Ilustración Lucas Cejas
Por Rogelio Alaniz
Ilustración Lucas Cejas
por Rogelio Alaniz
La Alianza Libertadora Nacionalista apoyó el golpe de Estado del 4 de junio de 1943, pero confrontó con Perón y los militares cuando en 1944 Ramírez rompió relaciones con el Eje y, al año siguiente, es decir en los primeros meses de 1945, le declaró la guerra a través de un decreto firmado por Perón. Para Queraltó y sus seguidores, la decisión fue una traición en toda la línea al ideario nacionalista. Los argumentos de Perón y Farrell acerca de que la ruptura no era más que un trámite formal porque los alemanes estaban derrotados, no lograron convencer a nacionalistas para quienes la causa del Eje se identificaba con la liberación de los pueblos periféricos. Ocurre que para inicios de 1945 Perón, presionado por los acontecimientos internacionales e internos, decidió una suerte de apertura política que incluyó la legalización de los partidos, la reincorporación de los docentes cesanteados en la universidad y el respeto a las libertades garantizadas por la Constitución. Perón no se había hecho liberal y republicano de la mañana a la noche, sino que con sus actos estaba demostrando sus notables recursos de maniobrero político y su condición de oportunista consumado, ya que lo que estaba haciendo estaba en abierta contradicción con todo lo que había sostenido hasta ese momento. Perón, en definitiva, intentaba adaptarse a las nuevas circunstancias, una maniobra que estos nacionalistas -dogmáticos e ideológicos- no estaban en condiciones de entender y, mucho menos, compartir en nombre de un realismo político que para ellos se identificaba con la traición y la más descarada mala fe. Las disidencias de la ALN con Perón recuerdan las turbulencias entre Franco y la Falange, conflicto que el Generalísimo resolvió “sabiamente” mandándolos como combatientes voluntarios al frente de Rusia con la famosa Brigada Azul. A través de ese recurso, Franco mató dos pájaros de un tiro: conformó a Hitler que le reclamaba solidaridad en la guerra y, al mismo tiempo, se sacó un problema de encima. La neutralidad para la Alianza era algo más que una prescindencia en la guerra. Según ellos, en esa neutralidad se jugaba una cuestión de honor y un proyecto estratégico de liberación del principal enemigo que no eran Alemania e Italia, sino Gran Bretaña, los Estados Unidos y lo que se calificaba como la sinarquía internacional. Los aliancistas no ignoraban que el Eje para 1945 estaba derrotado, pero consideraban que en nombre de los principios había que continuar resistiendo al dominio anglosajón y el acuerdo entre el capitalismo liberal y el comunismo ateo. Perón trató de explicarle a Queraltó y sus seguidores los motivos de sus decisiones y cuando este procedimiento se cerró, procedió a reprimirlos sin asco, motivo por el cual Queraltó y algunos de sus acompañantes fueron a dar con sus huesos a la cárcel. Giordano Bruno Genta -de quien no se sabe con certeza si estuvo en la Alianza o si fue un excelente camarada de ruta- declaró en más de una ocasión que nunca se afilió al peronismo porque estimaba que Perón era un oportunista y un traidor. La respuesta irónica de Perón a ellos fue el de considerarlos piantavotos e idiotas útiles, imputación que diez años después le hará a los nacionalistas que se sumarán a la oposición a su régimen debido al dictado de leyes antirreligiosas. Los chisporroteos políticos con la ALN concluyeron cuando se produjo el 17 de octubre y Perón lanzó luego la consigna “Braden o Perón”. Allí los militantes de la ALN se sumaron con entusiasmo a la nueva causa, entusiasmo que no excluyó desconfianzas y recelos. Así se explica que para las elecciones de febrero de 1946 los aliancistas apoyaran a Perón pero llevaran una lista propia de candidatos, lista que incluía entre otros al sacerdote Leonardo Castellani y el apoyo caluroso del historiador José María Rosa y el dirigente Oscar Bidegain. La Alianza en esos comicios obtuvo 25.000 votos. ¿Eran nazis los aliancistas? Como buenos nacionalistas ellos siempre dirán que son argentinos, pero