Hace unos días, charlando con el presidente de River de Montevideo y preguntándoles por aquellos jugadores famosos que tuvieron algún paso importante o que iniciaron su carrera en River de Uruguay, mencionaba a varios de renombre como el caso de Fernando Morena, de Juan Ramón Carrasco -que fue entrenador del equipo que mejor fútbol desplegó con la rojiblanca de River- y a Canobbio, entre otros. Pero hay un nombre en común -teóricamente el único- que identifica a los dos equipos que el martes a las 19.15, en el mítico estadio Centenario, se medirán por la Sudamericana. Y es el de Waldemar Victorino.
Para dejar algo en claro: Victorino es uno de los delanteros más importantes de la historia del fútbol uruguayo. Fue campeón del mundo con Nacional en 1980, luego de ganar la Libertadores y también fue campeón del Mundialito con la selección uruguaya, en aquel torneo que tuvo lugar en Brasil y en el que participaron las selecciones que habían sido campeonas del mundo. Es decir, tiene logros que lo acreditan, más allá de que su carrera en el fútbol no haya tenido la trascendencia de otros delanteros uruguayos que llegaron, por ejemplo, a jugar en Europa con gran suceso (Victorino jugó apenas un año en el Cágliari de Italia).
Pero ese año, 1980, fue fulminante en la carrera de Victorino, ya que, además de ganar los títulos mencionados, fue goleador del torneo uruguayo, goleador de la Copa Libertadores, goleador del Mundialito y mejor jugador y goleador de la Intercontinental que Nacional obtuvo luego de derrotar al Nottingham Forest de Inglaterra por 1 a 0 con gol de Victorino, precisamente.
En River jugó a mediados de la década del 70 y diez años después, con 33 años, llegó a Santa Fe de la mano de Federico Sacchi, formando parte de un plantel de Colón que se armó con muchas estrellas y un gran esfuerzo económico que en aquel momento hizo el presidente sabalero, Joaquín Peirotén, intentando lo que se le venía negando a Colón: el ascenso a Primera.
Así llegaron Carnevali, Puentedura, Roma, Lazlo, Belén, Acosta Silva, el Negro Alegre, Héctor López, Zavagno y Victorino, entre otros. No sólo no anduvo bien Victorino sino que tampoco anduvo bien el equipo. Fue escasísimo el poderío de gol que mostró por aquél entonces, un hombre acostumbrado precisamente a codearse con el gol. Lejos había quedado esa chapa de prestigio que traía desde 1980. Había jugado un año en Newell’s y tampoco le fueron bien las cosas. Evidentemente, su adaptación al fútbol argentino ni siquiera tardó: directamente no llegó.
Waldemar Victorino formó parte de una delantera que, por aquel entonces, soñó Federico Sacchi -otrora defensor de galera y bastón de Racing y la selección nacional- con Héctor López (venía de ascender con San Lorenzo y Gimnasia, convertido casi en un “amuleto de la suerte”) y Claudio Mir, que se había destacado muchísimo el año anterior, siendo goleador del torneo y aprovechando la calidad y la pegada del gran Cococho Alvarez, que en 1984 llegó a Santa Fe otra vez para terminar su carrera profesional en Colón.
Fue un fracaso aquella temporada por toda la expectativa que se creó. Y se redobló la apuesta en el primer semestre del año siguiente, cuando de la mano del “Conejo” Tarabini y con el respaldo de un jugador de gran categoría como Omar Palma, se intentó también lo que no se dio. Pero esto forma parte de aquella historia que mezclaba esos fracasos deportivos con la grandeza de la gente de Colón, que a pesar de esas frustraciones no dejaba de llenar la cancha y de demostrar su cariño incondicional por el club.
Waldemar Victorino es el hombre en común que la historia de River de Uruguay y Colón pueden mostrar. Parece una rareza si se tiene en cuenta el apego y la incidencia que los uruguayos, históricamente, tuvieron en Colón.
Desde tiempos casi inmemoriales, la garra charrúa llegó a Santa Fe para echar raíces, para destacarse y para dejar su impronta. Y varios de esos uruguayos se quedaron a vivir en Santa Fe y seguramente lo harán hasta el último de sus días, como ocurre con Orlando Medina, por ejemplo. Victorino tuvo un paso fugaz, para muchos imperceptible y para otros con sabor a defraudación deportiva. No es para menos. Vino a Santa Fe con una chapa tremenda. Todos los ojos se posaron en él y el sueño fue que se cansara de gritar goles. Eso no ocurrió.