Primer plano. Aquí en la foto, y también en la escena mundial, el foco está puesto en Hassan Rouhani. Foto: EFE
Por Rogelio Alaniz
Primer plano. Aquí en la foto, y también en la escena mundial, el foco está puesto en Hassan Rouhani. Foto: EFE
por Rogelio Alaniz [email protected]
Muy bien podría decirse que en las recientes elecciones en Irán ganó el más moderado de los reformistas y el menos integrista de los conservadores. El derrotado en toda la línea fue Ahmadinejad. Su fracaso fue tan absoluto que ni siquiera pudo imponer su candidato. Como se sabe, la singular democracia iraní le otorga al ayatolá Alí Jamenei atributos muy parecidos a los de un monarca absoluto. Temas como las relaciones exteriores, el programa nuclear y las acciones militares, dependen de él. El instrumento para ejercer el control sobre la sociedad y la política está a cargo de los llamados Guardianes de la Revolución, un cuerpo colegiado integrado por clérigos conservadores que actúan en sintonía con Jamenei. Fueron los Guardianes de la Revolución quienes tuvieron la última palabra con relación a los candidatos. Según se sabe, se anotaron en principio alrededor de seiscientos dirigentes, pero finalmente quedaron ocho. Los encargados de semejante purga fueron los Guardianes. En el camino, quedaron los reformistas Akbar Rafsanjani (muy reformista, pero comprometido con el atentado terrorista contra la Amia) y el propio candidato de Ahmadinejad, el señor Rahim Mashaei. Previamente, habían sido excluidos los dirigentes “verdes”, los mismos que desplegaron una masiva movilización en 2009 protestando contra el fraude cometido por Ahmadinejad en complicidad con el establishment religioso. De los ocho candidatos, uno era el caballo de comisario. Se trata de Said Yalili que ocupó un cómodo tercer puesto. De todos modos, los Guardianes de la Revolución en estos temas no dan puntada sin hilo. Si las urnas no favorecían a Yalili, estaba en carrera el alcalde de Teherán, Mohammad Qalibaf. Y si éste también era rechazado, había cuatro candidatos más, todos aceptados por la ortodoxia. El candidato moderado -un moderado bien visto por los Guardianes- fue Hassan Rouhani, un clérigo de sesenta y cuatro años, doctorado en leyes en Escocia, con una prologada carrera burocrática y política en la llamada Revolución Islámica. Como se sabe, Rouhani obtuvo más del cincuenta por ciento de los votos. Una victoria abrumadora que hizo innecesaria la segunda vuelta. Los candidatos del régimen quedaron a casi cuarenta puntos de diferencia y algunos ni siquiera figuraron. Cientos de miles de iraníes salieron a las calles de las principales ciudades a celebrar el triunfo. Sus consignas apuntaban contra la gestión conservadora de Ahmadinejad y a favor de propuestas reformistas. Los cánticos más repetidos por los jóvenes giraban alrededor de las libertades, libertad de expresión, libertad a los presos políticos, libertad para decidir sin tutelas religiosas. Muchos de esos manifestantes votaron por Rouhani por considerarlo el mal menor o el único candidato cuya presidencia permitiría abrir una brecha democrática en el interior del régimen. Por su parte, los líderes reformistas proscriptos llamaron a votar por Rouhani en nombre de la siempre opinable, pero muy práctica, teoría del mal menor. Rouhani, como ya se dijo, pertenece al riñón del establishment. No se debe perder de vista, por ejemplo, que su llegada a la presidencia es el retorno después de unos cuantos años de ausencia de los clérigos. Durante dieciséis años, este caballero de buenos modales y sonrisa piadosa, fue presidente del Consejo Supremo de Seguridad Nacional. Entre 2003 y 2005, negoció con Occidente el programa nuclear. Como no podía ser de otra manera, lo hizo con el aval de Jamenei. Entre sus antecedentes políticos destacados, figura el haber sido fundador de la Sociedad de Clérigos Combativos, una institución que es cualquier cosa menos tolerante y dialoguista. En 1999, con motivo de las movilizaciones estudiantiles en contra del cierre de un diario reformista, propuso la pena de muerte contra quienes hubiesen atacado a las instituciones o atentado contra el orden. Para