Rafael Correa juró el viernes pasado el cargo ante la Asamblea Nacional. Es el tercer mandato como presidente de Ecuador. Foto: EFE
Por Rogelio Alaniz
Rafael Correa juró el viernes pasado el cargo ante la Asamblea Nacional. Es el tercer mandato como presidente de Ecuador. Foto: EFE
Rogelio Alaniz
El pasado viernes, Rafael Correa asumió la presidencia de Ecuador por tercera vez. En las elecciones celebradas en febrero de este año obtuvo el cincuenta y siete por ciento de los votos, por lo que no fue necesario convocar a una segunda vuelta. No es la primera vez que Correa gana por una diferencia abrumadora. Algo parecido ocurrió hace cuatro años, cuando se impuso por un porcentaje parecido. Su popularidad en ese sentido está fuera de discusión y los resultados electorales lo confirman en toda la línea. Su rival inmediato, el empresario Guillermo Lasso, obtuvo el veinticuatro por ciento de los votos, es decir, treinta y tres puntos menos que Correa. Según la Constitución de Ecuador, éste sería el último mandato del hombre que llegó al Palacio Carondelet en 2006 y que cuando concluya el actual período redondeará alrededor de diez años consecutivos en el poder. Sus adversarios aseguran que en ese tiempo se las ingeniará para reformar la Constitución o convocar a un plebiscito que le permita quedarse por lo menos hasta el 2020. Él por lo pronto guarda riguroso silencio y promete seguir trabajando duro para sacar a Ecuador de la pobreza y el atraso. En el orden internacional, la muerte de Chávez lo ha colocado a Correa como su sucesor en América latina o entre los países del Unasur. Se trata de un líder carismático, con fuerte convocatoria popular y con un ejercicio severo de la autoridad. Los enemigos de Chávez son también los suyos. Estados Unidos, el FMI y los gobiernos de la región acusados de neoliberales encarnan el demonio a combatir. Como Chávez se considera un líder tercermundista del siglo XXI; como Chávez no disimula sus diferencias con Estados Unidos y, como Chávez, responsabiliza al neoliberalismo de los males y desgracias sufridos por los pueblos a lo largo del siglo veinte. También como Chávez, Correa llega al poder en el contexto de una crisis prolongada y terminal del sistema político. Conviene recordar, al respecto, que para el 2006 los últimos cinco presidentes de Ecuador no habían logrado concluir sus mandatos y uno de ellos, Abdala Bucaram, fue depuesto bajo la imputación de demencia. Aquí concluyen sus similitudes con el líder bolivariano muerto. Los acuerdos ideológicos básicos se contrastan con diferencias visibles acerca de la condición económica y social de los países que gobiernan y de la propia personalidad política de los protagonistas. Ecuador es un país que está creciendo, Correa es un líder respetado en la región, pero carece del recurso que transformaba a Chávez en un jefe político con trascendencia latinoamericana. Me refiero al petróleo y sus divisas. Chávez era querido en la región por su simpatía personal, pero sobre todo porque prestaba petróleo y plata. De esa “virtud” no dispone Correa, lo cual objetivamente limita sus posibilidades de liderazgo regional. Se dirá que Fidel Castro desde una isla aferrada al monocultivo logró marcar con su carisma a la segunda mitad del siglo veinte. Convengamos, de todos modos, que las condiciones históricas y culturales eran muy diferentes. Correa puede sentirse un jefe político carismático que, además, mantiene una excelente relación política con Castro, pero el siglo XXI hasta el momento suele ser reacio a despertar ilusiones revolucionarias como las que pudo alentar la revolución cubana durante los años de oro de la guerra fría. Chávez siempre se presentó como un jefe militar y a esa condición no la disimulaba, motivo por el cual el régimen de Venezuela con Chávez y ahora con Maduro, muy bien podría ser calificado de militar y plebiscitario. Esa adhesión castrense Correa no la tiene. Por el contrario, en el 2011 protagonizó un conflicto con la policía y un sector de las fuerzas armadas, al que no vaciló en calificarlo de asonada golpista, aunque sus adversarios dijeron que se trató de una fraudulenta puesta en escena. Mientras a Chávez más de un observador lo consideró un tosco jefe militar, una suerte de pintoresco coronel