El presidente iraní Hassan Rohaní anuncia a los medios de su país el acuerdo de limitaciones al programa nuclear firmado con varias potencias extranjeras. Foto: EFE
Por Rogelio Alaniz
El presidente iraní Hassan Rohaní anuncia a los medios de su país el acuerdo de limitaciones al programa nuclear firmado con varias potencias extranjeras. Foto: EFE
Rogelio Alaniz
Antes de evaluar el alcance del acuerdo de limitaciones al programa nuclear de Irán, a cambio del levantamiento de sanciones económicas, convendría despejar algunas informaciones incompletas. En principio, el acuerdo no fue firmado sólo por Estados Unidos sino por otros países, entre los que se encuentran Alemania, Rusia, China, Francia y Gran Bretaña, acuerdo en el que efectivamente Estados Unidos cumple un rol gravitante pero no exclusivo.
En segundo lugar, Israel condenó con términos muy duros ese acuerdo, pero también Arabia Saudita se opone a un entendimiento que, a juicio de su casta dirigente, favorece la militarización y expansión de Irán, un país al cual tienen buenas razones para temerle.
Habría que señalar, además, que el acuerdo es por seis meses y que las tratativas se venían gestionando en secreto desde principios de año, es decir, unos meses antes de que Hassan Rohaní fuera electo presidente.
Las condiciones del acuerdo son a grandes rasgos las siguientes: Irán podrá seguir enriqueciendo uranio a un nivel máximo del cinco por ciento; el uranio enriquecido a mayor nivel será diluido con el fin de evitar que sea usado para fabricar bombas atómicas; no serán ampliadas las plantas de enriquecimiento y no se construirán nuevas; se suspende la construcción del reactor de Arak, porque podría producir plutonio y se suspenderá la producción de combustible para abastecerlo; los inspectores de la Organización Internacional de Energía Atómica (Oiea) dispondrán de plenas libertades para inspeccionar las plantas y asegurar que el pacto se está cumpliendo. Por su parte, las seis potencias firmantes no impondrán sanciones y suspenderán los embargos establecidos para los sectores productores de metales preciosos, fabricación de automotores y exportación de petroquímicos.
Según Obama, el acuerdo es histórico y marca un antes y un después en las relaciones internacionales mundiales. Algo parecido piensan los titulares políticos de las grandes potencias y los propios comentaristas internacionales. De acuerdo con este punto de vista, el acuerdo no sólo es importante para la paz en Medio Oriente, sino que su naturaleza responde en esencia a las nuevas condiciones políticas de la globalización en el siglo XXI, condiciones cuyo rasgo central es la aceptación de un mundo multipolar donde Estados Unidos sigue siendo importante, pero ya no decide de manera unilateral como lo hiciera -por ejemplo- en los casos de Afganistán o Irak.
Sin perder esta perspectiva optimista, John Kerry ha admitido que el entendimiento genera algunos riesgos, pero confía en la capacidad de Estados Unidos y sus aliados para hacer cumplir lo firmado. Conclusión: Obama, Kerry, pero también Hollande y los jefes rusos estiman que el acuerdo firmado en Ginebra garantiza hacia el futuro un mundo más seguro para todos.
Según las grandes potencias a Irán se le han puesto límites reales a su pretensión de construir su primera bomba atómica. La cláusula del cinco por ciento sería uno de esos límites infranqueables, sobre todo si se tiene en cuenta que para llegar a la bomba atómica hace falta un noventa por ciento de uranio enriquecido, un porcentaje que aparentemente Irán está muy lejos de acceder, aunque, según los líderes israelíes, lo más complejo es avanzar en los diez primeros puntos.
¿Qué piensa Irán al respecto? Por lo pronto, lo que resulta evidente es que las sanciones estaban asfixiando a este país, por lo que se imponía, por lo tanto, arribar a un acuerdo que le permita a Irán acceder a bienes y recursos indispensables para sostener la economía de su conflictivo frente interno. Por lo pronto, este acuerdo le representa a Irán la posibilidad de acceder a bienes por el valor de alrededor de siete mil millones de dólares.
