Enrique Cruz (h)
Su papá habló del homenaje de los excompañeros de su hijo y el conmovedor aplauso de la gente justo en el día de la consagración de Lanús.
Enrique Cruz (h)
El sábado se cumplieron diez meses de su muerte y ayer fue su cumpleaños. Parece que la presencia espiritual de Diego Barisone en este mundo no se va a terminar jamás. Hace diez meses que no está físicamente, pero permanece en el recuerdo, en el afecto, en el cariño sin límites de un plantel que salió campeón. Diego Barisone hubiese sido campeón ayer, en vida, pero lo es igual. El propio Aguirre lo dijo después del partido: “Diego hubiese sido un guerrero más adentro de la cancha”. Y ante semejantes muestras de cariño, El Litoral quiso saber qué pensaba Gerardo, su padre, en un momento de su vida que cada día se endurece y se complica más, porque parece que el tiempo —lejos de menguar el dolor— no corrige los efectos de una pérdida que es irreparable.
Gerardo Barisone no estuvo en la cancha de River ayer. Pero habló de todo lo que vivió y contó todo desde la emoción de padre herido por un dolor que no cesa.
—¿Qué sentiste cuando viste todo eso Gerardo?
—Increíble, el mundo Lanús es increíble. Hace unos quince días me llamaron Braghieri y el Bicho Aguirre y me dijeron que iban a hacer la camiseta. Después organizaron ese aplauso en el minuto 15. Yo no lo podía creer. Esto es lo único que nos calma. Son esas caricias que me levantan un poco en medio de tanto dolor que no tiene ninguna explicación ni consuelo.
—¿Te lo esperabas?
—Sí, porque no se olvidan nunca de nosotros. Yo tengo buena relación, tanto con los dirigentes anteriores como con los que están, que muchos de ellos son de la época anterior. A Nicolás Russo lo conozco de la época de Malvicino. Me invitaron a ir a la cancha. El sábado se cumplió el aniversario de la muerte de Diego y me llamaron. No tengo ni encuentro palabras de agradecimiento para tantos gestos. No sé si es para conmigo y la familia, pero lo que tengo claro es que armó todo él. Diego es el responsable único de todo lo que me devuelve la gente. Y ya se están organizando para cuando se cumpla el año, es increíble.
—Igual que acá en Santa Fe, me imagino...
—Es una cosa de locos. El otro día me llamó un hincha fanático para decirme que quieren pintar un mural en uno de los paredones del club. Me encuentro a diario con la gente, en el centro, me invitan a tomar un café simplemente para charlar un rato. Cuando voy al cementerio no hay un solo día que alguien se acerque para conversar conmigo o simplemente para saludarme. Me está costando mucho ir a los partidos, tanto de Lanús como de Unión. Hace bastante que no voy.
—No encuentran consuelo...
—Es que aparte de los problemas que tenemos todos, en la diaria, acá en casa estamos con tratamientos. La única explicación es la que te dan los sacerdotes, para quienes somos creyentes, sobre la resurrección. Y así estamos, esperando el momento de partir para reencontrarnos con él.
—¿Conocés al cuerpo técnico actual de Lanús?
—A Almirón y a Pablo Ricchetti no los conocía y un día, antes de la culminación del último torneo, los vi y se presentaron. Estaban en un palco cercano al que yo estaba. Me invitaron a cenar porque querían charlar conmigo. Y me sorprende también los compañeros nuevos de Diego, como Mouche, Gómez, Marcone, porque ellos no compartieron el plantel con él y actúan como si se conocieran desde hace 50 años. Sand lo conoce de Argentinos pero estuvo poco tiempo. Y el resto, sólo siete meses.
—Imagino que te sorprende que en tan poco tiempo haya entrado tan profundamente en el corazón de sus compañeros, ¿no?
—La verdad que sí y mucho. Velázquez, Araujo, Fritzler, me llaman a menudo. Y todo eso lo hizo él. Yo lo acompañé, iba a las concentraciones, pero el hacedor de todo fue él... No sé de dónde sacó tantos amigos este chico...
—Puro orgullo en medio de tanto dolor, ¿no?