La historia es cíclica, tiene a repetirse. No es nuevo que Unión esté dividido y que la realidad se muestre muy lejana a lo que su propio nombre -Unión- lo indica. En otros tiempos hubieron situaciones similares. Basta con recordar aquéllos feroces enfrentamientos entre las dos agrupaciones mayoritarias que existían en el club, como eran la Agrupación Rojiblanca y la Agrupación Arriba Unión. De un lado, enormes dirigentes como Corral, Baldi, Veglia y Tenerello, entre otros; por el otro, Malvicino, Capello, Ulla y Flamini, también entre muchos otros.
Algo los distinguía, a ellos y a los que se fueron sumando con el paso del tiempo y encumbrándose, como Juan Vega, Jorge Molina o Marcelo Martín: cuando las "papas quemaban", cuando el club estaba al borde del incendio o ardiéndose en llamas, aparecían todos. Las diferencias no se zanjaban. Malvicino nunca les iba a perdonar cuando le hicieron la "carpa" en pleno gobierno suyo a principios de la década del 80; tampoco del otro lado le iban a perdonar -a él y a su grupo- cosas que dijo o que hizo. Pero se sentaban en una mesa porque Unión los necesitaba. Dejaban las diferencias de lado y, si era necesario, "pelaban" billeteras para acudir en salvación de su querida institución. Unión estaba por encima de todo y de todos. Como debió ser siempre, también hoy.
Ese, el de acudir como salvadores del club, es otro tema que, de una buena vez, se debería terminar en Unión: la dependencia de la billetera. Fue una frase que acuñó don Angel. Una vez, haciendo una entrevista con él, me dijo: "¿sabés cómo se maneja un club?". Y se dio vuelta, abrió un cajón y sacó dos o tres chequeras. Todas a nombre de él, no de Unión que, por aquél entonces, tenía sus cuentas cerradas. Sirve para la coyuntura, pero no como una forma de gobierno, como un estilo de conducción o como una condición necesaria e imprescindible para llega al gobierno del club. Termina pasando lo que está pasando ahora, donde la deuda de Unión con su presidente se ha convertido en una "Cuestión de Estado".
Luis Spahn deberá entender que la arrogancia, la soberbia y en muchos casos el cinismo con el que se manifiesta, se termina convirtiendo en mala consejera. Divide aguas y exaspera a quiénes se sienten aludidos. No es bueno, mucho más cuando se administran pasiones.
El problema, en el fondo, no es el balance. Quizás haya cuestionamientos técnicos que, seguramente, serán explicados claramente y de forma incuestionable por aquéllos que lo confeccionaron y lo supervisaron. Y en la próxima asamblea seguramente se lo aprobarán porque, en el fondo, todos entienden que el club necesita tener sus balances aprobados. El problema es la permanente búsqueda de enemigos, la victimización, la reticencia a la rendición de explicaciones que a veces el socio reclama.
Como pasó en otros tiempos, y nunca significó un cogobierno, Spahn debería convocar a los distintos sectores a un diálogo pacífico, sin gritos, insultos y la falta de respeto que él mismo sufrió en la acalorada asamblea del lunes. Explicar lo que haya que explicar y nutrirse de ideas, bajar al llano y escuchar al socio. Spahn no tiene el 80 por ciento de los votos a favor como dijo el otro día, involucrando los logrados por la agrupación que lidera Marcelo Martín y que fue la primera minoría en las elecciones. A Spahn lo votó menos de la mitad (o sea, la mayoría no lo votó) y eso pasó a mitad de año, cuando la situación deportiva era diferente y mucho mejor a la actual. Quizás hoy, con el malhumor creciente, el resultado electoral podría ser aún más negativo para él.
Hubo abusos el lunes, sí. Y mucho descontrol. Pero también hubo espontaneidad del socio. El presidente habló de "agitadores", pero no fue una situación que a él deba pasarle desapercibida. El debe tomar nota del descontento, como también todo el arco político tiene que saber que cuando un club se politiza o cuando se busca la desestabilización y el caos, los resultados pueden ser muy perjudiciales.