Enrique Cruz (h)
Fue líder adentro y afuera de la cancha, fue clave para ascender y pateó uno de los penales con mayor tensión de la historia de Colón.
Enrique Cruz (h)
ecruz@ellitoral.com
Llegó un día al mediodía y enseguida la llevaron al tradicional comedor de Bulevar y San Jerónimo, hoy con otro nombre. Se sentó muy cerca de un hombre que fue importante en su llegada, Rubén Cardozo. “Vengo a ponerle punto final al sufrimiento de esta gente”, dijo en un tono quizás desbordante de entusiasmo y optimismo. Años más tarde, cuando él mismo eligió una foto festejando un gol con la camiseta de Colón para que se construya una gigantografía en la entrada a su pueblo pampeano, Pellegrini, dijo: “Colón fue el lugar en el que fui feliz”. Sabía perfectamente al lugar al cuál llegaba y los riesgos que corría. Eran tiempos en los que Colón generaba, de entrada, ilusiones y sueños que luego se pulverizaban y se escurrían como agua entre las manos, quedando abiertas grandes heridas de su gente. Estaba muy fresca la derrota del día de los penales en Córdoba. Pero ya Vignatti había tomado debida nota en el año y medio de experiencia que llevaba al frente del club. Y armó un gran equipo.
No tengo dudas que Gambier y el Loco González ocuparon el centro de la escena en aquél Colón de Chabay. Hubo otros que acompañaron en gran forma. Pero el Pampa se metió rápidamente a la gente en el bolsillo. Lo hizo a fuerza de goles, de profesionalismo, de sabiduría. No vino a engañar a la gente, como tantos otros que vendían espejitos de colores prometiendo cosas que ellos mismos no podían sustentar con el paso del tiempo y de los partidos. Lo de Gambier fue totalmente distinto. Metió goles, fue un emblema de ese equipo, dejó recuerdos imborrables.
El 29 de julio de 1995 pegó dos gritos gloriosos, uno en cada arco del Brigadier. El primero tranquilizó los ánimos y el segundo —tercero del equipo— fue el que selló la esperada gesta. Y cuando parecía que su vida útil se agotaba en ese ascenso, Vignatti lo dejó para que juegue en Primera. Estaba el Turco García, había llegado Vidal González, aparecía la juvenil y prometedora figura del Tuca Risso, pero también estaba el Pampa.
Hasta que llegó el 23 de junio de 1996. Mucha gente no quiso mirar el penal del Pampa. Antes, Cuberas había puesto en ventaja al equipo que por entonces dirigía Rezza y Tosello, también de penal, lo había empatado. Labarre cometió una infracción adentro del área y pocos se animaban a tomar la pelota. Totó García fue uno de los que pretendió hacerlo, pero enseguida llegó el Pampa con su voz firme para tomar la pelota y asumir la responsabilidad. Lo ejecutó con una precisión de cirujano y con una maestría poco común frente a un momento decisivo y tenso.
El tiempo y la vida lo alejaron físicamente de Santa Fe, pero el espíritu del Pampa siempre se quedó. Fundaron una agrupación con su nombre, como para que las generaciones venideras sepan quién fue ese hombre que le puso punto final al sufrimiento y las penurias de tantos años. Hoy descansa en paz. Pero su nombre, sus goles, el afecto y el reconocimiento de la gente, todo eso, nunca morirá.