Un grito, dos palabras, 12 letras, 584 días y 116 años: ¡Colón Campeón!
Cuatro meses después de la noche de San Juan, Colón armó la fiesta del campeón en el Cementerio de los Elefantes. La Copa, Vignatti, el "Pulga" Rodríguez, el "Barba" y la esperada vuelta olímpica con su gente en las tribunas.
Luego de siete horas de crisis mundial para millenials y centenials, millones y millones de humanos de todo el Planeta Tierra descubrieron un 4 de octubre de 2021 que hay vida (sufrida, pero vida al fin) sin Facebook, Instagram y WhatsApp. Y bien en "Modo Colón", el día que se cayó todo en el mundo...Colón levantó la Copa. Volvió a dar la vuelta, con cumbia y porrón. Entonces, esos miles de sabaleros que fueron testigos históricos en el Cementerio de los Elefantes ya se pueden considerar más ricos, poderosos y millonarios que el propio Mark Zuckerberg.
Santa Fe, sin conexión de nada, pareció la ciudad de antes por un par de horas. La ciudad cordial de la Aerosilla, el Barrilito, Casa Tía, cualquiera de los Baviera, sólo con la Costanera y sin conocer el Puerto más allá de alguna foto amarillenta de El Litoral. Esa ciudad antigua, donde siempre las ilusiones de Colón se dormían casi siempre "por el bulevar de los sueños rotos". Pareció el túnel del tiempo traer de golpe esa ciudad vieja con el Colón sufrido, frustrado pero nunca sepultado.
"Justo hoy, que queremos inundar las redes con alegría, se cae todo en el mundo. Sólo a nosotros, a Colón, nos pasa ésto un día de fiesta", se quejaban los pesimistas de siempre. Hasta que los optimistas de estos tiempos, en la vereda de enfrente, avisaron que "el mundo volvió a andar justo cuando estaba por empezar el partido del festejo". En el medio de los dos extremos (optimistas y pesimistas) todo un hallazgo para estos tiempos egoístas y mezquinos: "los realistas". Son los que dicen que no es ni una cosa ni la otra: "Siempre hubo buenas y malas".
Mauricio Garín
Foto: Mauricio Garín
El empate en blanco que dejó un Colón-Banfield incoloro, inodoro e insípido ratificó lo que uno pensaba a priori de este evento mucho más social que deportivo: el partido pasó en mente, cuerpo y alma del campeón en mini-crisis a un contundente y comodísimo segundo plano en la noche de Santa Fe.
Quedó en claro, desde el vamos, que la gente estaba en otra...el equipo campeón también. Con 584 días de abstinencia de gorro, bandera, porrón y choripán no había mucho lugar para quejarse. Mucho más si los que volvían a las gradas eran los hinchas del equipo con estrella.
D.R.
Desde aquél 28 de febrero de 2020, cuando se jugó Colón 0-Boca 4, pasaron esos 584 días, que se pueden resumir en un solo grito, dos palabras, 12 letras y 116 años de espera: ¡Colón Campeón!. Cuando la gente pudo estar, en la pre-pandemia, por última vez en su casa del sur, El Litoral advertía que "había preocupación por 14 casos de dengue". Se hablaba de "superpoderes" del Gobernador Perotti con decretos. La tapa del diario de Santa Fe parece no haber entrado nunca en el túnel del almanaque: "Fernández contra el crimen organizado en la Provincia", haciendo referencia a la preocupación del presidente de todos los argentinos por lo que pasaba en la bota.
De yapa, si sirve el dato de lo que pasaba la última vez que se jugó con gente de Colón en la Catedral del Sur de la ciudad de Garay, el dólar cotizaba a 59.35 pesos y el famoso "blue" escalaba a 74.55 pesos. Era otro país. Bah, en realidad era otro mundo, un poco mejor y con menos muertes de las que facturaría el Covid en la Tierra de esa tiempo a estos tiempos.
Antes que el mundo se detuviera, se fue Diego Osella y volvió Eduardo Domínguez: ese olvidado grito de visitante en el Gigante de Arroyito, marcaría sin saberlo un montón de cosas importantes para Colón como institución, ya no sólo en tiempo presente sino también a futuro. Como si el "Barba" terrenal fuera el "Barba" celestial, la Santa Fe del Negro empezó a hacer milagros. Primero, gambeteando el descenso. Después, rearmando a Colón en medio del "deshuesadero" que fue el equipo: se fueron jugadores "a rolete". En realidad, estando Eduardo ya se aplicaba el francés (roullette).
Hoy parecen imágenes paganas: todos encerrados en la soledad del Hotel de Campo vacío, con esas anécdotas más de MasterChef que de un futuro equipo campeón, cuando un tal Brian Fernández contaba que "nos ayudamos acá encerrados entre nosotros, a Eduardo le encanta cocinar". Así, con muchas limitaciones y nada de riqueza, se empezaba a cocinar (a fuego lento) la receta del campeón desde Santa Fe. Casi en "cautiverio futbolero", el entrenador armó su propio Netflix Sabalero: horas y horas mirando los partidos de la reserva. Viendo, conociendo, estudiando. A algunos de los chicos, como por ejemplo Facundo Garcés, los conocía de su primer paso por el club.
Mauricio Garín
Foto: Mauricio Garín
El campeón se moldeó con el acierto de los refuerzos, pero también con una honestidad brutal: "Mire Luis, hoy quiero arrancar con dos delanteros de mucha presión física, busco rapidez, velocidad y frescura. Se lo digo por el respeto a su trayectoria". De ese jugador, cómodo (y enojado) suplente contra Defensa y Justicia en Florencio Varela, que casi no gritó su gol, se pasó al que con la "10" levantaría la Copa hace cuatro meses en la noche de San Juan. El mismo que pidió permiso en La Plata, se vino para Santa Fe a pesar de ser jugador de Gimnasia, recibió la Copa de manos del presidente José Néstor Vignatti, se llevó una de las ovaciones más grandes de la noche, compartió el trofeo con Eduardo Domínguez y finalmente la llevó hacia donde estaba el ramillete de jugadores campeones. La gente explotó y los papelitos nos llevaron de vuelta al Mundial de Argentina '78.
Una vez más, el "Tsunami Colón" se llevó puesto todo: aforo desbordado, policías heridos, portón derrumbado por una facción de la barra (dicen que entró un parte y la otra no) y hasta gente que se volvió a su casa porque alguien dijo "no va más". En ese entonces, en la noche del campeón, pareció que lo único que faltaba en las tribunas del Cementerio eran las cenizas del Volcán de La Palma. Todo lo otro, con Argentinidad al palo y "santafesinidad" extrema, estaba adentro de la casa del campeón.
El partido fue lo que se esperaba: un simple detalle. Casi insignificante, como que pasó desapercibido por completo. No fue una justa deportiva como hubiera analizado El Litoral hace 100 años, fue un evento claramente popular y social. Justo el día que se cayó todo en el mundo, a Colón se le ocurrió levantar la Copa, su Copa.
Pasaron 584 días, se escuchó un solo grito, se escribieron dos palabras con 12 letras y la esperada vuelta al sol se terminó en la noche de San Juan después de 116 años. El mismo día que nos quedamos sin Facebook, Instagram y WhatsApp, hubo miles y miles de santafesinos a los que no les importó nada. Nada de nada. Hoy, con la resaca a cuestas, ya nunca más volverá el pobre a su pobreza en la ciudad de Garay. Esos "Negros", a los que les cantó Horacio Guarany, Los Palmeras y Sergio Torres, sienten con esa estrella dorada en su pecho que son mucho más ricos, poderosos y millonarios que Mark Zuckerberg.