Sábado 11.7.2020
/Última actualización 20:13
“Esto no lo conté nunca”, arranca Leopoldo Luque del otro lado del teléfono y después de más de una hora de entrevista. “Al principio no dije nada por miedo, andá a saber, si estos loquitos me reconocen, saben dónde vivo, me vienen a buscar. Después fue pasando el tiempo y, qué se yo, lo tenía ahí como una cosa más. Pero me da bronca cuando dicen que salimos campeones gracias a la dictadura. Dicen que andábamos con los milicos y a mí los milicos me secuestraron, me robaron y no me mataron de milagro. Ya te digo: cuando empecé a caminar y a encarar para el descampado, en mi cabeza solo esperaba el sonido del disparo, el “¡Puum!” que me matara”.
Año 1979. Estadio Monumental. Allí estaba otra vez Leopoldo Jacinto Luque. Dice que era un día de semana, cree que miércoles. Y que el entrenador de River, Ángel Labruna, había decidido cuidarlo para el domingo.
“Fui a la cancha a ver al equipo, a mis compañeros. Era un partido de noche. Me acuerdo de que adentro me encontré con unos amigos, vimos el partido y cuando terminó, me despedí de ellos y fui a buscar mi coche. Yo en ese entonces vivía por Martínez. Iba solo. Agarré la avenida esa que es la continuación de Cabildo y ya cuando estaba cerca de mi casa y tenía que doblar, veía por el retrovisor que tenía un auto bastante cerca. Yo veía que aceleraba fuerte y se me pegaba”.
El 9 de River y una de las figuras de la reciente consagración argentina en el Mundial empezó a manejar con miedo hacia su casa. Dobló, salió de la avenida, estaba a 6, 7 cuadras de su destino. El auto que venía atrás también dobló en la misma dirección. Entonces él decidió dejarlo pasar. Se corrió hacia un costado en la bocacalle y cedió el paso. Ahí se invirtieron los roles y Luque quedó atrás. A la cuadra siguiente, el auto que lo había pasado se detuvo abruptamente. Y empezó el terror.
“Veo que se baja un tipo corriendo. En una mano levantaba una chapa de Policía y en la otra tenía una pistola. Se me acerca y me pide los documentos. Yo le dije que sí, que se los daba. No entendía nada. Los tenía en la guantera, dentro de un sobre. Y el tipo me amenaza: “Quedate quieto porque te arranco la cabeza de un tiro”. En ese momento, otra persona entró por el asiento del acompañante, abrió la guantera, agarró todos los papeles que tenía y se me sentó al lado”.
Había un auto más en la escena. Luque no lo había advertido pero estaba acompañando a los secuestradores. El futbolista viajó acostado en el asiento de atrás de su vehículo con dos asaltantes que lo llevaban sin rumbo cierto. Uno manejaba; el otro lo mantenía quieto y lo apuntaba con la culata de su arma.
“Yo estaba acostado atrás y lo único que veía era el reflejo de la luz de afuera. Hasta que quedó todo oscuro. Se habían metido por el medio de un campo, era una cosa terrible. El que me apuntaba, me decía: “no levantes la cabeza porque te la vuelo”. Hasta que en un momento indican: “Ahora bajate”. Y me bajé. Recién ahí me di cuenta de que estaba el otro auto que los acompañaba”.
—Caminá—, fue la orden; y Luque encaró hacia el lado iluminado, hacia la Panamericana.
—No, para el otro lado —le retrucaron enseguida—. No te hagas el pícaro.
“Y me fui caminando por el descampado. En ese momento apreté los dientes. Sentía que iba a venir el disparo, que iba a ser boleta. Caminé, caminé, había yuyos. Hasta que siento que se va un auto; me doy vuelta y era el mío. Y me quede ahí. Respiré”. Pasado el shock volvió a caminar hacia la Panamericana. No había manera de comunicarse con su mujer que lo estaba esperando en su casa y ya debía estar preocupada por la demora. Además del auto, le habían robado plata, una cadenita y un anillo. El primer lugar abierto que encontró “era un piringundín, un cabaret”. Pidió ayuda, explicó que lo habían asaltado, dijo si por favor podían llamar a un taxi que lo llevara a la comisaría. “Y me dijeron que no, que no querían tener problema con la Policía”. Volvió a la ruta. Les empezó a hacer señas a los autos que pasaban hasta que uno frenó.
—¿Vos no sos Leopoldo Luque?—, preguntó el conductor con miedo y sorpresa. Y lo llevó hasta la casa. Donde arrancó la segunda parte de esta historia. “Justo tenía una comisaria a tres cuadras de casa así que fui a hacer la denuncia. Me trataron muy bien porque me reconocieron”, recuerda el ex delantero.
—¿Te apuntaron con un arma como esta? —preguntó el comisario y apoyó una pistola sobre el mostrador.
—Qué se yo. No conozco de armas, nunca tuve una. El comisario dominaba la escena como si ya la hubiera visto. Para sorpresa de Luque, llamó a otro policía que estaba adentro y lo puso frente al futbolista.
—Mirá, vení. ¿Los que te asaltaron tenían el pelo así como él?
—Sí. Pero, ¿cuál es el tema?
