital, viví ahí adentro, pasé las fiestas de fin de año, me quedé casi las 24 horas a su lado.
— A medida que pasaban los días, ¿pensó en algún momento en la posibilidad de la muerte?
— Todos veían el desenlace. Pero yo no. Ni siquiera en el último minuto, cuando me dijeron que había fallecido, lo quise creer. Para mi cada día era un día de esperanza. Nunca pasó por mi cabeza que iba a morir aunque sé que muchos sabían que no iba a vivir.
— Ese día usted fue directamente al Cullen ¿Volvió al lugar del accidente?
— Por dos años nunca pasé por esa esquina, no pude ni caminando.
— ¿Y por qué volvió?
— Me llamaron los vecinos. Querían hablar porque muchos habían estado ese día, habían ayudado y hablado con ella; le pedían que se calme.
— ¿Qué sintió?
— Llorábamos todos. Vivir ese momento con los vecinos que habían estado con ella fue muy doloroso pero también gratificante porque querían contar que habían estado ahí, que no se habían desentendido. No es fácil estar en un cuadro tan complicado y acercarse y asistir a los heridos, es algo que no hace cualquiera.
Un regreso doloroso
Seis años después de ese encuentro, Gabriel aceptó volver a la esquina con El Litoral: “Quiero que la gente identifique el lugar, que vea que ella estaba en la vereda y que ni siquiera cruzaba una calle” cuando un auto que no cedió el paso y otro que circulaba a gran velocidad chocaron, y uno terminó en la vereda impactando de lleno contra las chicas.
Caminó por las mismas baldosas donde yació su hija, pero evitó detener la mirada: “Estar hoy en este lugar hace que, aunque no quiera, imagine lo que tiene que haber sido eso y lo que deben haber sufrido las tres”.
Y no puede evitar las lágrimas cuando recuerda lo que le contaron algunos testigos: “Dicen que cuando ella ve venir el auto, separa a las dos amigas, las empuja... lo habrá hecho instintivamente pero gracias a Dios eso hizo que las otras nenas no sufrieran lesiones graves”.
Del dolor a la acción
— Muchas veces se escucha de parte de quienes pasaron situaciones similares, un deseo de venganza. Su mensaje es distinto y su lucha tiene otros objetivos.
— Mi mensaje nunca fue negativo, de protesta. En el accidente de mi hija hubo negligencia pero eso ya pasó y cada actor debe llevarlo todos los días en su conciencia. Nunca busqué venganza ni cárcel de por vida, sólo que se aplique la ley como corresponde y que se cambien algunas leyes y normativas. Si me hubiese quedado en eso, hoy estaría vacío. Nunca quise transmitir sólo el dolor, sino dar un mensaje positivo para que lo que me tocó a mí no le pase a otros. Para eso, tenemos que tener respeto. Sólo pido respeto por la vida de los otros. Es algo tan básico.
— Eso debe haber sido muy difícil porque estaba atravesando uno de los dolores más grandes que deben existir ¿De dónde sacó fuerzas?
— Por un lado, mi propia hija que me dejó lecciones de vida que puedo aplicar. Ella no se hubiese quedado quieta si esto me pasaba a mí. Por el otro, mi familia que es el sostén permanente. Pasó. No tendría que haber pasado pero uno puede salir y contar su historia y decirles a todos que hay que ser responsables y respetar la vida. Que te escuchen tus hijos, tus nietos, tus vecinos, porque eso genera cambios. Si mi mensaje salva una vida, ya me siento satisfecho.
“Seamos respetuosos de la vida. Tratá de cambiar tu entorno y que tu entorno sea multiplicador de tu mensaje”, repitió acongojado. Pero con esperanzas.
Condena
Los dos conductores que participaron del accidente cuya consecuencia fue la muerte de Yésica Cantelli fueron condenados por la Justicia a dos años de prisión en suspenso y 7 de inhabilitación para conducir. No fueron a la cárcel y a cambio los obligaron a realizar labores comunitarias.
Lo que logró
El mismo año que murió su hija, Gabriel Cantelli se propuso pelear para que no vuelvan a ocurrir casos similares. Inició la campaña “Todos por Yésica” y juntó unas 40 mil firmas de adhesión para movilizar cambios legislativos e instalar el tema de los incidentes de tránsito en la agenda política y en la misma ciudadanía.
Él sabe que para atacar este flagelo no sólo hacen falta leyes más firmes, sino también generar conciencia en los automovilistas. Por eso, aceptó el cargo de coordinador ejecutivo del Programa de Tránsito de la Municipalidad, desde donde coordina campañas de educación vial y, cada vez que puede, se suma a los operativos de tránsito para replicar su mensaje.