Por Rogelio Alaniz
Rogelio Alaniz
El general Von Nguyen Giap, considerado, tal vez con algo de exageración, como el “Napoleón Rojo” de Vietnam, murió en estos días en Hanoi, la ciudad de su vida, a los ciento dos años de edad. Desde hacía bastante tiempo estaba alejado de la política, pero no obstante ello era considerado un prócer de su patria, una suerte de reliquia viviente cuya fama y gloria sólo podía ser superada por la de Ho Chi Minh.
Había nacido en 1911 y desde su adolescencia se comprometió con la militancia política, un compromiso que en Vietnam se identificaba entonces con el Partido Comunista y la resistencia armada a las diferentes ocupaciones militares que padeció Indochina y en particular este atormentado país.
El enemigo jurado del colonialismo francés fue educado por una familia de esa nacionalidad cuyo buen pasar económico le permitió darle al joven Giap una educación esmerada, un atributo que le permitirá desarrollar sus condiciones intelectuales y un estilo de vida que a la periodista Oriana Fallaci le dará lugar para decir que le impresionó “como un snob francés, jovial y arrogante, pero, al mismo tiempo, aburrido como un día de lluvia”.
Sus estudios académicos lo habilitaban para el ejercicio de la literatura y la historia, pero su destino fue militar, un conocimiento que no lo aprendió en la academia sino en el propio terreno del combate. Giap nunca fue un militar de escritorio o un teórico de la guerra, porque a diferencia de los militares argentinos ironizados por Jorge Luis Borges, él desde muy joven oyó silbar las balas a su alrededor.
Su libro “Frente popular, ejército popular”, fue en su momento algo así como la Biblia de todo aspirante a guerrillero en los años sesenta, aunque el paso de los años lo ha declarado tan anacrónico y esquemático como el mítico “Libro rojo” de Mao o el Manual del Guerrillero, del Che Guevara.
Hijo de su tiempo y sus circunstancias, conoció desde muy joven los rigores de la militancia y la guerra. Su mujer, su hijo, su cuñada y su madre fueron tomados prisioneros por los franceses y muertos, algunos en las sesiones de torturas, otros como consecuencia de los rigores de la cárcel, para no mencionar el calvario de su cuñada quien fue guillotinada.
En su itinerario político y militar se incluye la lucha contra japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, los franceses hasta 1954 y, a partir de allí, la guerra “popular y prolongada” contra la ocupación yanqui, una guerra que se libró en Indochina, pero que a partir de los años sesenta tuvo como escenario el mundo entero, empezando por el propio Estados Unidos, cuyo sectores progresistas y pacifistas salieron a la calle para protestar contra una guerra que se hacía invocando la defensa de la patria a trece mil kilómetros de distancia.
Giap fue el general que derrotó a los franceses en la célebre batalla de Din Bien Phu, librada durante los primeros meses de 1954. Dien Bien Phu es la primera batalla en la que un ejército guerrillero decide enfrentar a un ejército regular de acuerdo con las reglas convencionales de la guerra. Es también la primera vez que un ejército colonial es derrotado en toda la línea, aunque en homenaje a la verdad hay que decir que el balance de la batalla dio como resultado alrededor de quince mil franceses muertos contra un saldo de cuarenta mil vietnamitas caídos en el campo de combate.
Los generales franceses no esperaban ser derrotado por Giap, porque en principio lo consideraban el jefe de un ejército de soldados indigentes y mal armados, soldados que desconocían las reglas de la guerra y cuyo única virtud era la de morir en el campo de batalla sin que ese detalle pareciera importarles demasiado.
A Giap se le atribuye haber planificado la hazaña de organizar el traslado de cañones y batería antiaérea a través de la selva, una epopeya consistente en trasladar los repuestos en bicicletas, carros y a pie. Fue esa imprevista línea de baterías la que derribó a los aviones franceses y sembró el terror en sus trincheras. En Dien Bien Phu los oficiales franceses deberían haber aprendido que no era aconsejable subestimar a los ejércitos de liberación, una conclusión algo tardía porque esa batalla puso punto final a la presencia de los franceses en Indochina, aunque al respecto hay que decir que pocos años más tarde los franceses volverán a tropezar con la misma piedra en Argelia, donde de nada les valió refinar los métodos de exterminio porque también fueron derrotados en toda la línea, una catástrofe que como contrapartida dejaron para todos los ejércitos de ocupación del mundo un conjunto sistemático de enseñanzas acerca de cómo desarrollar la guerra contrarrevolucionaria, metodología que el escritor Jean Larteguy explicita con los efectos siempre convincentes de la literatura.
