“Vamos por la gran conquista”... “Cree en Grande”... “#GloriaEterna”. Esos eran los disparadores de comunicación y márketing de la poderosa Conmebol para activar la máquina de hacer dinero con una pelota picando. Este año, por primera vez, el siempre sonriente Alejandro Domínguez logró el espejo europeo: jugar las finales de las dos copas más importantes —Libertadores y Sudamericana— en un solo estadio y en ciudades neutrales: primero Asunción, después Lima. Todo un desafío para la cultura “sudaca”.
Pasó todo el año, pasaron los cuadros y las fases. Y se llegó a las dos esperadas finales: Colón-Independiente del Valle por la Sudamericana y Flamengo-River Plate en la Libertadores. La Olla antes que Perú.
De los cuatro equipos, el que nunca había jugado una final por un título profesional era Colón. En consecuencia, Colón jugó la final “a lo Colón”, desmadrando cualquier esquema lógico que se quiera explicar en un Power Point proyectado en pantalla gigante.
La teoría indicaba, de cara a las finales, que cada uno de los equipos ocuparía cada una de las cabeceras con capacidad para 12.000 lugares. El resto del estadio sería para “neutrales”, residentes paraguayos y protocolo Conmebol. La historia es conocida: Colón agotó en un par de horas su cabecera, empezó a “infiltrarse” en las de los ecuatorianos y los supuestos “neutrales” empezaron a ser “locales”. De una, el “Negro” se hizo dueño de todo: primero el estadio, después la frontera y finalmente sitió una ciudad conmocionada, asombrada y desbordada de tanta pasión. “Si Colón era campeón, se salvaba el año en una noche”, decían los comerciantes. La lluvia y los goles ecuatorianos evitaron “el negocio del siglo” para los guaraníes en hoteles, bares, restaurantes y supermercados.
Desde el más pobre que llegó a comprar la última entrada en la reventa paraguaya hasta el más poderoso que adquirió a 1.000 dólares los palcos VIP de Cerro Porteño. Todos se dieron la mano. El prohombre y el villano. Y fueron subiendo la cuesta...allá arriba La Olla y Asunción se vistieron de fiesta.
Creo que escribí que “Colón jugó la final a lo Colón”. En todo. Y todo es todo. Desde un jugador titular —Aliendro— que se desgarra una vez que en el último entrenamiento el DT dice “nos vamos en diez minutos, hagan lo que quieran”. Mientras unos juegan al “Loco” o “Burrito”, otros improvisan “fútbol-tenis” y un puñado practica penales. Más para “boludear” que pensando en los ecuatorianos. Ese jugador, que trabajó en un solo objetivo (t-a-p-a-r a Pellerano: “él no juega, vos tampoco”) durante varios días, siente el pinchazo, pega el grito y se desgarra. ¿La verdad?: sólo le pasa a Colón. Y las brujas (o el Brujo), varios años después se pegan una vuelta para maldecir al mismo club: otra vez un jugador “bajado” antes de salir a jugar una final (la referencia del ‘89 es el “Chino” Wolheim en un escritorio y la referencia del ‘93 en el Chateau es el “Potro” Gustavo Echaniz: cuando Ginarte lo va a poner se desgarra calentando).
Como si eso fuera poco, el jugador/ídolo/insignia/capitán va al sorteo con cara rara, triste, amargado, gesto extraño. Mientras Luis Miguel Rodríguez (PR10) sufre, el capitán de Independiente del Valle sonríe y disfruta con la moneda en el aire. Luego, nos enteramos de otra historia “a lo Colón”: cuando el plantel baja del micro, el de Simoca “mete la pata” en una canaleta que está disfrazada con una alfombra verde —símil cancha de fútbol 5—. Se dobla mal el tobillo. Cuando Lavallén da la charla técnica y activa la arenga bíblica final, los médicos le están metiendo hielo en la zona a cinco minutos de salir a la cancha. “No se podía poner el botín”, me confesó su representante Roberto San Juan en una nota hace algunas horas.
Esas dos lesiones, las de Aliendro y “Pulga”, más el Diluvio Universal en La Olla serán parte de la historia de Colón...“ a lo Colón”. No se sabe cuál fue, esta vez, el Pecado pero alguien ordenó el anegamiento de toda la Tierra como cuentan las antiguas escrituras. Entonces, el arco de Madera que zafó fue el del cuestionado golero Pinos y Pellerano fue Noé: se salvó solito junto a sus otros jugadores ecuatorianos.
Las historias de autos, micros, balsas, calvario por entradas, peajes, hoteles, vacunas innecesarias y la lluvia se mezclarán todas adentro de una “Olla” gigante que volverá a quedar chica para tanta pasión santafesina.
Lo que el equipo no alcanzó, tal como “vendía” la Conmebol, lo logró la gente: “GLORIA ETERNA”. Ese 9 de noviembre, el país futbolero todo aplaudió, se emocionó y lloró por Colón. Y con Colón. Y el hit de Los Palmeras recorrió, con la marca Colón, el mundo entero.
Las anécdotas reales serán, con el paso de los años, mitos y fábulas. Siempre habrá refutadores de leyenda. No es vida si no se sufre. Vignatti me confió el otro día que esa tarde pidió en el palco oficial —vio la Final junto a Gianni Infantino, Alejandro Domínguez y “Chiqui” Tapia— suspender el partido y jugarlo al otro día. Le dijeron que no por los compromisos comerciales con los derechos de TV.
Lo que pasó... pasó. No sirve que Lavallén ahora trate, sin decirlo del todo, a los dirigentes de Colón de “viejos”. Tampoco que los dirigentes protesten la libertad inexplicable de Pellerano o las apariciones públicas del entrenador en un Templo, cuando le habían advertido que no querían mezclar la religión con el fútbol (ya demasiado hubo con la vergüenza de los jugadores de Lerche rompiendo una Virgen).
Hay clubes que se hacen grandes por un solo título. Otros se presentan con varias estrellas. Hay clubes que se conocen por el color de su camiseta o por el nombre de un estadio. Hay clubes que se conocen porque de su semillero salió un crack mundial. Hay clubes que se hacen famosos por un Papa, un presidente de país o un músico.
Y hay clubes que sólo se conocen por el amor de su gente. Ahí está Colón de Santa Fe. El de las 40.000 almas, el de Los Palmeras, el de la Final Única en La Olla. El que hizo algo que nunca más se dará en la vida: una sola final, un solo estadio y una sola hinchada llenando ese mismo estadio.
El equipo, una vez más, faltó a la cita en una Final. Al cuadro le quedó muy grande el marco. Y la gente de Colón, tal como indicaba el hashtag de Conmebol, acarició la #GloriaEterna.