Contra Al Sisi. Y a favor de Morsi. Las manifestaciones se reproducen en distintos países árabes, y en Egipto ponen al país al borde de la guerra civil. foto: efe
Por Rogelio Alaniz
Contra Al Sisi. Y a favor de Morsi. Las manifestaciones se reproducen en distintos países árabes, y en Egipto ponen al país al borde de la guerra civil. foto: efe
por Rogelio Alaniz [email protected]
El número de muertos supera las mil personas, los episodios de violencia se han extendido a las ciudades del interior, los Hermanos Musulmanes (HM) denuncian que los golpistas están incendiando sus mezquitas -aunque no dicen una palabra de las iglesias cristianas que ellos destruyen- y los militares, por su parte, aseguran que los templos controlados por los HM se han transformado en nidos de francotiradores. Religiosos y uniformados juegan a la guerra y si su objetivo solapado es concluir en una guerra civil, a decir verdad están a punto de lograrlo. Se insiste en plantear que el conflicto armado se desarrolla entre militares golpistas, corruptos y asesinos, y musulmanes fanáticos partidarios de un orden teocrático. Es una manera de entender lo que está sucediendo; una manera sencilla y cómoda que tiene mucho de verdad, pero no termina de dar cuenta de la real complejidad de la situación. Que las fuerzas armadas y los Hermanos Musulmanes se comportan como si fueran los protagonistas centrales de esta verdadera antesala de la guerra civil, es lo que parece evidente al primer golpe de vista, pero no bien se dispone de una información más completa se descubre que esa polarización binaria no da cuenta de cuestiones tales como -por ejemplo- el alineamiento del partido salafista Noor con los militares. Noor es una corriente islámica más radicalizada de los Hermanos Musulmanes, que sin embargo ha avalado el derrocamiento de Morsi. Y este hecho comprueba una vez más que quienes disputan el mismo espacio político y religioso pueden enfrentarse entre ellos con más saña que con sus enemigos previsibles. Los HM hoy salen a la calle a protestar por el derrocamiento de Morsi, pero hace unas semanas las multitudes que salían a la calle exigían su deposición en nombre de la democracia y el Estado de derecho vulnerado por los atropellos institucionales perpetrados por quienes ahora invocan las virtudes del Estado de derecho. Liberales, pacifistas, estudiantes, jóvenes cuyas prácticas políticas se iniciaron con las movilizaciones contra Mubarak, se manifestaron reclamando la renuncia del primer presidente electo en Egipto, quien supuso que su mandato incluía el derecho a transformar a Egipto en una teocracia musulmana. Los “liberales” -por llamarlos de alguna forma- golpearon las puertas de los cuarteles esperando que los militares derrocaran a Morsi y luego les entregaran el poder. Ilusiones de ese tipo son las que suelen encandilar a la mayoría de las corrientes políticas civiles cuando suponen que los generales de turno van a hacer el trabajo sucio para ellos. A los argentinos esas expectativas no nos deberían llamar la atención porque, con las evidentes diferencias del caso, los políticos criollos se dedicaron durante cincuenta años a “fragotear”, especulando con que los militares les resolverían los problemas que ellos no eran capaces de afrontar. El jefe militar responsable de las masacres se llama Abdel Fatah al-Sisi. Se dice que responde a Washington, aunque atendiendo a su trayectoria y al talante de la oficialidad egipcia, hay buenos motivos para suponer que, en primer lugar, responde a las fuerzas armadas, la estructura de poder más fuerte de Egipto, la que controla el Estado y, de hecho, gobierna en ese país desde 1952. Sisi, acusado hoy de ser el hombre que dio la orden de abrir fuego contra el pueblo, no sólo que es un militar respetado, sino que hasta hace unos meses era considerado un representante del ala moderada del ejército. Así se explica que en su momento Morsi lo propusiera como comandante en jefe, entre otras cosas porque además de su impecable foja de servicios se comportaba como un musulmán devoto. Los hechos posteriores demuestran que en Egipto a la única institución que los militares respetan es a las fuerzas armadas. Desde una perspectiva estricta del poder