No advertir a tiempo que el camino era el equivocado y que esa enfermedad podía llevarlo a terapia y con el riesgo de convertirse en incurable, es lo que hoy define este momento en el que Colón no encuentra final a su caida.
Sumergido en ese infierno tan temido del descenso, sólo con una hambrienta cosecha de 2 puntos de los últimos 24; con tres meses, que se cumplirán este martes, sin ganar un solo partido; con 13 derrotas en esta Superliga que lo ubican como el equipo que más perdió después de Godoy Cruz, con 33 goles en contra que lo ubican como el equipo más vencido también después de Godoy Cruz, con 17 goles a favor que lo ubican como el equipo con menos goles a favor después de Huracán, Colón asiste a un espanto deportivo. Y lo peor de todo, es que nadie reacciona, ni adentro ni afuera de la cancha.
En dos años, Colón va por el técnico número cinco, sin contabilizar aquellos interinatos de un solo partido que, en este lapso, tuvieron la dupla Goux-Bonaveri y la dupla Bonaveri-Azoge con un empate ante Racing y una derrota frente a Arsenal, respectivamente. Domínguez fue el DT que pudo ganar por última vez como visitante en mayo de 2018, hace 21 meses y se fue después de gritarle “cagones” a los jugadores y de dejar la sensación de incomodidad y de cuestiones no entendidas ni atendidas por la dirigencia (lo de la falta de GPS para los entrenamientos fue solo una gota que rebasó el vaso). Esteban Fuertes dirigió seis partidos y también se fue con dejando una sensación de vacío y disconformismo. Comesaña duró cinco partidos, sacó el 30 por ciento de los puntos, llegó a Santa Fe sin su cuerpo técnico (algo que los dirigentes en su momentos desconocían o fueron sorprendidos) y se fue diciendo que “los jugadores tienen miedo de jugar” (después de perder con Talleres), dejando también sensaciones muy firmes de haber estado en un lugar en el que no era escuchado o en el que no se hacía lo que se debía hacer para armar algo más pretensioso. Pablo Lavallén fue recorriendo una delgada línea, haciendo equilibrio para no caerse, llegó adonde pocos o casi nadie pensaba que podía llegar (la final de la Sudamericana) y aquel claro espejismo futbolero se convirtió en una cruel realidad el 9 de noviembre bajo la lluvia impiadosa en La Nueva Olla, cuando Independiente del Valle puso las cosas en su lugar y dejó en claro que si alguien en Colón se merecía el título de campeón, era su gente, la única que estuvo realmente a la altura de la grandeza que requería el momento.
Insisto en algo: parece que en Colón, desde hace un largo tiempo, no se tuvo certeza de la gravedad de lo que se estaba gestando en torno a la campaña deportiva. La apuesta a la Sudamericana por conseguir la primera estrella no vino de la mano de una planificación y de una toma de conciencia, adentro y afuera de la cancha, de que había algo, un pequeño gran detalle escondido al que nadie le prestaba atención y no se lo veía con la lucidez con la que se lo debía observar. Ese detalle era un promedio que estaba prendido con alfileres. Y eso que había conseguido clasificarse para la Sudamericana en los dos años anteriores.
Vienen sucediendo cosas desde hace un tiempo que llevan a pensar que en algún momento se tienen que pagar los platos rotos, porque la cuerda, por más fuerte que sea, si se la vive tensando, llegará el momento en que se romperá. Jugadores que manifiestan abiertamente su deseo de irse, energías que se desvían y que equivocan el verdadero centro de atención, relaciones internas que no son las adecuadas, falta de respuesta de jugadores que se dejan estar, que entran en la confusión, en las dudas, en la desconfianza y en la falta de reacción ante la adversidad.
Es cierto que Colón necesita ganar un partido, como dice Osella, porque es la única forma de recuperar esa confianza y esa creencia en sus propias fuerzas. Cuando un equipo se acostumbra a perder o a no ganar, se duda de todo y cualquier golpe, noquea. Es el típico caso de mandíbula frágil. Y hoy, más allá de que pudo revertir algunas situaciones como el hecho de ir perdiendo y empatarle a Racing, Colón es el equipo de ánimo más débil en esta Superliga. Inclusive, Gimnasia y Patronato, que están peor en el promedio, están sacando los resultados que a Colón se le niegan. Y eso los va fortaleciendo, como ocurrió con Aldosivi.
