De jugar con Estación Quequén, el día que se cayó una tribuna, a jugar con River una final de campeones y reventando como siempre las tribunas. Los que peinan canas deben recordar ahora el porqué de ese cantito "siempre estuvimos en las malas, las buenas ya van a venir...". Entonces, llegó un momento que el reloj marcó las horas, el tiempo se detuvo. Y las buenas, como lo juraba el cantito, llegaron un día. Primero llegó una final (La Olla), después otra (el Bicentenario de San Juan) y finalmente otra más (la del Madre de Ciudades en Santiago del Estero).
Y a propósito de finales, recuerdo que a esa primera final en el '93 contra Banfield en Córdoba, ese novato y casi desconocido José Néstor Vignatti decidió viajar en micro. Hoy, 28 años después, ese mismo Vignatti que a este club le dio estadio, predio y estrella volvió a las fuentes: podía ir en vuelo charter, en auto o en lujosa camioneta. Sin embargo, decidió viajar en micro para la finalísima con River: casi doce horas sentado en un "bondi". Como cuando Colón era pobre, cuando jugaba con Laferrere, El Porvenir y Estación Quequén.
Fue toda una señal para entender este momento de Colón. Por más que el corazón del hincha nunca entiende, jamás razona y solamente siente, late, vibra. Pero entre ese primer viaje en micro del '93 al Chateau con los olvidables penales de los paraguayos ante Banfield y este último viaje en colectivo a Santiago del Estero para el inolvidable mano a mano con el gran River de Gallardo pasó de todo en la vida de Colón.
Tenés que leerRiver goleó a Colón y se quedó con el Trofeo de CampeonesEse José Vignatti ("Flaco", "Gringo", "Fideo") de los '90 al que le hice su primera entrevista en un medio de comunicación y se presentó con la frase: "Tengo la plata para salvar la quiebra de Colón" fue el que de manera determinante cambió el curso de dos cosas: primero, la historia de Colón; después, el fútbol de Santa Fe.
Entre esas cosas que le pasaron a Colón en estos casi 30 años, entre el Chateau y el Madre de Ciudades, fue quedar el borde de la nada cuando Vignatti se fue a su casa y marcó un impasse: primero la cuasi quiebra (Órgano Fiduciario); después el descenso.
De esas cenizas también volvió Colón, un club que nunca muere. Entonces, el cantito de "siempre estuvimos en las malas, las buenas ya van a venir" se hizo realidad. La salida del Salvataje en menos de los que canta un gallo, el cerrado del anillo del estadio para llevarlo a casi 40.000 lugares y la histórica Final Única de la Copa Sudamericana en La Olla de Asunción del Paraguay. Esa final, contra Independiente del Valle, fue consecuencia de una obsesión fija de José: "Vamos a traer a Comesaña, hay que intentar ganar un torneo de seis partidos. Colón debe apuntar a éso: la Sudamericana o la Copa Argentina".
Tenés que leerNada le quita la gloria a ColónNo se le dio con Comesaña, pero no estaba tan errado Vignatti: Colón llegó a la final con Pablo Lavallén en el banco. Después pasó lo que pasó: demasiado Independiente del Valle para tan poco técnico el día del Diluvio Universal en Paraguay.
"Si no se nos dio hoy en Paraguay, con 40.000 hinchas nuestros llenando La Olla, no se nos da nunca más". Esa frase, con el corazón caliente y los cuerpos mojados, era firmada con sangre y luto por el 99 por ciento de los sabaleros. Nadie lo puede negar. Era así, fue así.
A ese uno por ciento de los refutadores de leyendas lo encabezaba un tal José Néstor Vignatti, que nunca negoció ni resignó su idea de darle la primera estrella a una ciudad nublada. Claro que, para pasar de la teoría a la práctica, hubo que sufrir primero para gozar después.
La fiestita de la Sudamericana se pagó con el promedio y el equipo quedó al borde del precipicio otra vez, claro que esta vez con Vignatti al frente. Fue el mismo José el que escondió sus viejas diferencias y aceptó buscar para una segunda parte a Eduardo Domínguez.
Tenés que leerMirá los goles de triunfo de River ante Colón por el Trofeo de CampeonesTodo lo que vino fue conocido: la pandemia, las cartas-documentos, las rescisiones de contratos a granel. Otra vez fue volver a empezar, para Colón y para Vignatti. Con el mismo técnico, pero con una idea nueva, en nombres y en juego.
La mix-pandemia, con la vuelta de la competencia, propuso un campeonato chico de doble zona con clásicos en el combo. Entonces, la vieja profecía de Vignatti se cumplió: tres cruces mata-mata y a la bolsa. La estrella llegó como José, el carpintero, la imaginó: de manera fugaz, única, histórica e inolvidable.
Parecía una burla del destino: uno de los equipos más populares como Colón miraba por tele en Santa Fe como su equipo gritaba campeón en San Juan sólo con un puñado de dirigentes como testigos del mejor momento de la historia.
"Me hubiera ido muy triste a mi casa si mi tiempo como presidente de Colón se terminaba sin un título de campeón...sino ganaba algo", le dijo Vignatti a El Litoral el 5 de junio y con la Copa de la Liga en la mano. Esa final, trajo otra final, la de este sábado 18 de diciembre en Santiago contra River en el Madre de Ciudades.
Hace dos años y pico, a pedido del diario ABC Color de Paraguay, antes de la Final Única de la Copa Sudamericana en Paraguay, escribía una columna cuyo final era: "En la vida, siempre, es mejor perderse que nunca embarcar".
Hoy pienso, digo y escribo lo mismo: a las finales las juegan los que llegan. Y sólo llegan dos de un montón de equipos, clubes e hinchas que tienen sueños de fútbol. Jugar una final fue, es y será un honor siempre. Acá y en la China.
Siempre será mejor perderse que nunca embarcar, no tengo dudas. Como le pasó a Colón con sus tres carabelas cuando zarpó: La Niña, La Pinta y Santa María, ya llegó a tres finales en dos años. Este Colón, que partió del peor de los puertos de la mano de José Néstor Vignatti en el '92, logró perderse hoy 2021 porque un día pudo embarcar desde el Río Salado.
Se animó a crecer, a soñar en grande. Pasó de jugar con Estación Quequén a un mano a mano con River por el Trofeo de Campeones. Cuando el corazón del hincha se calme. Cuando se pueda razonar y no sentir, Colón entenderá que se hizo grande de la mano de Vignatti.
Y, de paso, Colón tendrá en claro que siempre en la vida es mejor perderse antes que nunca embarcar...