bananero, es muy difícil hacerle a Correa la misma imputación, estudiante aventajado de los salesianos y becario en la universidad belga de Lovaina, donde se recibió de licenciado en Economía con una tesis acerca del desarrollo económico en América latina. Antes de ser presidente, Correa fue ministro de Economía de Alfredo Palacios, cargo que abandonó de un portazo cuando se pactó con el FMI en términos que él consideraba ofensivo para el interés nacional. A su refinamiento teórico, Correa le suma una singular capacidad para ganarse las simpatías de los ecuatorianos y, sobre todo, de los sectores indígenas. En la reciente campaña electoral, una de las ventajas que tuvo con sus adversarios fue su dominio del quechua, idioma aprendido en su juventud, cuando en su condición de integrante de una misión juvenil salesiana, vivió más de un año en un pueblo perdido en la selva que responde al nombre de Zumbahua. El gobierno de Correa hasta el momento ha sido más discreto y eficaz que el de Chávez. Las reformas sociales son reales y, más allá de la retórica, la racionalidad económica se respeta. Desde hace años, el dólar es la moneda oficial de Ecuador. Correa prometió salir de ese lugar, pero hasta ahora no lo ha hecho porque sabe que, más allá de la propaganda, los perjuicios en lo inmediato serían mayores que los beneficios. Ecuador en estos años ha crecido a tasas muy buenas y no exhibe los escandalosos índices inflacionarios de Venezuela o Argentina. El modelo económico es definido como desarrollista, con una presencia ordenadora del Estado que no parece asfixiar a la empresa privada. Los niveles de corrupción también son diferentes, entre otras cosas porque Correa se ha propuesto librar una dura batalla. Ello no significa que no haya favoritismos, sobre todo de carácter político. O que desde el Estado no se atemorice a los empleados públicos con la cesantía o no se amenace a los comerciantes con clausurarles los locales. Por último, mientras Chávez se vanagloriaba de su socialismo del siglo XXI, Correa se cuida muy bien de usar palabras que no se corresponden con la realidad. Donde la identidad con Chávez se hace más fuerte es en el tema de las libertades públicas y, muy en particular, la relación con las libertad de expresión. El juicio iniciado al periodista del diario El Universo, Emilio Palacios, por una nota considerada ofensiva, concluyó con una condena para el diario de cuarenta millones de dólares, una colosal exageración destinada a amedrentar a periodistas y empresarios de medios. Parecida arbitrariedad cometió contra el diario La Hora, por una editorial titulada “Vandalismo oficial”. La ojeriza de Correa contra los medios, no es diferente a la de la señora de Kirchner. No deja de llamar la atención en ese sentido que durante su visita a la Argentina, Correa haya recibido un reconocimiento académico por parte de la facultad de Periodismo de La Plata, un disparate nacido de la obsecuencia y el servilismo ideológico, una decisión tan grotesca como otorgarle a Lázaro Báez el título de empresario schumpeteriano o a Amado Boudou la medalla de honor por su conmovido testimonio ético. El principal contrapeso de Correa en estos años, contrapeso curiosamente aceptado por él mismo, fue su vicepresidente Lenín Moreno, quien a pesar de su nombre, se perfiló como un político moderado y pluralista. Moreno aseguró que se retiraba de la política, pero para muchos puede ser el candidato preferido del oficialismo después de que Correa retorne al llano. Para que ello ocurra, será necesario que Moreno acepte ser candidato y Correa considere que, cumplido el tercer mandato, su ciclo ha concluido. Acerca de las alternativas hacia el futuro, siempre es arriesgado adelantar pronósticos, pero en el caso particular de Correa ese riesgo se multiplica, porque hasta la fecha el rasgo distintivo de los caudillos populistas fue el de mantenerse en el poder hasta “el fin de los tiempos”.
Donde la identidad con Chávez se hace más fuerte es en el tema de las libertades públicas y, muy en particular, la relación con las libertad de expresión.
El gobierno de Correa hasta el momento ha sido más discreto y eficaz que el de Chávez. Las reformas sociales son reales y, más allá de la retórica, la racionalidad económica se respeta.