—Bueno, ahí está. Son policías o militares…
Dos meses después del secuestro, estaba concentrado junto con sus compañeros de la Selección en la quinta de José C. Paz, allí donde se forjó el primer campeón mundial de la mano de César Luis Menotti. Se preparaban para realizar una gira por Europa. Era el mediodía, estaban entrenándose, cuando un patrullero estacionó en la puerta y un oficial pidió hablar con Luque.
—Creemos que encontramos el auto, tiene que acompañarnos a la comisaría.
“Yo ya no quería saber más nada —recuerda—. Me obligaron a ir y dijeron que había algunos sospechosos de haber sido quienes me asaltaron. Tuve que hacer el reconocimiento por una mirilla. Yo los veía, pero ellos no me veían a mí. Hasta que en un momento, cuando van rotando a uno de los sospechosos, lo ponen de perfil y me doy cuenta de que sí, era él. Y era un milico. Pero no dije nada. No sé, me dio miedo, pensé que sería peor”.
Archivo El Litoral Una tarde de Unión-Boca, en 1981, cuando ese equipo del Tate marca el registro único de ganarle a Diego Armando Maradona en el estadio 15 de Abril. Una foto para la historia.Una tarde de Unión-Boca, en 1981, cuando ese equipo del Tate marca el registro único de ganarle a Diego Armando Maradona en el estadio 15 de Abril. Una foto para la historia. Foto: Archivo El Litoral
“Se pusieron a armar la ametralladora”
A 42 años del Mundial 78, que se celebró en medio del sangriento proceso dictatorial que sufrió la Argentina. “Nosotros no nos enteramos de nada”, dice Luque.Con el tiempo supimos que tiraban los cuerpos al agua, que secuestraban niños, que mataban, que torturaban. Pero como hacían eso también tenían todo controlado. No es que no lo sabíamos nosotros, no se decía nada, no lo sabía nadie”, agrega.
—¿En algún momento durante el Mundial tuvieron indicios de lo que pasaba?
—Una vez sola. En el micro en que nos movíamos, siempre venían con nosotros tres oficiales del Ejército. Iban vestidos como jugadores, se sentaba uno adelante, otro en el medio y otro atrás. El micro tenía una radio Motorola y por ahí recibían las órdenes estos policías. El día del debut, cuando estamos yendo a la cancha, se escucha un ruido en la radio. Se mete una voz que dice: “Muchachos, a los jugadores les hablo. No jueguen, no se dejen usar por estas basuras, están matando gente”. Y enseguida salta uno de estos tipos y dice: “Apague esto por favor”. Me acuerdo que se hizo un silencio temeroso. Y pensábamos por dentro: “La puta, ¿qué estamos haciendo?‘. ¿Y a quién le creés? ¿Qué es lo que pasa?
—Habían interferido la señal para darles un mensaje.
—Claro. Y enseguida los milicos la apagaron. Después pusimos música y seguimos. Me acuerdo que al principio esos policías que iban en el micro llevaban una especie de valijita; una vez la abrieron y se pusieron a armar la ametralladora chiquitita esa que llevaban, como si nada. Hasta que Menotti los paró. Les dijo: “¿Qué te parece si la armás en otro lado? Nosotros vamos a jugar al fútbol, no vamos a la guerra”.
“Fuimos con River de gira a Barcelona y hacía poquito que había terminado el Mundial. Un día estábamos en el hotel y vimos que bajaban unas personas. “Ehh, argentinos”, dicen. Eran Horacio Guarany, Piero y Marilina Ross. Yo a Guarany lo conocía de Santa Fe, es de Alto Verde, un pueblo en el que son todos pescadores. Y bueno, nos invitó a su habitación a tomar algo. Y ahí nos contó cómo era todo. Nos dijo que ellos estaban exiliados, que un día les dijeron que les daban 24 horas para que desaparecieran porque si no iban a desaparecer de verdad”.
Leopoldo Luque - Campeón Argentina ‘78
“Lo de Bilardo es trampa”
“A la Selección del 78 no la valoraron”, sentencia Luque. ¿Pero sabés qué es lo más feo? Una cosa es si habla mal de vos un extranjero, un chileno, un brasileño, un uruguayo; pero a nosotros el que nos tiró en contra y mal fue Bilardo. Lo hizo para minimizar nuestro logro y agrandar el de ellos. Bilardo habló de soborno (por el 6-0 a Perú en el 78). Qué mierda vamos a sobornar nosotros. No teníamos ni contacto”.
—Sigue la bronca con Bilardo, entonces...
—Un día me lo encontré y le dije: “Mirá si vamos a un programa de televisión y decimos las cosas que sabemos el uno del otro”. Si yo voy y cuento que en un River-Estudiantes terminé con toda la espalda, la pierna y la cola lastimadas porque mandó a un defensor a pincharme todo el partido con un alfiler. Eso es trampa. O lo que hacía con los bidones. Mucho antes del bidón de Branco, eh. En el 75, los aguateros de Estudiantes tenían dos tipos de bidones, los celestes y los blancos.
Cuando entraban a atender a un jugador, desparramaban los bidones en la cancha. Si tomabas del blanco, a los 15, 20 minutos te dormías. Una vez vinieron a jugar contra River en la cancha de Vélez. Mostaza Merlo, que ya sabía cómo era la cosa, les daba un voleo a los bidones.