Al final, con el diario del lunes, La Olla no fue el final de nada. Todo lo contrario. Fue el principio de todo. Fue el prólogo del mejor libro en más de un siglo. Claro que esta vez, con sustento pandémico, no hubo cotillón. Lejos de los 40.000 de Paraguay (o los siempre varios de a miles de otras movilizaciones), apenas el enorme Domínguez en el banco, los gladiadores allá abajo y arriba el más enorme Vignatti con un puñado de dirigentes que realmente serán VIP para todos los tiempos.
Sin "el vago de la bicicleta", sin el abuelo en la silla de ruedas, sin el llanto de Darío ni la cara inolvidable de la niña bonita. Sin cumbia ni porrón. "Hasta esa noche de San Juan siempre éramos hinchas de la hinchada", me decía un amigo. Como si eso fuera poco, ¿no?. Hasta en esa noche mágica, el destino jugueteó con Colón: uno de los clubes más populares del interior de la Argentina saliendo campeón en un estadio sin gente y con apenas 30 dirigentes gritando en un palco, sólo abrazados entre ellos.
Siempre resultaba increíble ver de qué manera Colón tomaba cada traición deportiva de adentro de una cancha (el Chateau con Banfield en los penales, el descenso en cancha de Rosario Central y el colmo de todo en La Olla) y la podía transformar en algo lindo. No hay otro título, se lo firmo: "El amor después del dolor".
Hace años que los "medidores" de rating no bajan más al interior y sólo miran lo que pasa al lado del Obelisco, pero la pregunta surge sola: ¿cuánto "midió" Colón-Racing ese 4 de junio en los televisores y dispositivos tecnológicos en Santa Fe?.
Cansado de escuchar anécdotas, desde hace 32 años, de los viejos periodistas de la redacción del diario: "Mirá, nene, cuando peleaba Monzón o cuando corría el Lole, la ciudad quedaba desierta. No había un alma en la calle". Si a todo eso (Colón a punto de ser camp...) uno le agrega una pandemia, a IBOPE los números le hubieran dado mejor que a la Scaloneta.
Los recuerdos, un año después, van y vienen. La transmisión que hicimos por las plataformas digitales y tele en vivo fue una bomba. En el medio, el querido Nico Singer y TN teniéndome casi media hora al aire: hice el móvil en la puerta del diario y llovía. Como en Paraguay. Les dije, La Olla no fue la final de nada. Fue el principio de todo en Colón.
A las 5 de la mañana estaba haciendo la nota, exclusiva, con Eduardo Rodrigo Domínguez en la puerta de su casa y abrazado a la Copa. Si lo contás en Europa, te dirán: "Claro, se llevó la réplica". Era la original, la Copa de la Liga, en la almohada del "Barba" y en las cientos de miles de almohadas de sabaleros con ese sueño que viajó de abuelo a papá. Ahora, a sus hijos y nietos viaja igual. Pero con forma de estrella. Un par de horas después, a las 11 de la mañana, estábamos en el predio para hacer la primera nota con José Néstor Vignatti, la tapa de EL Litoral ("Colón Campeón") y la Copa. A la siesta, en la casa de un amigo (Bruno Strada) con el "Chelo" Delgado y la medalla colgada. Fue un día de mil horas, sin medianoche.
El celular, a todo esto, explotado."Che, se agotó El Litoral, no consigo un diario por ningún lado". Hasta ese milagro logró Colón Campeón: volver a enamorar desde el papel. Es como elegir, en estos tiempos, el barrilete antes que la Play Station.
El lugar más visitado, con lágrimas en los ojos y mirando al Cielo: "¡¡¡Cómo me hubiera gustado que viviera... (ustedes completen ahí: padre, madre, hijo, hermano, amigo...) para verlo a Coloncito campeón!!!". Y la frase más escuchada de los que quedaron acá, en la Tierra: "Ahora sí, gracias Barba (aplica para los dos), lo vi a Colón Campeón y me puedo morir tranquilo".
Para los que alientan desde el Cielo y para los que están acá abajo en este Infierno, el 4 de junio de 2021 para Colón será ese día en el cual la vida cambió para siempre.
Al final, tenía razón, con lo del inicio de la nota. La Olla no fue la final de nada. La Olla fue el principio de todo, allá en la tormenta de Paraguay: tres finales y una estrella. El Negro de Santa Fe salió campeón. No pasaron las vacas volando y está claro que hay inflación en Argentina. Ese día llegó el día. Todo aquel que lo vivió ("con sus propios ojos", decían las abuelas), aún hoy, no se dio cuenta de algo: fue sabalero y millonario sin sacar el Quini.