De todos modos, y sin el ánimo de poner en tela de juicio los méritos de los vietnamitas en esta extenuante batalla, hay que decir que al momento de librarse, el colonialismo francés estaba políticamente derrotado, un argumento sostenido por más de un historiador para relativizar las condiciones militares de Giap.
De todos modos, Dien Bien Phu fue para el general vietnamita su máxima obra de arte, la batalla donde pudo desplegar su capacidad organizativa, su don de mando y su propio genio militar. Durante la ocupación norteamericana Giap se desempeñó como ministro de Defensa y en 1968 se le atribuyó haber organizado la llamada “ofensiva del Tet” una maniobra militar de gran alcance que se propuso ocupar militarmente cuarenta capitales provinciales.
El balance de esta ofensiva fue desastroso para los comunistas. El precio del error estratégico fue de cientos de miles de muertos, pero como contrapartida las bajas de los norteamericanos fueron proporcionalmente tan altas que la aceitada propaganda vietnamita se las ingenió para poner en un primer plano esos muertos cuyo número escandalizó a la opinión pública norteamericana.
Giap nunca terminó de hacerse cargo de ese error y, en algún momento atribuyó la derrota a los apresuramientos del FLN e incluso sugirió que existía la intención de sacrificar a los comunistas de Vietnam del Sur, cuyos mandos políticos militares se habían independizado más allá de lo aconsejable del mando de los comunistas de Saigón.
Por último, están quienes sugieren que Giap al momento de la ofensiva militar estaba en Europa del este, por lo que poco y nada tuvo que ver con esta decisión que, más allá de las interpretaciones que se hagan representó para los comunistas un fracaso por el cual pagaron un alto precio.
A Giap se le reprocha su indiferencia por el factor humano, es decir, se le imputa su disposición a tratar a los soldados como objetos y su absoluta indiferencia por las pérdidas de vida. El reproche puede ser atendible desde el punto de vista del humanismo, pero en ningún caso se debe perder de vista que un juicio humanista no suele ser el camino más justo para evaluar las condiciones de un militar cuyo objetivo es ganar batallas.
Indiferente o insensible, Giap nunca perdió de vista que la superioridad que los vietnamitas tenían contra los ejércitos de ocupación era en primer lugar, humana, en tanto sus soldados sabían que luchaban por una causa justa como era la defensa del país, mientras que los soldados de los ejércitos coloniales se comportaban más como mercenarios a sueldos que como combatientes de una causa por la cual vale la pena dar la vida.
¿Qué pensó Giap del posterior desarrollo de Vietnam. No lo sabemos, pero seguramente habrá tenido las mismas dificultades que acosaron a sus camaradas de armas para construir la paz o hacer realidad las promesas del socialismo en un país arrasado por la guerra y con recursos humanos cuya habilidad más destacada durante décadas fue la de combatir. Quienes lo conocieron aseguran que era un hombre consciente de su poder, como lo afirma la periodista Oriana Fallaci, quien lo describe como un hombre de no más de un metro y medio de estatura, con rasgos y modales destacables, salvo sus ojos, que al decir de la periodista italiana “sus ojos eran lo más inteligente que quizás haya visto jamás”, un reconocimiento indispensable por parte de una mujer que nunca simpatizó con él y que no solía ser generosa a la hora de ponderar las virtudes de los hombres.
A Giap se le reprocha su indiferencia por el factor humano, es decir, se le imputa su disposición a tratar a los soldados como objetos y su absoluta indiferencia por las pérdidas de vida
Los generales franceses no esperaban ser derrotados por Giap, porque en principio lo consideraban el jefe de un ejército de soldados indigentes y mal armados.