Y con respecto a su nunca desmentida pretensión de fabricar la boba atómica, ¿qué dicen? No renuncian a ese objetivo, pero, además, su evaluación de lo sucedido en Ginebra difiere de la que elaboran Estados Unidos y sus aliados. En efecto, para Rohaní lo importante no es el límite del cinco por ciento, sino que por primera vez los países de Occidente reconocen de hecho y derecho que Irán puede seguir enriqueciendo uranio, una consideración que paradójicamente no es diferente de la que -por razones opuestas- hacen Israel y Arabia Saudita. Concretamente, para Irán lo sucedido se vive como una gran victoria, victoria relacionada con su objetivo estratégico de disponer en un futuro inmediato de su propia bomba atómica.
¿Quién está equivocado: Irán o sus aliados? Es verdad que en los acuerdos cada país firmante presenta lo hecho como un triunfo nacional de su diplomacia, pero no es menos cierto que en Irán el acuerdo firmado no ha sido vivido como una derrota sino como el triunfo de una causa a la que nunca renunció: disponer de su bomba atómica, y considerar a Israel el enemigo principal a destruir.
Si todos creen que cumplieron sus objetivos particulares, ¿de qué lado está la razón? Imposible dar una respuesta, porque el acuerdo es lo suficientemente amplio como para que efectivamente cada una de las partes considere que se impuso su punto de vista. Desde una perspectiva estrictamente política, el texto firmado es apenas un punto de partida, cuyo desenlace dependerá de las relaciones de poder entre intereses que nunca dejaron de considerarse antagónicos, porque, como suele ocurrir en estos casos, cada una de las partes reivindica su propia razón, pero ella está en contradicción con las otras razones.
Estados Unidos, y en particular la administración de Obama, necesita firmar este acuerdo con la esperanza de poner límites a los ultras de Irán y, por qué no, a los ultras de Israel. La intención puede que sea buena, pero las grandes políticas mundiales no se resuelven con buenas intenciones o, por lo menos, esas buenas intenciones no alcanzan para dar cuenta de conflictos complejos y profundos.
A Israel, por su lado, no le falta razón en poner el grito en el cielo por un acuerdo con un enemigo que ha jurado destruirlo y que hasta el momento nunca renunció a ese objetivo. Al optimismo de Obama de haber arribado a un gran acuerdo histórico, Netanyahu no vaciló en calificarlo como un monumental error histórico, una decisión que legitimaría las pretensiones belicistas de Irán.
Netanyahu no lo dice, pero atendiendo al contenido y al tono de sus declaraciones, de hecho el acuerdo de Ginebra reúne las características de aquel otro acuerdo que en su momento Francia e Inglaterra firmaron en Munich con Alemania, con el objetivo de contribuir a la distensión, cuando en realidad -como los acontecimientos se encargaron de probarlo- lo que hizo fue fortalecer a Hitler.
Conclusión: para Netanyahu el mundo ahora es mucho más inseguro porque los iraníes se han salido con la suya. “Si dentro de cinco años -dice un ministro de Netanyahu- estalla una maleta nuclear en Nueva York, Londres, París o Madrid, será por el acuerdo firmado hoy”.
¿Exagerado? Tal vez, pero en todos estos años, Israel ha aprendido que en la relación con sus enemigos ninguna exageración es poca. Según Netanyahu, el régimen de los ayatolás no es confiable. Pueden firmar acuerdos y empeñar su palabra de honor, pero ni su firma ni su palabra merecen respetarse porque la han traicionado infinidad de veces. Siempre desde esta perspectiva, no reconocer la naturaleza autoritaria y teocrática del régimen iraní y sus maniobras consistentes en decir una cosa y hacer otra, o ponderar los beneficios de la paz, mientras alientan y financian bandas terroristas, es ingenuidad o torpeza diplomática.
No es la primera vez que Israel discrepa con Estados Unidos, motivo por el cual el presidente Obama ha admitido que en los próximos días mantendrá reuniones con Netanyahu para arribar a un acuerdo mínimo, que permita sostener una relación que históricamente siempre fue mucho más allá de las buenas relaciones diplomáticas.