Rogelio Alaniz
“Los pueblos no se liberan con humanismo, república y democracia”. Adolfo Hitler
Es raro. La señora estuvo ausente un mes y en ese tiempo mejoró su imagen. Un mes sin discursos diarios y sin atril y la señora creció en la estima popular. Es como que cuanto menos se la ve y menos interviene, más adhesiones recibe. Dicho con otras palabras: su ausencia es garantía de popularidad. Por lo pronto, no sabemos con certeza cuándo regresará a la Casa Rosada. Nuestra ignorancia en materia de tiempos se compensa con nuestra certeza de que seguirá siendo idéntica a sí misma. Para ponerle límites a las efusiones sentimentales del caso, alguna vez se dijo que la muerte no hace a la gente ni más buena ni más mala. Lo que vale para la muerte, vale para la enfermedad: un trastorno cerebral, una arritmia cardíaca no tienen por qué cambiar la personalidad de nadie.
Por el contrario, conociendo el paño es muy probable que al llamado “efecto lástima”, la señora lo aproveche para consolidar los rasgos más desagradables de su personalidad política. La suposición no es arbitraria: si cuando murió su marido hizo de las lágrimas y el luto una macabra puesta en escena, ¿por qué no hacerla con la enfermedad, por qué no retornar al melodrama, ese recurso sentimental y coqueto que distingue una de las más nobles y rancias tradiciones del populismo criollo?
De todos modos, la ausencia de la presidente durante un mes ha puesto en evidencia algo que por obvio a veces no se percibe con la nitidez que merece: el país -para bien o para mal-, pudo funcionar sin Ella. Es más, el gobierno en particular pudo funcionar sin Ella. Esto quiere decir que con su licencia la señora brindó una lección magistral a quienes reivindican la consigna “Cristina eterna”.
Un mes de ausencia es un lapso prudente para verificar que no sólo el país puede vivir sin ella, sino que también el peronismo pudo prescindir de su presencia. La lección brindada por la señora incluye un inquietante mensaje a todos los políticos: el país muy bien podría funcionar sin la necesidad de ellos, sobre todo en un tiempo donde los propios políticos parecen competir para ponderar las apelmazadas virtudes de la administración. ¿O no se les ocurrió pensar que si la política se reduce a la administración neutral de las cosas, la política y los políticos pasan a ser objetos descartables, algo así como ser almirante en Bolivia?
Como para que no quede duda respecto de las intenciones pedagógicas de la señora, tomó la elegante y discreta decisión de dejar a Amado Boudou como presidente, un gesto elocuente -y de alguna manera demoledor- acerca de que la Argentina puede navegar por el proceloso mar de la historia bajo la conducción de un aventurero y un arribista social ¿Cristina al gobierno, Boudou al poder? Es probable. Como también puede ser probable a la inversa, ya que en el universo de las consignas populistas hemos aprendido que el orden de los factores no altera el producto.
El regreso de la señora puso en juego otro de los imaginarios caros a la fantasía populista: el retorno. No ha habido en este caso pintadas en las paredes con la consigna “Luche y vuelve” o “Cristina vuelve”. Esta vez la decisión no ha dependido de la lucha de las bases, sino de la aséptica decisión profesional de los médicos y las prudentes sugerencias de Florencia y Máximo, un dato de la realidad que no debería desanimar a ningún populista con sangre en las venas, porque hay buenos motivos para suponer que para el retorno de Perón influyeron más que la mítica resistencia del pueblo peronista, los asesoramientos de Isabel, su señora esposa y futura presidente de los argentinos, y de José López Rega, su sagaz secretario privado, futuro hombre fuerte de los argentinos y fundador de memorables instituciones nacionales y populares como las Tres A.
A modo de conclusión, sabemos que la señora retorna el lunes y presumimos que se va en 2015. Tan desopilantes son las situaciones en este bendito país que el destino permite que los opositores vivan como una jubilosa victoria que los comicios del mes pasado cerraron las puertas para el proyecto “Cristina eterna”. Ahora sabemos que la señora no continuará en el poder después de 2015, pero no estamos en condiciones de poner las manos en el fuego sobre si efectivamente va a llegar a 2015.
Como para curarme en salud digo -como dicen la mayoría de los argentinos- que el mandato constitucional se debe cumplir, que a la señora -como en el conflicto del campo, por ejemplo- la deben derrotar las instituciones. Dicho esto, agrego que las turbulencias de la economía, la sociedad y la política pueden derribar las mejores intenciones institucionales, una observación que de todos modos merece relativizarse, ya que la propia Constitución Nacional prevé soluciones para todos los casos. Para desalentar cualquier especulación destituyente, digamos que el gobierno ya se las ha ingeniado para gobernar estos dos años disponiendo de instrumentos financieros y económicos obtenidos gracias al prudente y sabio principio de la emergencia permanente.
La pregunta a hacerse a continuación sería la siguiente: Si el gobierno no va a cambiar y si por este camino marchamos a un reventón social, ¿cuál es el futuro que nos aguarda? Una posibilidad -la que alientan los sectores pragmáticos del gobierno- es la de patear la pelota para adelante y dejarle a las futuras autoridades el obsequio de una bomba activada con la mecha corta; la otra es ser devorados por la crisis social. ¿Cuál es el escenario más favorable? No lo sé. Estamos en manos del destino, pero sobre todo, estamos en manos de un gobierno persuadido de que es maravilloso y, por lo tanto, convencido de que debe ir por más, que los problemas que atormentan a la Nación no nacen del error, sino de no persistir en él.
En términos de sentido común, la posibilidad menos mala sería la de llegar a 2015 con la esperanza de poder conjurar los efectos de la bomba de tiempo que dejó activada el gobierno nacional y popular. La otra alternativa es que el gobierno cambie. La hipótesis es más teórica que práctica; más especulativa que realista porque los gobiernos populistas lo único que cambian en serio es la cuenta bancaria de sus funcionarios. El kirchnerismo, en particular, es temible no por la riqueza que reparte sino por la riqueza que roba. No, no va a cambiar. En primer lugar porque no quiere hacerlo y, en segundo lugar porque no sabría cómo hacerlo.
Como balance desesperanzado y melancólico hoy sabemos que la señora se fue por razones de salud, pero los problemas se quedaron; que la señora vuelve pero los problemas siguen, y que en 2015 la señora se va, pero los problemas no. La herencia populista no debería sorprender a nadie; en todo caso, lo que sorprende, y en algún punto maravilla, es la persistencia de la sociedad en adherir con renovado entusiasmo a la añeja y devastadora mercancía populista. Es verdad que el narcotráfico nos acecha y debemos prepararnos para resistir sus embates, pero previamente sería deseable admitir que si la droga nos evade de la realidad y nos traslada a paraísos artificiales, lo que nos está dañando a los argentinos no es tanto la cocaína como esa lúgubre y aciaga adicción al populismo