Si uno se pregunta hacia dónde va Colón, cuál es el proyecto, el rumbo, nadie puede afirmarlo. Se anuncia la construcción de una sede fastuosa (en el fondo, absolutamente necesaria para reemplazar a la actual, perimida y sin comodidades) pero no se ha puesto todavía un solo ladrillo; se construye una tribuna para cerrar el estadio, pero no se la utiliza; se gastan las energías en tratar de hacer buenos negocios o en generar reclamos de imprevisible y dudoso éxito final en un mundo, el del fútbol, en el que muchas veces no importa demasiado tener la razón; se generan situaciones de conflicto permanente con los de adentro y los de afuera; se piensa poco en el socio fiel, se hacen amnistías para que aquellos golondrinas vuelvan, empujados por algún momento de algarabía o de expectativa favorable como se dio con la llegada de Brian Fernández y no se les da comodidad y seguridad en un estadio que es un chiche, un orgullo, un modelo, pero que no se lo utiliza adecuadamente, porque la gente tiene que ir a una sola tribuna a apretarse y ver un 25 o 30 por ciento del estadio sin habilitarse.
Quizás haya algunas de estas cosas que no se compartan, es posible. Colón está negado pero sus dirigentes, la gente que manda y que alguna vez fue protagonista de momentos de crecimiento y alegría, está cegada desde hace tiempo. No se tomaron decisiones que corrijan el rumbo. La prueba evidente es un nivel futbolístico que nunca levantó y que ahora ata, cohibe y hunde a los jugadores y al entrenador, que en cinco partidos no pudo corregir el rumbo y asume sus responsabilidades, incluyendo también en la cadena de mando a los principales actores en las decisiones, que son los dirigentes.
Muchas veces se ha hablado de lo que Colón ha generado por ventas de jugadores y también de lo que ha gastado. Muchas veces también se habló de una planilla de sueldos que permite incluir, en ella, a jugadores de un nivel que, otros clubes de la misma línea, no pueden traer. Colón lo logra en detrimento y a diferencia de lo que otros clubes que tienen el mismo ingreso por TV no consiguen. Pero la realidad deportiva no va de la mano con lo que se invierte o gasta en lo económico. Hoy, hacer un buen negocio por vender a un marcador central suplente, como ha ocurrido en los últimos tiempos, en una cifra millonaria no es lo que le importa al hincha de Colón. Al hincha le importa que se arme un buen equipo, que los jugadores sean dignos de ponerse la camiseta del club que ellos aman y que ganen partidos.
Por ahí leía que alguna vez, un hombre de gran trayectoria y arraigo en el corazón de la hinchada sabalera, como Jorge Omar Sanitá, el gran capitán de aquella década del 60 que marcó un antes y un después en lo deportivo, dijo: “Nos estábamos yendo al descenso y veíamos a esa multitud que venía a llenar el estadio con las bolsas llenas de papeles, y me decía a mí mismo y se lo transmitía a mis compañeros: ‘Tengo que ser muy hijo de puta si me quedo parado un solo instante adentro de la cancha”.
Alguna vez, Vignatti fue un dirigente astuto para eso, para los buenos negocios, pero también sensible y hasta “quirúrgico” para tomar decisiones futbolísticas adecuadas y a tiempo. Ya no lo es. Ya no es el Vignatti que se paraba delante del timón y esquivaba la tormenta, o el que la afrontaba y convertía a ese bote a la deriva en el avión poderoso que cruzaba contra rayos y relámpagos la tempestad. Hoy Vignatti se está comiendo la tormenta y se está comiendo también su reputación.
Cifras: 39 Puntos son los que quedan en disputa para definir el descenso. Los 6 de esta Superliga y los 33 de los 11 partidos de la Copa de la Superliga, que también cuentan.
¿Cómo sigue hasta el final?
Para dejar en claro, el descenso no se define al término de la Superliga, como ocurrió en la temporada pasada y tampoco son cuatro, sino tres la cantidad de equipos que perderá la categoría, tras el cambio que se realizó antes del inicio de la temporada y que, sin dudas, favorece a los sabaleros.
Son 13 partidos en total (los 2 que faltan de este torneo y los 11 de la Copa de la Superliga). En este torneo, a Colón le falta el partido del viernes como local ante Boca y luego la visita a Talleres de Córdoba, en la última fecha.
En la Copa de la Superliga, a Colón le tocó la zona B que integra junto a Aldosivi, Argentinos Juniors, Atlético Tucumán, Defensa y Justicia, Estudiantes, Huracán, Lanús, Racing, River, Rosario Central y Talleres.
¿Cómo se juega esta Copa de la Superliga?, todos contra todos con los equipos de la zona. Son 12 equipos y, por ende, 11 partidos. En consecuencia, apenas terminada la Superliga (que sólo define el título de campeón), se iniciará la Copa de la Superliga. Allí, Colón ya tiene el fixture determinado de partidos, que será el siguiente: visitante contra Rosario Central, local con Defensa y Justicia, visitante de Atlético Tucumán, visitante ante Racing, local con Talleres, local con Lanús, visitante de Estudiantes, local con Huracán, vistante con Aldosivi, local con River y visitante de Argentinos Juniors.