Viernes 27.9.2019
/Última actualización 13:41
Desearía encontrar las mejores palabras, pero, ¿cómo se hace para explicar lo inexplicable, lo que se mide por sentimiento y no por justicia o injusticia, lo que sólo tiene razón de ser en lo hazañoso y milagroso? Es imposible. Por eso, sentado ya de madrugada y frente a la computadora, todavía con el zumbido de esos 45.000 hinchas del Mineiro que saltaron y no dejaron de alentar hasta en el momento de los penales, se buscan palabras y no se encuentran. Y es así, porque hay razones que la propia razón no entiende.
Colón tenía abierta la puerta del abismo y los 45.000 brasileños que hacían mover el Mineirao, lo empujaban para que se cayera. Hasta que algo pasó, algo salió de ese equipo al que ya hay que empezar a verlo como “sobrenatural”, como lo deslizó Lavallén después del partido. De repente, frenó el ímpetu arrollador e imparable que había tenido el rival en el primer tiempo; y generó una situación –porque no hubo más- para conseguir un gol que cayó del cielo y obligar a los penales. Era la única chance cierta de poder quedarse con la serie porque, futbolísticamente, la diferencia era abismal entre un equipo y otro. Y ahí llegó la segunda ejecución milagrosa que tuvo en Leonardo Burián, una vez más, al gran abanderado de la hazaña.
Tuvo mucho de épico, de epopeya. Como lo del año pasado en el Morumbí, era ganarle a un grande de Brasil y en Brasil. Pues por más que el resultado haya sido una derrota, lo que importaba era lo que se logró. Y Colón lo consiguió de una manera increíble, milagrosa, impactante. Ciertamente inolvidable.
El fútbol tiene estas cosas y por eso se emparenta con la vida misma. Hay cosas que, desde lo racional, son muy difíciles de explicar. Y lo de anoche en el Mineirao fue el fiel reflejo de lo que ha sucedido con este plantel en los últimos dos meses. El temporal se había desatado y no había forma de frenarlo. Hubo un click y se resurgió de las cenizas, como el Ave Fénix. Por eso lo de épico. Porque el partido era incontrolable para Colón, hasta que surgió esa fuerza interior y milagrosa que viene acompañando a este equipo. Y otra vez se dio en el segundo tiempo, cuando todo era adverso, cuando había un rival que lo superaba con amplitud, que le ganaba muy bien y que amenazaba con vapulearlo, apareció esa fuerza interior que vaya a saber uno de dónde le nace, pero que se manifiesta en forma de hazaña.
No me pida que le hable de fútbol, de lo incontrolable que era Mineiro en el primer tiempo, de los desbordes de Chará y Fabio Santos por el sector de Vigo, del 2-1 que le hacían Patric y Luan a Escobar, de la falta de contención en el medio, ni hablar del juego. Era todo de Mineiro, empujado por su gente. Era un equipo voraz, arrasador, contra otro que no encontraba nada. Ni marca, ni mucho menos juego. Pero se dio el click tan esperado. Y llegó esa jugada del penal, el gol del Pulga y los penales. Mineiro no lo supo matar y Colón volvió a demostrar que ya hace tiempo que ha cambiado aquella endeblez de otros tiempos por esta fortaleza que lo distingue.
No se puede hablar de fútbol cuando hay tanto sentimiento, tanta euforia, tanto desborde emocional dando vueltas. Colón escribió anoche, nada menos que en Brasil y en ese estadio tan proclive a las decepciones argentinas, la página más gloriosa de ese libro que ya tiene 114 capítulos. Ahora falta el último, el definitivo, el más trascendente.