(Enviado Especial a Asunción del Paraguay)
Soberana demostración de todo lo que puede hacer un hincha por el amor a su camiseta. Las lágrimas de la tristeza por la justa derrota en el campo de juego, no pueden ni deben mojar la impactante escena de ese pueblo sabalero que hizo abrir la boca de admiración a toda Sudamérica.
(Enviado Especial a Asunción del Paraguay)
Frente alta, cuerpo erguido, pecho henchido, voz firme, paso seguro… No importa que el alma esté rota por un rato y el corazón hecho añicos… No importa… Grítenle a todos que el corazón tiene razones que la propia razón no entiende. Muéstrenle a sus hijos y a sus nietos la foto aérea de Fernando Nicola minutos antes de empezar el partido. Díganle que no es la cancha de Colón. Explíquenle que es un estadio ubicado en otro país, a casi 1.000 kilómetros y al que le llaman “La Nueva Olla”. Déjenle en claro que la llenaron, que poblaron las calles de Asunción del Paraguay, que se fueron hasta en bicicleta, que vendieron lo poco que podían vender para juntar los mangos necesarios, que quizás no comieron, que se mojaron, que brindaron un espectáculo supremo, único, inédito para la Argentina. Díganle que lo compararon con un grande como Racing y en un partido, el de ellos, por una final del mundo; y aclárenle también que le ganaron, que fueron más hinchas de Colón en Paraguay que los de Racing en Uruguay, aquella tarde del partido decisivo ante el Celtic. Por si alguno les pregunta.
Muestren esa foto y díganle que ustedes estuvieron ahí. Y pídanle algo: que a esa foto y a esas palabras las vayan transmitiendo de generación en generación, como hicieron sus padres o sus abuelos con ustedes, porque ellos, desde el cielo, los acompañaron, los guiaron, estuvieron ahí, en sus almas, en sus corazones, gritaron por Colón como ustedes y les secaron las lágrimas en la derrota. Fue así, esas lágrimas no las secaron ni sus propias manos, ni el viento, ni algún pañuelo que haya quedado inmune milagrosamente al temporal; a esas lágrimas las secaron esos padres o abuelos que allá en el cielo miraban el espectáculo colosal, fantástico, impactante, deslumbrante que hizo abrir la boca de admiración, respeto, emoción y reconocimiento a Sudamérica y al mundo también. Ellos bajaron por un instante, volvieron a besar sus frentes, secaron sus lágrimas y, aunque ustedes no se hayan dado cuenta, volvieron a decirles: “Te amo”.
Díganle que la herencia que les van a dejar puede ser mínima desde lo material, pero enorme desde el sentimiento. Díganle que en esa foto están ustedes y que en esa foto está todo. Explíquenle que hay que querer así, sin barreras y sin reproches; sin límites, a corazón abierto, aunque hoy les duela en el alma.
Explíquenle a ellos que en la cancha hubo un equipo que hizo lo que pudo ante otro que fue superior y que le ganó bien. Que justamente el destino quiso que el más querido, el más amado, el que venía al galope en búsqueda de ese sitial de honor exclusivamente reservado a elegidos como el genio de Cococho Alvarez, la Chiva Di Meola, el Loco González o el inconmensurable Bichi Fuertes, justamente él, ese muchacho que nació tan humilde como muchísimos de esos que llenaron de pasión a La Nueva Olla, tuvo la desdicha de que le pase lo que nunca pasó: marró un penal en un momento clave del partido, que le podría haber dado la chance del milagro.
Respiren hondo, bien profundo, no dejen que las lágrimas y la emoción les corten la garganta; y sigan. Díganle que hubo gente que pidió días en el trabajo pero que hubo otros que se escaparon, que dejaron todo, que no les importó nada. Ellos querían sólo una cosa: dar la vuelta. Era una ilusión que no sabía de cuestiones futboleras, de análisis sesudos, de realidades de juego que no se querían ver.
Y sigan: cuéntenle que la gente explotó y lloraba cuando Los Palmeras arrancaron con ese “No hace falta que me digan que soy raza…”. Y que también lloraron cuando el permisivo Raphael Claus (estricto al principio y muy amplio en el límite de la paciencia cuando los jugadores de Independiente se dedicaron a hablar y a hacer tiempo, además de jugar) pitó el final. Pero que encontraron, también espontáneamente, una reacción correspondida con los dictados del corazón: el aplauso del reconocimiento para esos jugadores que en la cancha hicieron lo que pudieron y dejaron todo. En el dolor de la derrota, afloró el orgullo de saber que hay un mañana, que nada se terminó con el silbato final de Claus, que lo del sábado debe ser un tropezón para volver a levantarse, como ya el sufrido Colón lo hizo tantas veces y lo seguirá haciendo. Ningún hincha de Colón huirá de su sentimiento, lo sacará relucir todas las veces que necesite aunque la derrota les duela en lo más profundo del alma.
Muestren esa foto de La Nueva Olla. Inflen el pecho, liberen el dolor que tienen en el alma y déjense llevar por el orgullo que les hace explotar el corazón. Díganle a sus hijos y a sus nietos que estuvieron allí, que asombraron al mundo, que nadie podrá olvidarse fácilmente de este 9 de noviembre, que fue lo más grande que se vio en 114 años de vida, que superaron a la gesta histórica de Córdoba de hace 26 años y que se movilizaron por una pasión que no les da de comer pero que les llena el corazón.
Díganle que Colón perdió la Sudamericana en la cancha pero que ganó la del Mundo en las tribunas. Y que ustedes fueron uno más dentro de esa multitud. Y que ahora vuelven a casa a decirles que en esa foto está la mejor herencia, para que ellos la transmitan de generación en generación, como hicieron sus padres y sus abuelos con ustedes, que desde el cielo los acompañaron con el grito de los que ya están en el silencio eterno, que les secaron las lágrimas en La Nueva Olla aunque ustedes no se hayan dado cuenta y que hoy les están pidiendo -¡ordenando!- que cuiden para todos los tiempos y generaciones, esa pasión que no tiene límites ni sabe de derrotas.