Colón consumó su mejor arranque en cuatro fechas de la historia. Nunca antes había podido obtener puntaje ideal en esa cantidad de partidos. No es casualidad: más allá de gustos futbolísticos, nadie le puede reprochar identidad y orden.
Los concluyentes números derriban toda evaluación futbolística. Colón ha logrado no sólo el mejor arranque de torneo de la historia (contabilizando, naturalmente, sólo estas cuatro fechas y concluyendo que nunca pudo, en Primera, ganar los primeros cuatro partidos) sino que Domínguez ha conseguido algo que no hace mucho tiempo se había convertido en un problema para Colón: la fuerte caída en la tabla de promedios. Hace un año, la salida de Osella -más o menos a esta altura y después de perder en Córdoba- precipitaba la vuelta de Domínguez y la obligación de empezar a sumar para salir de la zona roja del descenso. Los cinco partidos que se contabilizaron para esa tabla en un año (el de Central por la Copa de la Superliga y estos cuatro de la Copa de la Liga Profesional), permitieron que hoy Colón saque la cabeza afuera del agua, respire con cierto desahogo y disfrute de esta posición de privilegio en un torneo corto, en el que ya se jugó la tercera parte.
La primera impresión que deja este equipo es la obsesión del técnico por convertirlo en inteligente. Hay algo que se le reconoce: Colón tiene una identidad, un estilo. Se nota que sabe lo que quiere. Podrá no lucir, no ser un equipo vistoso, inclusive hasta por momentos se puede ver superado por el adversario, pero da casi siempre la impresión de tener todo controlado. Y eso se da a través de esa capacidad que tiene el técnico para hacerles ver a los jugadores que hay momentos para todo.
El libreto principal de Colón es aprovechar al máximo los momentos para convertir en fácil lo difícil.
El sábado hubo algo que se escapó del molde. Cuando Aldosivi manejaba el partido, llegó el gol de Colón; y de inmediato, Colón pasó a gobernar el trámite y pareció que lo liquidaba y se terminaba todo en ese primer tiempo, justo en el lapso en el que llegó el golazo de tiro libre de Grahl que puso el 1 a 1. Es cierto que se dio en una pelota quieta e inatajable para Burián, pero la cuestión fue que el empate se consumó cuando parecía que el libreto de Domínguez surtía efecto. ¿Qué libreto?, el de aprovechar al máximo los momentos para convertir en fácil lo difícil. Se dio en la cancha de Banfield. Y ante San Lorenzo, con orden defensivo en el momento de supremacía del rival mantuvo el arco en cero y cuando atacó, hizo lo que debía hacer para ganarlo. El sábado, la imagen final del primer tiempo parecía diferente. No por la justicia o injusticia del resultado (no estaba mal el empate parcial), pero sí por esa atropellada posterior al gol que parecía otorgarle a Colón la posibilidad de liquidar el partido, como pasó en otros partidos. Después, en el segundo tiempo mostró algo que debe rescatarse también: el buen estado físico y el resto que tiene Colón para afrontar los segundos tiempos. Define los partidos en ese período.
Vuelvo a marcar una diferencia entre esta etapa de Domínguez con la anterior. En esta se observa una identidad de juego clara, que más allá de los gustos futbolísticos, nadie le puede reprochar que ha prendido en sus jugadores. Se advierte que todos saben lo que tienen que hacer, que no se negocia el sacrificio y mucho menos el orden. Encontró el equipo y ni siquiera se siente la salida de un jugador importante como Vigo, porque Meza entró, rindió y está para quedarse. Y acertó con la llegada de Alexis Castro y Goltz, que le dieron un salto de calidad a la defensa y al mediocampo, aportando solvencia y gol. Eso, sumado al crecimiento del tándem Lértora-Aliendro, muy eficaz en todo aspecto, más el aporte individual del Pulga y Burián en cada extremo de la cancha, Domínguez armó algo que a todas luces se observa como interesante y efectivo.
La inteligencia de Domínguez, además, fue la de escapar a los conflictos generados por fuera del plantel. Mejor dicho, no los soslayó del todo, porque en medio de la alegría por aquél triunfo inicial en Santiago del Estero, salió a criticar lo que consideró un desatino organizativo (lo de las camisetas). Internamente, el plantel está totalmente consustanciado con esa idea de orden, mesura, sacrificio y funcionamiento colectivo por encima de cualquier lucimiento individual. Esto es obra pura y exclusiva del técnico.