está claro que en lo fundamental simpatizaban con la experiencia de Hitler y, sobre todo, con la de Mussolini. De todos modos, sería simplificar esa experiencia política calificándolos de fascistas o nazis a secas, no porque no lo fueran o no simpatizaran con ellos, sino porque en su identidad había otros componentes históricos que iban más allá de la calificación un tanto esquemática de nazis o fascistas. De todos modos, el romance de Perón con la Alianza no duró mucho. El gobierno ideal para la ALN era la dictadura nacional y popular, sin partidos políticos ni libertades republicanas, sin Parlamento y con tutela religiosa. Perón seguramente en su intimidad no desaprobaba ese proyecto, pero sabía muy bien que para mantenerse en el poder no podía hacer lo que quería, sino lo que podía. Cuando en su condición de presidente electo, Perón decidió aprobar las Actas de Chapultepec, el acuerdo de países americanos celebrado en México y que, como dijera Frondizi, no hizo otra cosa que poner a los países de América Latina detrás del carro triunfal de Estados Unidos, la ALN lanzó la acusación de “traición”. Como para profundizar las diferencias, a Chapultepec se sumó luego la decisión de Perón de reconocer al Estado de Israel y reanudar relaciones con la URSS. La respuesta de Perón a esos desplantes -luego de los previos cabildeos verbales- será la represión, la ilegalización de sus publicaciones y el cierre de sus locales. Los aliancistas reivindicaban la dictadura, pero por esas astucias de la política, en esos momentos estaban sufriendo las consecuencias de lo que postulaban en su propio cuerpo, al punto que muy bien podría decirse que la historia de la ALN en esos años es la historia de sus persecuciones y detenciones promovidas por el gobierno al que ellos apoyaban “críticamente”. En 1953 el peronismo en el poder terminó por quebrar a la Alianza propinándole una derrota definitiva. En abril de ese año, Patricio Kelly, apoyado por un grupo de matones y policías, tomó el local de la ALN de San Martín y Corrientes. Según Kelly, la maniobra se realizó para desnazificarla, pero lo cierto es que a partir de ese momento la Alianza se transformó en un grupo de choque del peronismo o, para decirlo de una manera más elegante, se peronizó. Según Queraltó, Kelly era un vulgar matón que había sido expulsado de la Alianza en 1946 por corrupto. Para Queraltó, Kelly pudo hacer su faena porque contó con el apoyo del ministro Ángel Borlenghi, una persona que para él reunía las condiciones del mal: había sido socialista y estaba casado con una judía. Perón, por su parte, se desentendió de lo sucedido con Patricio Kelly y cuando le concedió una entrevista a Queraltó, lo aconsejó con una frase típica de su arsenal retórico: “Desensille hasta que aclare”. A los pocos días Queraltó fue atacado por un grupo de sicarios en un bar de Plaza Once, donde le propinaron una feroz paliza, motivo por el cual se refugió en la embajada de Paraguay, país al que se fue a vivir y de donde regresará a la Argentina recién en 1969. El capítulo final de la Alianza se escribió el 21 de septiembre de 1955, cuando en el contexto de la llamada Revolución Libertadora los aliancistas se agruparon en su local de San Martín 392, casi esquina Corrientes. Según las crónicas de la época, el ejército rodeó el local con tanques Sherman y hombres armados e intimó a los rebeldes a rendirse. La respuesta fue tajante: no traicionamos ni nos rendimos. Inmediatamente comenzó el bombardeo que dejó en ruinas el local histórico de la ALN y un tendal de cincuenta muertos e innumerables heridos. Con ese episodio sangriento concluyó el ciclo de la Alianza Libertadora Nacionalista, una corriente política que prefiguró al peronismo, luego fue perseguida por Perón y concluyó su periplo siendo la única fuerza civil que decidió enfrentar a los golpistas en defensa del régimen peronista.
Una corriente política que prefiguró al peronismo, luego fue perseguida por Perón y concluyó su periplo siendo la única fuerza civil que decidió enfrentar a los golpistas en defensa del régimen peronista.