“Vamos a dejar la vida”, había prometido el valiente Israel Damonte. Y fue así nomás, en el momento más complicado de los últimos años, Colón jugó como se deben jugar este tipo de partidos. Salió a noquear y noqueó. No le dio tiempo a nada a un Talleres que hace rato es una sombra. Le metió la primera mano con Perlaza, en modo “Kid” Pambelé. Cuando se estaba acomodando de esa trompada, lo enterró “Wanchope” con un zurdazo que casi le rompe la red al arco y le vuela la cabeza a Herrera.
La previa fue la de un final, sí. Pero no del descenso. Como si ese partido con Racing, el del 4 de junio de 2021 en el Bicentenario de San Juan y en medio de la pandemia, se jugara en Santa Fe y en la cancha de Colón. El Cementerio, más vivo que nunca, se movía con 40.000 almas haciendo una vez más (ya no sorprende) de “Jugador Número 12”.
La derrota de Gimnasia alivió, el empate de Vélez dejó “ahí” y la victoria de Huracán sacó a uno del pelotón de fusilamiento el último fin de semana de noviembre.
A Colón, con buenos jugadores en campo y una multitud allá arriba, no se le iba a escapar. En su cancha, es Disney: terminó invicto en la Copa de la Liga. Si bien necesita salvarse del descenso, está a casi nada de ir por los cruces para soñar con otra estrella. Increíble pero real.
El pueblo sabalero, afuera, jugó su partido, reventó la cancha y fue el “Jugador 12”. Crédito: Fernando Nicola
Estaba claro qué tipo de Colón vería esa multitud, mucho más después de la arenga pública del propio Israel Damonte: al frente como loco, sin especular. Del otro lado sí había dudas: ¿qué Talleres pisaría el Brigadier?: el que hizo un gran año y está segundo en Libertadores; ¿o el que no gana desde septiembre y se fue desinflando en estas últimas fechas?.
En ese inicio, Colón fue durante siete minutos una mezcla de tsunami, huracán, ciclón, tifón y tornado con la pelota de fútbol en los pies. Era imposible salir a jugar de otra manera, con 40.000 almas que hicieron retrasar el inicio del partido (lo del ingreso a la Este, imposible) y que lograron en serio que la tierra se moviera en el Sur de la ciudad.
En esa medición Saffir-Simpson, Colón fue un huracán de escala 5: jugó a más de 250 kilómetros por hora, armó olas superiores a los seis metros y le voló los techos a Talleres en un ratito.
En ese Colón modo Katrina, el abanderado (lejos) fue Ramón Darío Ábila. El “Wanchope” de ese tiempo fue el mejor de Boca o Cruzeiro: asistencia de gol a Perlaza en el primero, golazo propio (enganche y zurdazo en modo misil) en el segundo, tiró un caño para el delirio, le anularon el tercero y sobre el final, ya lesionado, barrió al piso en el área de Colón evitando lo que hubiera sido el descuento de Talleres.
Cuando el huracán Colón pasó, la “T” fue un vientito y nada más. A pesar de esa levedad que le provocó el nocaut sabalero y cerca del final, una reacción espectacular de Ibáñez, sacando la mano en el sentido opuesto hacia donde había inclinado el cuerpo, le dijo no a Depietri de cabeza, a menos de un metro de la línea de gol.
Para el complemento, con “Wanchope” curado en el descanso, su ingreso despertó otro grito de gol en la gente. Era, claramente, el MVP de la tarde en Santa Fe.
Para consagrarse, antes de pedir el cambio y llevarse la gran ovación de la tarde, armó, construyó y planificó el tercero. Porque marcó con el gesto “tirámela acá”, señalando la puerta de atrás: ahí fue el balón, la bajó como con la mano y Galván del otro lado (también de cabeza) la puso donde le duele a los arqueros. Ahí abajo, Herrera no fue la excepción. Era 3-0 antes de la hora de juego. Para lo sufrido que es Colón, demasiada felicidad junta en medio de este calvario.
De ahí para el final, el partido fue un monólogo: Colón con el 3-0 esperando a Talleres en un embudo más grande que el del Dique San Roque, sabiendo que no lo podía dañar un equipo que marcó 1 gol en las últimas seis salidas de Córdoba. Y un equipo que, de los últimos 13 partidos en el fútbol argentino, apenas festejó en uno.
Es más, no sólo que no corrió riesgo nunca Colón sino que Perlaza debió marcar el cuarto, pero el balinazo del colombiano reventó el travesaño cuando Herrera sólo miraba.
El pitazo de Merlos fue el vientito después del calor, de la lluvia, de la tormenta. El 3-0 lo pone en carrera total en los dos frentes: permanencia y Copa de la Liga con los cruces.
El “Negro”, con una multitud, hizo lo que tenía que hacer. Ganó, gustó y goleó. Se hizo imbatible en su Cementerio. El campeón ciudadano está vivito y respira. Ahora, sólo queda esperar.