Se conoció en la semana el caso de una mujer que tuvo whasappitis o wasapitis (en su versión criolla). Desconozco casi todo sobre tecnología, pero suena terrible. Pobre mujer. Pero a poco de indagar uno se entera de un montón de otras enfermedades nuevas. Y de verbos que no existían. Cualquier problema, mensajeame, nomás, que me gusta.
TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).
Es muy jodido tener whatsappitis, la inflamación del whatsapp, nueva parte de nuestro organismo que coincide con los pulgares e índices, e incluye las callosidades en los pulpejos. Parece que una mujer de 34 años (el sexo y la edad me suenan a estigmatización, a caso promedio, a invención, pero acá estamos para tocar e irnos: investigaciones más profundas, favor de dirigirse al escriba o medio apropiado), utilizó el sistema de mensajería instantánea conocido como whatsapp o watsap durante más de seis horas de manera ininterrumpida. Así que tuvo una tendinitis severa en muñeca y pulgar, por sostener durante tanto tiempo el smartphone. O sea: smartphoneó y whatsappeó al mismo tiempo. Eso trae consecuencias, seguro. Resulta que también reportaron casos en el pasado de nintendinitis (horas jugando al nintendo) y más recientemente de wiitis, por darle a la wii. Con la cantidad de enfermedades que el mundo tiene y que aterrizan solitas sobre los humanos, sin buscarlas, que estos tipos salgan a conseguir dolencias nuevas ya es llamativo, y semejante tontería no se redime siquiera con el hecho de ser los primeros, los creadores... Tiene que ver con la tecnología, desde luego, y con la inusitada dependencia que ella genera en determinadas personas. En el caso de los celulares, internet y afines, está en juego la conexión real y sobre todo potencial con “todo”. Dime de lo que te jactas y te diré de lo que careces. Sospecho que todos estos tecnópatas, ludópatas, whatsáppatas, wiípatas y otros patas por el estilo en realidad tienen enormes carencias afectivas y comunicaciones, aunque se muevan como peces en el agua entre redes sociales y lo último de la tecnología digital. En tren de adaptarnos, quizás el hombre del futuro desarrolle (además de callosidades y tendones más gruesos en la mano hábil) pequeños deditos en los dedos whatsappeadores, unas especies de verruguitas simpáticas y funcionales que nos van a permitir mensajear mejor. Va a ser más difícil sacarse los mocos, pero en toda mejora, en toda construcción de algo bueno, se pierden o sacrifican cosas. pienso también en esa gente que no puede desconectarse: una inflamación, un dolor, una callosidad es bastante más benévolo que te atropellen en la calle por pavear con el celular. O sea que la sacaron barata... Otro costado del tema, además de cultural, social y médico, es idiomático. Yo no me voy a hacer ahora, justo desde esta sección levantisca y desregulada, una apología del buen uso del idioma. Pero a mí dan cosita los nuevos términos y verbos que se incorporan ligeramente al torrente idiomático (mirá con cuanta heracliteana poesía lo digo) sin análisis, sin anestesia, sin sentido... Ya me cuesta digerir, por más legitimación de uso que el hablante le otorgue todos los días, “consensuar” (verbaliza el sustantivo consenso y desprecia a acordar, convenir y otros) o implementar; imagínense entonces con mensajear (suena a masajes, pero no...), feisbucear, sextinguear (apunta a sexting, que no es el sexto mensaje que uno manda, sino el chateo intercelular con contenido erótico), selfiar (de selfie, las fotos o autorretratos que uno mismo se saca para compartir con los demás), twittear, entre otros. ¡Cómo cambió todo! Nuestra mayor osadía era hacer alguna alusión a siestear. Y la inflamación duraba un ratito nomás.