Si a un técnico en el mundo entero Colón no le quiere ganar es a Eduardo Rodrigo Domínguez. Pero esta vez, había necesidad y urgencia. Aunque en realidad, parecía que “otros” habían decretado que no tenía que ganar. Sin embargo ganó una final, porque se quedó con el invicto de 15 partidos del “Barba” y porque se lo llevó puesto a uno de los cuatro mejores equipos del torneo.
Pero, además, el valor radica contra quién jugó. Colón, esta vez, jugó contra “13”. Los once de Estudiantes, un pésimo juez como Nazareno Arasa y un VAR que anuló un penal de manera deliberada. Otra vez, en el Cementerio de los Elefantes, se dedicaron a inventar mosquitos. A veces pienso que lo van a terminar “matando” al fútbol.
La previa de Colón-Estudiantes, cargada de cuestiones sentimentales por todo lo que siempre genera la presencia de Eduardo Rodrigo Domínguez en el Cementerio de los Elefantes, también tenía los detalles estadísticos.
Más allá del amor universal e infinito al “Barba”, autor ideológico y arquitecto consagrado en la noche de San Juan, Colón lo esperaba un poco vacío de puntos: apenas 3 de 12, con cuatro sin ganar. Al mismo tiempo, con una colección de igualdades que lo transformaban en el más “empatero” de la competencia (11).
Esa supremacía rojinegra era más contundente en el Cementerio de los Elefantes: 23 victorias de Colón en 44 cruces; o sea más de la mitad. Apenas 8 gritos visitantes y 13 empates.
Finalmente, la seguidilla reciente, también a favor del “Negro”: Colón llegaba con siete partidos sin perder ante el “Pincha”, con tres empates y cuatro victorias. El último festejo de Estudiantes fue con Nelson Vivas en 2016 en el Estadio Ciudad de La Plata, cuando se impuso 1-0 con gol de Lucas Viatri. Incluso, ese día Daniel Sappa atajó un penal para sostener el cero en su valla.
Esos primeros 45 minutos fueron mucho más de ajedrez o estrategia que de juego. La pelota, de Estudiantes; los dos primeros encuentros para Colón: 1) a los 5 minutos Ábila hizo jueguito, habilitó a Pierotti y el hombre de los 101 partidos (le dieron la casaca por haber llegado al centenar en el Gasómetro) la tiró a las nubes; a los 11 minutos, devolución de cortesía: desborde de Pierotti para buscar un pase-gol para “Wanchope” que cortó Lollo.
Todo dividido, estudiado, calculado y de pelea. Hubo una ráfaga de confianza del “Pincha” con la pelota pero sus dos llegadas (primero Godoy y después Benedetti) murieron en la sobriedad de Ignacio Chicco.
Hasta que llegó la jugada clave: quite y arranque de Pierotti con infracción cerca del área. Una pegada perfecta y mortal de Delgado con la zurda para dibujar la comba, el salto impecable con cabezazo en modo pie de Facundo Garcés y el asesinato a los pocos reflejos cuarentones de Andújar que poco pudo hacer.
Esta vez, ese famoso “detalle” que suele abrir y/o cerrar partidos jugó a favor de un Colón que arrancó demasiado errático y terminó enterito con el 1-0 a favor.
La molestia física de Rafael Delgado, antes del final de la etapa, lo mandó al “Kily” Vega al campo, con lo cual el corrimiento de Schott fue automático para desempolvar el traje del “3” en una defensa (ahora sí) zonal.
La sensación era que, a la hora de analizar esos once empates y saber que Colón en muchas ocasiones mereció más, esta vez “ligó” el equipo de “Pipo” ante su gente, aprovechó la pelota quieta y se iba en ganancia mínima con un partido equilibrado de manera total en el Cementerio de los Elefantes.
En el complemento, después que se perdiera Schott el 2-0 (pasó al lado), Garcés se consagró como capitán de tormentas de un equipo valiente: la sacó de tacó en la misma línea de gol cuando la pelota entraba para el empate de Estudiantes.
A los 15 llegó el bochorno: claro penal a “Wanchope”, que lo vio todo el mundo menos Arasa: pisotón alevoso de “Corcho” a Ramón Darío. Como si no fuera suficiente ese despojo, fueron una eternidad al VAR hasta que acomodaron las líneas de “la pelusa del hombro en la manga” (¿) del delantero cordobés para inventar que “volvía del off-side”. Lo de Arasa en la cancha; lo de Pablo Dóvla junto a Mariana De Almeida una cosa de locos.
Dentro de lo muy malo que es Arasa, después se comió un penal que no era porque se lo pidió “Conejo”. Y ahí, con el robo anterior y “por las dudas”, la gente, Pipo y los elefantes se enloquecieron.
El final fue infartante en Santa Fe, al juez lo puteaban de los dos bancos. “Pipo” por el robo; Eduardo por los nueve minutos adicionados, pidiendo mucho más de adición.
Hasta que llegó lo mejor de Arasa en su carrera: pitar el final. Colón ganó una final, por el invicto de Eduardo con 15 al hilo sin derrotas, por las necesidades propias (venía con cuatro sin ganar), por la jerarquía del rival de turno. Pero, además, ganó una final porque fueron once jugadores con la sangre y luto contra 13. Colón le ganó a Estudiantes, al árbitro en la cancha y al VAR en Ezeiza. Quizás la alegría por los tres puntos eclipse el “choreo”, pero así al fútbol lo van a terminando enterrando en el mismo Cementerio donde nunca buscan elefantes sino que inventan mosquitos.
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