no se equivocan. Sobre todo en Egipto, donde los militares además de ejercer el clásico monopolio legítimo -y en más de un caso ilegítimo- de la violencia, disponen de un formidable poder económico, al punto de que para más de un observador ellos representan la verdadera burguesía nacional. Remedando una añeja consigna populista de la Argentina, Morsi en su mejor momento llegó a ejercer el gobierno, pero el poder siempre estuvo en manos de los militares y, como se podrá apreciar, lo siguen ejerciendo con todos los atributos del caso, incluidos los de la sangre. Lo hacen desde 1952, y es probable que desde antes. En el camino, hubo que sacrificar a algunos camaradas de armas, pero como se dice en estos casos: los generales -Mubarak incluido- pasan, pero los militares quedan. La otra institución tradicional y venerable en Egipto son los Hermanos Musulmanes. Existen desde 1928 y la mayor parte del tiempo lo han pasado en la clandestinidad. En todos estos años, han desarrollado en el seno de la sociedad civil una red de instituciones religiosas y asistenciales que les permiten reproducirse. Integristas fueron desde sus orígenes, aunque en su interior, como en toda institución representativa, es posible registrar orientaciones diversas que muchas veces tienen más relación con los temperamentos personales de los dirigentes que con diferencias religiosas, o de ejercicio de la autoridad. O, lisa y llanamente, con el oportunismo político consistente, en este caso, en presentarse a las elecciones como tiernas ovejitas y luego en el poder mostrar las uñas despiadadas y filosas del integrismo para después quejarse de la incapacidad de la democracia para cumplir con sus promesas. La situación de este país de más de noventa millones de habitantes y una venerable tradición histórica, es complicada, pero a la hora de tratar de entender lo que allí sucede, el camino menos aconsejable es el de explicar los hechos a través de teorías conspirativas o responsabilizando de lo sucedido a Estados Unidos y la Unión Europea. Insisto; es lo menos aconsejable aunque sea lo más cómodo. Al respecto, es bien sabido que adjetivar contra el imperialismo sale gratis y queda bien. El único problema es que por ese camino se renuncia a entender lo que ocurre y, sobre, todo a buscar algo parecido a la verdad. Valgan estas consideraciones para manifestar mi asombro por las opiniones de quienes sin ningún temor a equivocarse consideran que Obama es el responsable exclusivo de lo que sucede en Egipto. Por ese camino, los militares y los religiosos quedan liberados de culpa y cargo. Reflexionar en estos términos, significa en todos los casos un rechazo a reflexionar acerca de las responsabilidades de las clases dirigentes. Las consignas de Obama para Egipto han sido las de tolerancia y moderación; elecciones libres y Estado de derecho. Podrán ser genéricas o ingenuas, pero de allí a considerarlas perversas hay un largo trecho. Por supuesto que Estados Unidos y la Unión Europea tienen intereses creados en la región. Desde 1979 -seguramente desde antes- brindan una ayuda militar anual de varios miles de millones de dólares. Egipto es el país que más dinero recibe en la región después de Israel, pero de allí a deducir que la Casa Blanca es la responsable de lo que hoy está sucediendo no sólo es una mentira sino, sobre todo, una manera torpe de liberar de culpas a militares corruptos y clérigos fanáticos. Justamente, lo que la guerra civil en Siria y las actuales masacres en Egipto demuestran es que la responsabilidad del atraso, la pobreza y la barbarie en estas regiones corresponde de manera casi exclusiva a sus clases dirigentes. Hasta la fecha, cada vez que alguna crisis interna sacudió a estos países, la salida más cómoda fue echarle la culpa a los Estados Unidos o a Israel. Hoy, más allá del empecinamiento de cronistas internacionales en recitar la tradicional letanía contra el imperialismo, los hechos demuestran que los demonios no están afuera de las fronteras sino adentro.
La guerra civil en Siria y las actuales masacres en Egipto demuestran que la responsabilidad del atraso, la pobreza y la barbarie en estas regiones corresponde de manera casi exclusiva a sus clases dirigentes.