Domingo 2.2.2020
/Última actualización 11:09
El libreto estaba clarito y daba resultados. Duró 36 minutos, ni uno más ni uno menos. Hasta ese momento, Unión lo tenía totalmente controlado a Estudiantes. Mucho orden para retroceder, espacios que se achicaban del medio hacia atrás y sólo un poco de zozobra cuando encaraba Diego García por el sector de Blasi. Algo ínfimo si se tiene en cuenta que en todo lo demás, Unión mostraba una solidez que lo iba convirtiendo en confiable y seguro. No podía fallar en nada. Y está claro que el límite, era el gol de Estudiantes. Es decir, Unión necesitaba aguantar el arco en cero. Pero lo hacía con solidez y convicción, sabiendo que si el rival –como ocurrió- manejaba la pelota a cincuenta metros de Moyano, no había motivos de qué preocuparse.
Así fue hasta el gol de Cuateruccio, que arrancó en una jugada de pelota quieta. Fue uno de esos “pequeños detalles” que tanto mencionan los árbitros para explicar y justificar alguna victoria o derrota cuando el partido es parejo o chato. Este lo era. En los dos conceptos. Pero las pelotas quietas sirven para definir partidos y fue lo que pasó cuando en un tiro libre que todos suponían que la pelota iba a caer llovida al punto del penal, la “picaron” bien por arriba de la barrera, apareció un hombre para puntearla ante la salida de Moyano y tras el rebote en el arquero, Cauteruccio no perdonó. Esa jugada fue el detonante para que muchas cosas cambiaran en el partido.
Pero ese primer gol, lapidario para el planteo inicial y para la estrategia elaborada por Madelón, no fue el único golpe. Después llegó otro gol de Cauteruccio en el comienzo del segundo tiempo y cuando un zurdazo violento de Méndez le había dado aire e ilusión a Unión, cayó el último eslabón que faltaba: expulsión, penal en la jugada siguiente y el tercero de Estudiantes, que ni siquiera tuvo tiempo de sufrir un poco después del descuento tatengue.
Pero más allá de esos dos aspectos para resaltar: 1) la estrategia que no admitía ninguna falla defensiva; y 2) el orden que el equipo mostraba cuando retrocedía y le achicaba los espacios entre el área grande y la mitad de la cancha, Unión tenía algo que no pudo solucionar en casi todo el partido: la falta de fútbol, la escasez de variantes, el poco juego y respeto que se tuvo en el manejo de la pelota.
Unión ha perdido fútbol. Eso se nota, es fácil de advertir y debe ser un tema a solucionar. Hay dos maneras: esperando que el equipo tenga las variantes individuales que se necesitan para que ese aspecto del juego (vital) se modifique, o bien cambiar la estrategia y no esperar que la pulcritud y precisión con la pelota se convierta en un aliado del equipo.
Sin Acevedo y ya habiendo perdido resortes muy importantes como las sociedades que se armaban por los laterales que no están más, porque tampoco están la mayoría delos jugadores que integraban aquellos equipos de Unión con mucho más juego que el actual, cuesta que el equipo brinde una imagen de protagonismo y tratamiento sostenido de la pelota. No ayuda que se tiren pelotazos desde atrás ni tampoco ayuda que los delanteros estén constantemente preparados para jugar de espaldas y recibiendo envíos largos desde el fondo que los condena a jugar mucho de espaldas y con los defensores rivales respirándoles en la nuca.
Con Mascherano siendo un inteligente iniciador del juego, algunos chispazos de Gastón Fernández, la polenta y capacidad innata de gol que tiene Cauteruccio más los desbordes, sobre todo en el primer tiempo, de Diego García en un mano a mano “rabioso” con Blasi, Estudiantes fue construyendo la victoria y el matiz de justicia fue llegando después del primer gol, cuando el partido cambió, se hizo más abierto y la misma confianza que había generado el gol de apertura le daba, a Estudiantes, todas las chances de manejar el juego, algo que no ocurría hasta el primero de Cuateruccio.
Es decir, Estudiantes ganó bien, pero justificó el triunfo a partir de la fortuna de haber convertido el primer gol cuando no acumulaba méritos suficientes y Unión le ganaba esa “batalla táctica y estratégica” que se había planteado el cuerpo técnico de Madelón. Ese fue el momento en el que se abrieron espacios y puertas que antes estaban totalmente cerradas. Y ni siquiera alcanzó con ese descuento de Méndez que parecía complicar la victoria del “Pincha” y generaba dudas y zozobras en ese público que concurrió con toda la ilusión que genera la nueva casa.
En la derrota, el acostumbramiento al 4-4-2 hizo que Madelón buscara variantes a partir de los nombres y no de los esquemas. Es decir, perdiendo 2 a 0, no se enloqueció agregando delanteros o cambiando el sistema, sino que puso gente fresca para jugar en los mismos lugares de los que salían, pero quizás con la frescura y las piernas que sus reemplazados ya no tenían. Conclusión: el final del partido dejó un sabor amargo no sólo por perder, sino por el desenlace final. De todos modos y más allá de cualquier reclamo, nadie pude objetar que Estudiantes fue más y que el plan de Unión tenía un límite que no se debía cruzar: el de mantener el cero en su arco siempre.