La educación de un alumno incluye la disciplina como doctrina y enseñanza, especialmente en lo moral. Disciplinar es instruir dando lecciones que, en tanto lecciones, son acciones y ejemplos que enseñan el modo de conducirse. Mediante la disciplina se busca reglar y ordenar el modo de vivir.
El diálogo entre alumnos y docentes es clave para conocer sus sentimientos, aún cuando éstos no cumplan con indicaciones escolares.
“Pablo no llevó el libro de ciencias, Melina no hizo la tarea de Matemática, Paola no se puso la chomba del uniforme y Lisandro empujó a Esteban contra una pared del patio. Los puntos en común que tienen estas situaciones son tres: que ocurren en la escuela; que, cas sin mediar palabra, a Pablo, Melina, Paola y Lisandro se les pide el cuaderno de comunicaciones para enviar una nota a los papás; y que las docentes en cuestión no saben por qué ése, su alumno, no llevó el libro, no hizo la tarea, fue sin chomba o empujó a un compañero. Porque no les preguntan. Porque, sin indagar, toman medidas desconociendo las razones. Y esos niños sufren consecuencias, de las que la reprimenda que puedan recibir de los padres no es la peor…”
Cuando un niño comete una falta es importante hacérsela notar como tal, pero si la acción del adulto se limita a eso, “castigándolo”, no hay enseñanza ni aprendizaje. Al menos no los que deberían provocarse.
La ley de causa y efecto y de motivos y consecuencias es válida a todo nivel y aplicable a cualquier tipo de situación y vinculación, de las que el binomio maestro-alumno no está exento. Si, por ejemplo, Pablo no trajo a clase el libro de ciencias, tengo que saber si es porque lo olvidó, lo prestó y no se lo devolvieron, lo perdió o se lo robaron dentro de la mochila, porque de la razón que sea dependerá el llamado de atención o reprimenda que yo deba hacerle.
Hay niños que tienen facilidad para explicar espontáneamente que no recordaron llevar el libro ese día; que no hicieron la tarea porque los papás discutieron toda la tarde y, como se asustaron, no pudieron pensar; que gracias a que llueve hace dos días la chomba del uniforme no se secó, y tienen esa sola; o que las burlas permanentes de los compañeros colmaron su capacidad de aguante y entonces se defendieron “como les salió”… Pero así no son todos. Hay también muchos niños que, por timidez o vergüenza, no tienen la tendencia a hablar y, por el contrario, se silencian, sufriendo ese “traeme el cuaderno” como una injusticia ante la que no pueden defenderse. Y eso los corroe y cercena por dentro, sin el más mínimo saldo positivo, porque no tienen la posibilidad de aprender del error, ya que la sensación de impotencia e injusticia acaban teniendo mucho más peso que el darse cuenta de que incurrieron en una falta.
“Notitas” para los más pequeños e incumplimientos, sanciones, apercibimientos y amonestaciones para los de más edad deberían ser llamados de atención directamente ligados a la falla cometida, previa averiguación de por qué se cometió. Sin excepciones. Conocer el motivo por el que el alumno no cumplió con lo que se esperaba que hiciera da al docente la posibilidad de poder distinguir a los desinteresados, insolentes, irresponsables y rebeldes de los que no lo son, pudiendo así (y sólo así) obrar en consecuencia. “Metiendo a todos en la misma bolsa” solamente se consigue hacer pagar a “justos por pecadores” y profundizar el silencio de aquellos a quienes cuesta hablar.
(*) Psicopedagoga. Mat.Nº279.L.I.F.8
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