Jueves 25.4.2019
/Última actualización 10:18
No era el mejor clima. No se respiraba un ambiente sereno. Era todo hostilidad. Desde el momento en que jugadores y dirigentes pisaron el campo de juego, bastante tiempo antes del partido, todo se hacía brumoso, pesado, denso y tenso. Entonces, esa obligación que imponía el mal momento deportivo, la crisis, la flojedad que venía demostrando este plantel, se había convertido necesidad. Ganar no era una misión en sí misma, producto de la diferencia de categoría con el rival, para que esa chapa de “favorito” que se colocan los equipos de Primera se pueda traslucir en el resultado; ganar era una necesidad, para que sea un paliativo de una situación prácticamente límite después de la mala campaña en la Superliga y de una eliminación poco entendible de la Copa de la Superliga, por cómo se había dado.
A esa obligación se le hacía frente con un equipo totalmente diferente al del domingo. ¿Alcanzaba?, ¡claro que alcanzaba! Bastaba con mirar lo que ponía arriba. De jugar con Esparza-Leguizamón (de lo poco para rescatar ante Tigre en los 90 minutos en general), un volante y un delantero poco utilizado por los entrenadores, se pasó a la dupla Rodríguez-Morelo, que son los supuestamente titulares, los que deben –por prestigio, experiencia y cotización- encargarse de lo más difícil que tiene el fútbol: pensar y concretar en el arco de enfrente.
Y ellos, el Pulga y Morelo, fueron los que le tiraron encima la chapa a los entusiastas jugadores de Acassuso. El Pulga fue la figura excluyente de Colón (una vez más) y del partido. Metió el centro a Morelo en el primero; hizo el segundo y, jugando como un enganche, arrancando desde atrás, fue el organizador del juego y el hombre más claro de un equipo que no tuvo muchas luces en eso de manejar con criterio, serenidad y precisión la pelota.
Hubo nervios y fueron notorios. Hubo ataduras y también quedaron expuestas. Se jugó, como se dice, con “la soga al cuello”. Ni siquiera el 2-0 del primer tiempo fue suficiente para que el equipo lograra la tranquilidad que no tiene. Salidas desprolijas desde atrás, casi de manera inconcebible; poco juego y manejo de la pelota en el medio, más esa ausencia de claridad que apenas tenía un tope hasta que el balón llegaba a los pies del Pulga. Y ahí todo cambiaba, se aclaraba y parecía encontrar su rumbo.
Es posible que, en semejante contexto, el 3-0 sea exagerado; no así la victoria de Colón. ¿Era una obligación?, sí, claro. Por la diferencia de chapa y por el momento. Pero se sabe que la Copa Argentina (a pesar de que a la final la juegan los de Primera siempre) sabe de estas historias increíbles, porque son 90 minutos y se pueden equiparar fuerzas distintas en un solo partido, pero no en toda una campaña. Y también era evidente que la situación de ahogo, de tensión y de angustia que se vivía no constituía un “ideal” para que el equipo se explaye y se exprese en la medida de lo deseado.
Lavallén no jugó este partido para probar; lo jugó para ganar. Y lo ganó, que no es poco decir. Lavallén está sacando conclusiones, las necesita y tiene que meter bisturí a fondo en este plantel. Lo saben, tanto él como mucho más los dirigentes, que son los que soñaron por algo que no salió ni por asomo.
Este triunfo sirve mucho para calmar la coyuntura, pero no es la solución definitiva, ni mucho menos el comienzo de la misma. El cuadro de urgencia y de necesidades sigue siendo el mismo. La realidad marca que esta temporada negativa, merece la toma de decisiones que sean concretas, terminantes y efectivas. Tanto para definir quiénes son los que realmente pueden y merecen seguir, como así también para armar un plantel con mayor fortaleza grupal, anímica y futbolística.
Hay que traer líderes en los dos roles, el de jugar y hacer jugar y también el de levantar la moral del resto. Los golpes recibidos dejaron muchas heridas en este plantel. Una sola victoria ante un equipo de menor categoría no puede tapar el bosque. No es momento de seguir intentando entre la confusión o la mala lectura de la realidad.