Por Enrique Cruz (h) - Enviado especial a Barranquilla, Colombia
Siguen los ecos de lo que pasó el jueves toda orquesta, con siete jugadores surgidos del club (más Portillo y sin contar a Zenón, que ya había salido) en cancha.
Por Enrique Cruz (h) - Enviado especial a Barranquilla, Colombia
“Todos me dicen que hicimos historia, la realidad es que no caimos todavía” (Kevin Zenón). “No hicimos historia, este es el principio de la historia” (Santiago Mele). “Cuando llegué a Unión, de lo único que me hablaban era de sumar puntitos para salvarse del descenso, y mirá ahora adónde estamos y qué hicimos” (Claudio Corvalán).
Hay que tratar de ser justos y dimensionar todo. El hincha se va a quedar seguramente con los clásicos del ’89; algunos memoriosos se remontarán al 4 a 3 con Newell’s en cancha de San Lorenzo, la noche que Unión perdía 3 a 0 y lo dio vuelta; otros irán aún más atrás en el tiempo para recordar el batacazo contra River en el ’67, cuando el gol de Julio César Fernández a Amadeo Carrizo dio la gran sorpresa de un Unión recién ascendido, venciendo a un River que ya iba por los 10 años sin títulos; otros se irán al 4 a 0 en la Bombonera a un Boca con suplentes, pero que días después ganaba la Libertadores y enseguida la Intercontinental en el 78, o al 3 a 0 a un Talleres plagado de figuras en el 79, con una actuación estupenda.
La historia se va escribiendo a medida que los hechos van pasando y ojalá que esta noche mágica, increíble, inesperada para muchos, tan brillante y emotiva del jueves, no sea un mojón irrepetible sino que se convierta en un eslabón más de una cadena que siga nutriendo de alegrías a la gente de Unión.
Recuerdo una larga charla en Río de Janeiro, con Gustavo Munúa, cuando su equipo estaba en el medio de ese frenesí de partidos que lo llevó a tambalear y a acumular cinco derrotas consecutivas en la Copa de la Liga. El técnico se sentía víctima del sistema. Razones no le faltaban. Seguidilla interminable de partidos, lesiones que complicaban el nivel de un plantel corto y joven, un grupo en la Sudamericana sumamente complicado, con dos equipos de historia, jerarquía y presupuesto incomparable con el de Unión.
Munúa planteaba cuestiones que podían sonar a excusas pero que, en realidad, no lo eran. Hasta llegó a hablar del horario de los partidos, entendiendo que un equipo dinámico, explosivo, de rigor físico como el suyo, emparejaba potenciales con sus rivales si es que tenía que jugar en horarios más incómodos, como el de la siesta. La gran incógnita era saber si había un “plan B” para cambiar sobre la marcha cuando el rival le planteaba la incomodidad de jugar a algo que el equipo no estaba acostumbrado a hacer. Lo hablaba con Munúa y él se empecinaba en que se entienda que todo proceso tiene dificultades y que en eso estaba, en tratar de inculcarle a esos jugadores que estaban haciendo “camino al andar”, que para llegar a la rosa, antes hay que soportar las espinas y que no duelan.
Este plantel tuvo pruebas de carácter que pudo superar. Una de ellas fue allí, en el Maracaná (jugando bien, pero dependiendo de un penal atajado por Mele en tiempo de descuento). La segunda fue en el 15 de Abril, contra un Fluminense empecinado en robarle la pelota, en dormir el partido y no atacarlo nunca. Pero la última, la del jueves, era la parada brava. Más de 25 mil personas en la cancha, algunos jugadores con sueldos siderales, un presupuesto incomparable con el de Unión, 5 títulos nacionales y más de 20 participaciones en copas internacionales más toda una ciudad (la cuarta del país en población) detrás de Junior. Y allí, Unión no sólo estuvo a la altura de las circunstancias, sino que brilló en casi todos los aspectos. Volvió a ser el equipo físicamente irreprochable, tuvo un orden táctico encomiable y pegó fuerte y duro en los momentos justos del partido, logrando una eficacia infrecuente en los últimos tiempos.
“Los reflectores se irán con Boca. O, incluso, con la insólita eliminación de Racing. Pero la tapa del jueves es para Unión, que se trajo de Colombia la clasificación a octavos de final de la Sudamericana tras un contundente 4 a 0 a Junior. Aplausos para el Tatengue. El de hoy es un partido para guardar en las retinas. E las manos del arquero al gol de Alvez o el de Zenón. Me gusta mucho el fútbol que propone Munúa. Y hablemos de la manera en que lo logró. Con sus armas, con su fútbol. La llegada de Munúa fue un acierto. Igual que la titularidad de Mele. Creo también que Alvez le dará más alegrías al equipo. ”, escribió en su red social el colega Alejandro Casar González, con una visión externa que no sólo es regocijante (mucho más viniendo de un periodista capitalino) sino que le da un marco justo a una actuación que fue excelente desde el lugar que se la mire.
Si la gente de Unión no olvida aquél 4 a 3 con Newell’s en el Viejo Gasómetro de avenida La Plata, un frio sábado a la noche en el que también peleaba Monzón en el Luna Park, la pregunta es: ¿se podrá olvidar esto que pasó el 26 de mayo en la calurosa y húmeda Barranquilla?. Suena a imposible. Son esos partidos que el tiempo no borrará y que la memoria traerá al recuerdo inmediato, convirtiéndolo en algo que nadie dejará morir.
En la perspectiva inmediata, sirve para crecer y creer. Cuando se fue González, todos nos preguntábamos si se iba a extrañar; Zenón se está encargando de cubrir muy bien su ausencia, con un nivel y una categoría que no parece –ni debiera- tener techo. Pero lo reconfortante y valioso, lo que no debe dejarse de lado, es que Unión consigue este triunfo que se ubica a la altura (o por encima) de los partidos más trascendentes e inolvidables, con un equipo que termina jugando con Vera, Brítez, Calderón, Machuca, Esquivel, Nardoni y Gallegos. Y hasta se podría sumar a Portillo, que terminó de moldearse cuando llegó a Santa Fe desde Misiones para integrarse a la reserva (paso previo al repentino y lógico salto a la Primera). Más Zenón, que metió un golazo y fue otro de los puntos altos en el rendimiento. Jugadores con un alto sentido de pertenencia y hambre de gloria, como lo dijo Munúa cuando todavía estaba “calentito” el delirio por la victoria, casi tanto como la temperatura ambiente en el Metropolitano barranquillero.