Mientras Pellerano, Pinos y Dájome brillaban en Independiente del Valle y el resto acompañaba muy bien, en Colón no hubo actuaciones para subir a un podio de excelencia o al menos de fuerte reconocimiento. Seguramente se esperaba mucho más del Pulguita, por ejemplo, que debe haber jugado uno de los partidos más desteñidos (se lo notó en clara inferioridad física) desde que llegó a Colón.
“Rascando la olla” y en consonancia con el mote del escenario del partido, Morelo (6) y Bernardi (6) son los que resaltan. En el caso del delantero, sin la prontitud ni la sapiencia para definir dos situaciones claras que tuvo a su favor. En el primer tiempo lo hizo revolcar a Pinos para empezar a convertirlo en la figura de Independiente, pero tuvo dos en el segundo: una brillante jugada personal en la que apiló rivales e hizo una de más antes de definir; y la otra fue una habilitación larga y el ingreso al área por la izquierda para enfrentar mano a mano a Pinos y alargar mucho la pelota.
No se entendió demasiado la salida de Bernardi. No era el jugador a sacar. Si bien la modificación fue ofensiva, Lavallén restó a un jugador que encaraba siempre y que era un motivo de preocupación para los volantes y defensores rivales.
Después, si seguimos “rascando la olla”, se puede mencionar a Olivera (6), por su voluntad para ir a buscar esa pelota en el gol y porque se puso el “cuchillo entre los dientes”, a veces de manera riesgosa y hasta desesperada, en los momentos en que se sentía superado por un rival que jugó evidentemente mejor.
Burián (5) casi no tuvo atajadas en el partido. En el primer gol, la pelota le pasó entre las piernas después del cabezazo hacia abajo de León; en el segundo, la estirada de Olivera le desvía el envió de Sánchez y la pelota le pega en su pie derecho y se le mete.
Vigo (5) aportó ganas por el lateral y no tiene responsabilidad en la jugada del segundo gol, porque si bien se gesta por su sector, fue una pelota mal entregada por Ortiz (4) que quedó en el pecho de un rival y de allí vino la réplica rápida de Independiente en un espacio que estaba desocupado (Vigo había ido a buscar las espaldas de todos) y con una reacción muy lenta de su compañero.
Escobar (4) fue otro de los jugadores que no estuvo a la altura y que tuvo que luchar (casi siempre perdiendo) con Dájome, al que no pudo controlar casi nunca. Fue un duelo personal que ganó con claridad el extremo de Independiente.
En la mitad de la cancha, pura voluntad en Zuqui (5) y Lértora (5). No alcanzó con lo que corrieron y metieron. Jugaron poco y tampoco hubo inteligencia para marcar al jugador que manejó el partido a su gusto y placer: Cristian Pellerano. Aún con 37 años (un rendimiento físico extraordinario), el ex jugador de Colón fue la clave por la que se condujo el trámite del partido. Y Colón nunca le encontró la vuelta.
Estigarribia (5) empezó bien, después se fue opacando, sin encontrar la pelota y terminó jugando de marcador lateral y en una defensa abierta y con dos laterales improvisados: el paraguayo y Zuqui, cuando Lavallén decidió poner gente arriba para buscar el milagro.
El “Pulguita” Rodríguez (4) estuvo una tarde-noche desacertada y para colmo marró una ocasión tremendamente propicia (un penal) y en un momento clave (apenas 5 minutos del segundo tiempo con el partido 0-2).
En cuanto a los cambios, algo aportó el “Sicario” Ortega (5), bajando la pelota adentro del área para el gol de Olivera y complicando a los zagueros rivales sólo con su presencia. Esparza (4) no pudo desbordar por el sector de Landázuri y Chancalay (5) tuvo al menos movilidad y se animó a encarar en un par de jugadas y a buscar aunque más no sea una infracción.
Insisto en algo: más allá de las cuestiones tácticas (como regalar la pelota, dejar que el rival juegue y no encimar a aquellos que administraban la pelota de manera conveniente), Colón tuvo un rendimiento individual muy por debajo de los jugadores de Independiente del Valle. Y esto también cuenta para que la final haya tenido disparidad en la actuación colectiva de los dos equipos.