(Enviado Especial a La Plata)
Un plantel amenazado, intimidado y derrumbado, cambió su estado de ánimo casi de un día para el otro y jugó un partido estupendo. Fue 4 a 2 y el Pulga Rodríguez se convirtió en la gran figura, convirtiendo dos goles y participando en los otros dos. Saralegui vino con la varita mágica
(Enviado Especial a La Plata)
Otra vez la receta mágica en escena. ¿Qué pasa con los equipos cuando cambian de entrenador y el que viene, con muy poco tiempo de trabajo, cambia radicalmente la imagen del equipo?, cosas que no se pueden explicar desde la lógica. Cosas del fútbol. Cosas que pasaron, pasan y seguirán pasando. Colón había mostrado la peor cara ante Argentinos Juniors. Sin embargo, la primera media hora con Estudiantes borró de un plumazo esa impotencia, esa falta de espíritu -y de fútbol- que había tenido el lunes. ¿Saralegui inventó la pólvora?, ¿descubrió los secretos bien guardados que tiene el fútbol?, de ninguna manera. Fue la cara nueva que se paró delante de un plantel que pareció haber cerrado con llave la puerta que dividía los miedos de la valentía. Y salió a jugarle de igual a igual a Estudiantes.
Cuando Pierotti (de lo mejorcito del primer tiempo, junto con Perlaza), metió la diagonal para aprovechar un estupendo pelotazo que le puso el Pulga Rodríguez , definiendo de gran manera por encima del grandote Andújar, no hacía más que poner justicia en el resultado. Ya había avisado el mismo Pierotti con un bombazo en el palo apenas arrancó el partido. Luego tuvo que aparecer Chicco (dos buenas tapadas a Boselli), pero Colón se animaba. Sin rebusques, sin una receta disparatada, apenas con la intención de estar bien parado y de intentar jugar al fútbol. Movedizo Bernardi para aparecer indistintamente por izquierda o por el medio, suelto el Pulga en una posición intermedia entre los volantes y Wanchope y, sobre todo, con un buen trabajo de los tres mediocampistas más dedicados a la doble función de recuperar y acompañar en ataque. Perlaza se paró como volante central al lado de Picco y a veces más retrasado que el ex jugador de Arsenal. Y encontró la posición en la cancha, quitando y jugando con simpleza. Mientras tanto, Pierotti aprovechaba su potencia y velocidad para picar siempre al vacío, convirtiéndose en el jugador más peligroso de Colón.
Los fantasmas de este mal momento reaparecieron cuando llegó el empate de Estudiantes. Es increíble lo que pasó. Zuqui quiso tocar la pelota, rebotó en la espalda de Bernardi y le volvió a quedar a Zuqui como si se tratara de una pared. Y el ex volante de Colón no perdonó, con un remate que se fue abriendo y se metió bien esquinado, dejando sin chances a Chicco.
¿Se podía caer Colón?, era la pregunta del millón. Un plantel que venía golpeado y que recibía un gol inesperado y con mucho de fortuna a favor del rival y, sin embargo, Colón siguió haciendo la suya y dejó la sensación al término del primer tiempo, de haber merecido un poco más que ese empate parcial. Y menos mal que el VAR rectificó el error del asistente, que vio gol en el cabezazo de Leandro Diaz que detuvo a medias Chicco y la pelota se quedó casi paralizada en la raya del arco, claramente sin ingresar al arco sabalero.
El golazo del Pulga, acariciando la pelota de tiro libre junto al palo derecho de Andújar, volvió todo a fojas cero y poniendo una justicia para la que Colón había trabajado mucho y bien en el primer tiempo. Perlaza seguía mandando en el medio, bien secundado por Picco y esa brillantez del Pulga metiéndola una pelota de gol a Pierotti y el fantástico gol de tiro libre, eran suficientes para merecer el 2-1. Máxime cuando Wanchope Abila se perdió increíblemente el tercero, después de una gran jugada que armaron junto con Bernardi. El pase del volante al medio ante la salida de Andújar lo dejaba a Wanchope solo con el arco desguarnecido, se tiró al piso, conectó y la pelota pegó en el travesaño. Era el 3 a 1 que tranquilamente se pudo convertir en 2-2 cuando salió a destiempo Chicco, resbaló y el remate de Piatti pegó en el palo. Fútbol dinámica de lo impensado en total pureza.
Si Chicco se había equivocado por el resbalón, luego lo subsanó en dos ocasiones. Primero fue una tapada ante un remate que se metía en el primer palo. Y después, una atajada en el remate de larga distancia de Morel que fue estupenda. Y ya Saralegui empezaba a observar que el equipo se podía caer desde lo físico y puso a Sánchez Miño por Pierotti, volcando a Bernardi al costado derecho.
El tercero no se hizo esperar. Gran pase del Pulga (genio y figura), para la aparición al vacío de Bernardi, que metió un centro estupendo para Wanchope y esta vez el delantero, que venía con partidos de sequía y pólvora mojada, no perdonó y definió con una notable jerarquía. Pero al toque, el Pulga se metió entre varios defensores de Estudiantes, pasó y definió mano a mano con Andújar y metió el cuarto del equipo y el segundo de su cosecha, coronando una noche estupenda.
Faltaba mucho para el final, pero la sensación de partido terminado era muy clara. No sólo porque la diferencia de tres goles era muy difícil de remontar, sino porque Colón seguía buscando el arco de Andújar, tratando de capitalizar esos espacios que la defensa de Estudiantes –desordenada y desacoplada- brindaba ante el adelantamiento masivo de un equipo que parecía a la deriva.
Con tres pibes (Farioli, Déboli y Moreyra), Saralegui le dio aire y piernas al equipo para afrontar la parte final de un partido que suponía en lo previo un serio riesgo por el mal momento de Colón, pero que terminó llenando de felicidad a un plantel golpeado, amenazado, derrumbado anímicamente y que encontró en el mensaje del cuerpo técnico y en una goleada, su mejor remedio.