Falcioni, el "Emperador" que no pudo gobernar su plantel
De común acuerdo con la dirigencia se fue de Colón después de haber dirigido 30 partidos, con apenas el 40 por ciento de la cosecha matemática y con un equipo que no tuvo respuestas.
Julio César Falcioni fue elegido por su experiencia en torneos internacionales. En la Libertadores se fueron los mejores partidos de su equipo. Apenas tres o cuatro buenas actuaciones en 30 partidos. Muy poco. Crédito: Marcelo Ruiz
El olor a despedida se sentía en cada rincón del estadio. El 0-2 se había consumado y Falcioni se dirigía entre insultos y silbidos hacia la manga, mientras los jugadores saludaban a Federico Lértora, que le ponía punto final a su permanencia en el club. Los silbidos se convirtieron en aplausos cuando la figura de Julio Falcioni ya había desaparecido de escena y se dirigía al vestuario. Minutos después, el técnico dio la cara en soledad y brindó su última conferencia de prensa. "Hablaremos con el presidente para decidir lo mejor para la institución", dijo el entrenador, quizás ya en ese momento presagiando cuál sería el final.
¿Qué esperaban algunos dirigentes?, que Falcioni renuncie. Tarde o temprano, de una manera o de otra, el final estaba anunciado y no había ninguna posibilidad de revertirlo. La renuncia habría evitado que pasen las horas, hasta que en el mediodía de este jueves se conoció lo que todos sabían que iba a ocurrir, hasta el propio Falcioni: su salida como técnico de Colón.
Falcioni dirigió 30 partidos, obteniendo 8 victorias, 12 empates y 10 derrotas. Cosechó 36 puntos sobre 90 en disputa, alcanzando una efectividad del 40 %. En ese interín, sacó apenas el 38 por ciento de los puntos en juego en la Copa de la Liga Profesional, donde apenas pudo ganar 3 partidos (dos en Paraná ante Barracas Central y Godoy Cruz y uno en Santiago del Estero). Había que conseguir 20 puntos para pelear la clasificación, pero apenas llegó a 16. Allí inició el ciclo de partidos sin ganar, llegando a diez sólo contabilizando ese torneo. Después, quedó eliminado de la Copa Argentina, torneo en el que dejó en el camino a un equipo del Federal A que aún no estaba en competencia (Sportivo Peñarol de San Juan) y perdió por penales ante Patronato, en Rosario. Su mejor imagen se vio en la Copa Libertadores. Los tres partidos que jugó en Santa Fe (con otras tantas victorias ante Peñarol, Olimpia y Cerro Porteño), más aquél tristemente recordado encuentro con Olimpia en Paraguay (la noche de los dos goles increíblemente anulados en perjuicio de Colón), fueron los únicos en los que el equipo dejó algo positivo en cuanto al rendimiento.
El partido con Talleres fue la clara expresión de que la cosa no daba para más. Un equipo sin ideas, que se limitó a algunas expresiones individuales (Bernardi en el primer tiempo y algún desborde de Meza), que sólo jugó a tirarle pelotazos a Wanchope Ábila, que tuvo a un Pulga Rodríguez totalmente perdido en la cancha y que en buena parte dependió de las atajadas de Ignacio Chicco para quedar con vida hasta el final del partido.
Sin una identidad de juego, sin libreto y sin respuesta de parte de sus jugadores, no había manera de esperar que todo mejore. Se trataba de estirar la agonía porque la clasificación copera servía de red de contención, débil y sin cimientos, para algo que se veía frágil, sin sustento de ninguna naturaleza y apenas pendiente de un resultado que lo precipite. La derrota ante Talleres, más allá del dolor de la eliminación en un duelo copero que Colón tranquilamente podría haber superado -máxime por el resultado conseguido en el partido de ida- , fue el detonante irreversible que provocó la salida definitiva del entrenador, algo que, probablemente, hubiese también ocurrido aún con un resultado favorable. Aunque esto forma parte de una mera especulación.
Adrián Marini, un producto genuino de las inferiores de Colón en sus tiempos de jugador, hoy entrenador de la reserva y con la responsabilidad de dirigir al equipo el lunes ante Vélez en el Brigadier López. Crédito: El Litoral
De todos modos, en la asignación de responsabilidades no es Falcioni el único culpable. Todos sabían lo que podía llegar a pasar con los jugadores que habían formado la base del equipo campeón y a muy pocos se pudo retener. Se había elevado la vara con el logro del título de campeón, pero no hubo una consecuencia directa en el armado del plantel. Todo lo contrario: se desvalorizó y se lo desjerarquizó. Los jugadores que llegaron no sirvieron para reemplazar a los que se fueron, se iban o se estaban por ir. Algunos ni siquiera alcanzaron a mostrar un nivel medianamente bueno como para ganarse un puesto entre los titulares. Sin ser demasiado pretensioso, Colón logró en la Copa un objetivo de mínima (el de clasificar para la segunda ronda) que podría haber superado tranquilamente en el caso de haber llegado más armado y sólido para que, al menos, se logre igualar aquella actuación de 1998 cuando el equipo que dirigía el profesor Daniel Córdoba llegó a cuartos de final.
Nadie puede escapar en la asignación de responsabilidades. Pero también es cierto que no se puede fallar en la elección de lo que se quiere de aquí en más. Sin copas (Libertadores y Argentina) y con una posición en la tabla general muy lejana (está vigésimo tercero, a 8 puntos del último clasificado para la Sudamericana del año que viene), el objetivo debe ser el de empezar a sumar puntos de manera inmediata para que el 2023 no se convierta en un año de transición. Mucho menos, intrascendente.
Hay que definir qué se quiere, por qué y para qué. Cuando lo fueron a buscar a Falcioni, fue por encontrar a un entrenador de experiencia, con recorrido internacional y acostumbrado a jugar Copa Libertadores. No se dudan las buenas intenciones, pero está claro que se escogió el perfil pero no se acertó en la figura adecuada para desarrollarlo. Ahora hay que ver qué se quiere, tanto desde lo futbolístico como también para resolver un aspecto que no se observa muy fuerte que digamos: la motivación del vestuario. Colón tiene un plantel con muchos hombres que ya tienen un recorrido y un peso propio, dentro del fútbol en general o de Colón en particular. No es fácil "domar" un vestuario en el que conviven Goltz, Delgado, Bernardi, el Pulga y Wanchope Ábila. Se necesita alguien con capacidad para encontrarle soluciones futbolísticas al equipo y, a la vez, fortalecer el grupo y que éste se sienta identificado con el conductor, algo que era evidente que no se conseguía con Falcioni.