los opositores, es un hombre de íntima confianza de Jamenei. La disidente Maryam Rajavi ha dicho desde el exilio que Rouhani “lo que menos tiene es de moderado”. La Premio Nobel de la Paz exiliada desde 2003, Shirin Ebadi, ha dicho que las elecciones son una farsa, que el mandamás sigue siendo Jamenei y que en Irán el problema no es la religión sino la falta de democracia. En una reciente conferencia de prensa, la ex jueza destituida del cargo por su condición de mujer, ha dado a conocer el número de presos políticos y mujeres lapidadas. Según ella, Irán es el país donde más ejecuciones se registran en el mundo, una tragedia que -según su punto de vista- el señor Rouhani no piensa resolver. ¿Entonces? ¿Nada ha cambiado, todo sigue igual? Arribar a esta conclusión sería simplificar un proceso político tensionado por contradicciones y diferencias cada vez más visibles. Rouhani es un hombre del régimen, pero no fue el candidato bendecido por el régimen. Esto fue percibido de inmediato por la gente, que orientó su voto en esa dirección. Los Guardianes de la Revolución hoy saben que sus candidatos son minoritarios, que la gente votó por el “menos malo” pero ese voto constituyó un gesto elocuente de disidencia contra su poder. Seguramente, no se equivocan los dirigentes opositores cuando aseguran que Rouhani no es reformista, sino un clérigo conservador de buenos modales. De todos modos, sus manifestaciones contra de las torpezas de Ahmadinejad fueron visibles. Y mientras éste fue presidente, la oposición de Rouhani se hizo notar en todos los terrenos. Conservador y religioso, su estilo político y su manera de abordar los problemas serán diferentes de la de su predecesor. Durante la campaña electoral llegó a decir que, con sus torpezas y pésimos modales, Ahmadinejad era el político que más favores le hacía a Israel. Y el que con más eficacia y empeño trabajaba para el aislamiento de Irán en el mundo. Las inevitables polémicas internas no impidieron que los gobernantes de los Estados Unidos y la Unión Europea percibieran que algo ha cambiado. Para todos, está claro que en Irán no se produjo una revolución o un cambio radical, pero también está claro que se han creado condiciones favorables para el diálogo, condiciones que por supuesto no caerán del cielo, sino que habrá que trabajarlas diplomáticamente. Por lo pronto, en sus primeras declaraciones, el flamante presidente electo ha manifestado su intención de dialogar, aunque afirmando los principios “sagrados” de la revolución islámica. Un tema clave como el programa nuclear no será modificado, aunque se insistirá en la voluntad de emplearlo con objetivos pacíficos. Con respecto a la guerra civil en Siria, ha dicho que se trata de un problema de los sirios y que Irán se mantendrá prescindente ¿Creerle o no creerle? Los Guardianes de la Revolución ¿piensan lo mismo? Hacia los países vecinos ha abierto la mano en son de paz y no ha tenido complejos en plantear una nueva relación con los Estados Unidos. De todos modos, lo que más ha movilizado a los moderados del régimen para promover un cambio, es la desesperante situación económica. Irán exhibe en estos momentos uno de los índices inflacionarios más altos del mundo, terreno en el que compite con la Argentina. La desocupación está por encima del catorce por ciento y, en los últimos dos años, la moneda se ha depreciado un ochenta por ciento. Las sanciones internacionales han dolido, y Rouhani es de los que creen que con un mínimo de diplomacia y buenos modales esta situación puede modificarse. Quienes miran con recelo este proceso son los líderes de Israel, muy en particular Netanyahu, para quien lo sucedido apenas alcanza a la categoría de maquillaje de un poder que en lo esencial sigue siendo el mismo. No piensa en los mismos términos Simón Peres, pero más allá de los matices y los enfoques, lo seguro es que en Irán algo ha ocurrido, algo está empezando a cambiar, y en todo caso será el futuro quien determine los alcances o límites de este cambio.
En Irán algo ha ocurrido, algo está empezando a cambiar, y en todo caso será el futuro quien determine los alcances o límites de este cambio.