El mamarracho de Julio César Falcioni al frente del plantel profesional de Colón terminó como tenía que terminar: mal. Recibió de Eduardo Rodrigo Domínguez un equipo campeón y lo devuelve seis meses después empezando a hundirse en el promedio: ganó 1 sólo partido de los últimos 19 que disputó, rifando primero la Copa Argentina y ahora la Copa Libertadores. Ni Harry Potter se hubiera animado a tanto.
En una llave que era, a priori, pareja por el 1 a 1 en el Kempes, Colón salió a esconderse de local con cinco defensores. Si lo pensaban a propósito no podía salir peor. Y si no hubiera sido porque Chicco fue la gran figura de Colón y de la cancha, se hubiera quedado afuera con una goleada más dolorosa aún.
Lo curioso de esta "timba" es que se veía venir. Hundieron el Titanic y chocaron la Ferrari al mismo tiempo. Y todos, desde los dirigentes, pasando por los jugadores y terminando con el DT tienen la culpa, la responsabilidad o como mejor les guste etiquetar.
Colón, en esta Copa Libertadores, murió de muerte natural. No hubo nada raro, es la consecuencia de la nada misma. Un entrenador perdido, un vestuario desmadrado y una dirigencia que pensaba en publicar el fúnebre antes que llegue el forense. El final estaba más cantado que el Himno en cada fecha patria.
La pregunta de los millones de dólares que rifó al Salado este Colón es una sola: ¿Y ahora qué?. De los tres frentes, quedó afuera en dos y están sus números en rojo en el campeonato local.
Casi siempre los que toman decisiones en el fútbol y fracasan, nunca se hacen cargo de nada. Este semestre de inicio de 2022 es el peor en años. Las excusas nunca llevan a ningún lado: "Cuando trajimos a Falcioni era el único que dijo que sí". Si un proceso arranca por descarte termina como terminó Colón estos seis meses: estrellado en las alturas. Se detonó por las aires el equipo que había ingresado al bolillero de la Conmebol como "Argentina 1" y primero que todos.
Es complicado mirar con claridad el futuro, salvo que las llegadas de los dos foráneos (colombiano y paraguayo) estuviera "pactado" con el entrenador que desembarque en estas aguas convulsionadas. De lo contrario, primero eligen jugadores y después el técnico.
Hay una postal innegable que resume la improvisación de la era Falcioni, que salió a esconderse con 30.000 personas y cinco defensores desde el vamos.
Entre Ramón Darío Ábila (161 goles), Luis Miguel Rodríguez (172 goles) y Facundo Farías (15) tenía Falcioni casi 350 goles. Sin embargo, el entrenador puso todo los boletos para que Acevedo fuera el salvador de Colón. Más básico que éso no se consigue. ¿No era mejor darle funcionamiento al tridente, envidia de cualquier entrenador de Primera?.
Lo bueno fue que cumplió su palabra cuando el DT dijo de entrada, allá por enero, la frase: "¿Farías, Pulga y Wanchope juntos? Quizás en algún entrenamiento?". Siempre me pregunto lo siguiente: ¿para qué quiere jugadores top un entrenador que les quema la cabeza y no se banca los líderes?.
No les tembló el pulso para "timbear" la gloria que dejó el "Barba" en un puñado de meses. Y ni siquiera se pusieron colorados. En el mejor de los casos, se suspendían las ruedas de prensa y listo.
Uno siempre cree que en la vida, en cualquier rubro, lo finales deben ser dignos. Seguramente, luego de dirigir el partido 691, el buzo de DT que tiene Julio César Falcioni se colgará para siempre. Su trayectoria no merecía este final, silbado e insultado.
El experimento de Julio César Falcioni debe ser una alarma-despertador para José Néstor Vignatti en sus próximas decisiones: DT y refuerzos. Para el presidente de Colón también aplica la frase, porque no se puede "timbear" gloria y prestigio. Insisto, los finales siempre deben ser dignos. No se puede ir contra la natura. Colón murió de muerte natural. Lo peor es que todos los veían venir y nadie hizo nada.