Martes 26.4.2022
/Última actualización 14:46
Hay un proyecto futbolístico, pero también hay una ilusión. El proyecto es el de crecer, el de apostar a los jóvenes del club, el de mejorarlos. Munúa lo sabe y lo lleva a cabo. Ya Roberto Battión se encargará en los próximos días de resaltarlo. Pero más allá del proyecto, está la ambición. Y también esta realidad. Si Unión llegó al lugar que llegó y está por jugar en Río de Janeiro, en el Maracaná y ante Fluminense, uno de los grandes del continente, es porque se dieron no uno sino varios pasos adelante. Y por más que el pasado inmediato lo condene –por las tres derrotas al hilo en el torneo local- Unión ha superado las expectativas que hace cinco o seis meses se tenían. Y eso es lo que no se debe dejar de lado ni mucho menos hay que dejar de desconocer.
A horas –o minutos, según en qué momento se estén leyendo estas líneas- de jugar uno de los partidos más trascendentes de su vida futbolística, Unión deja de lado adversidades y frustraciones. Es cierto que el equipo ha perdido esa intensidad que lo identificó; es cierto también que los rivales lo han estudiado y saben cómo jugarle; es verdad que se siente más cómodo en el papel de un equipo contragolpeador y que no le sirve demasiado –al contrario, lo complica- si el rival le da la pelota y el terreno. Son verdades que llevan a una definición que nadie discute: Unión está en un bajón del que deberá recuperarse de inmediato. Y el antídoto o el remedio está acá, en este partido.
Por eso, si de algo uno se convence, es que todos (cuerpo técnico y jugadores) saben que la vuelta de página la tienen en el Maracaná. La gente también. Y por eso, el peregrinar de hinchas de Unión por las amplias veredas de estas playas de Copacabana que se desperezan con la resaca del carnaval postergado, se hizo incesante en estas horas y en las que faltan para que Ostojich dé el pitazo inicial y Unión empiece a jugar los 90 minutos más cotizados en mucho tiempo a esta parte.
Todos saben (incluyo también a los dirigentes) que ganar este partido no sería una victoria más. Sería LA VICTORIA. Y que todos hablarían de Unión, de sus virtudes y de ese encanto reservado para muy pocos de ganar en un estadio con mística y leyenda como pocos. O quizás como ninguno.
Munúa descartó casi de plano a Álvez para arrancar como titular, pero lo tirará a la cancha en los últimos 30 minutos si las circunstancias lo obligan y así aconsejan. A Unión le falta gol. Lo fueron a buscar con Álvez y con Ramos, dos jugadores diferentes. Álvez se las ingenia por sí mismo, no necesita demasiado del resto. Lo demostró. Pero se lesionó. Y Ramos necesita que le den una mano, que lo asistan. Le costó más que al uruguayo. Y también se lesionó. El retorno de ellos puede resultar fundamental, máxime en un momento como éste y ante semejante rival.
El domingo a la noche le preguntaba a Munúa si había lugar para que nos sorprenda como lo hizo en la tardecita de lluvia y sol casi a la par de Santa Cruz de la Sierra. Le salió muy bien. Encontró respuesta en los jugadores, ganó de visitante y pensó que ese partido podía ser bisagra. “Los que entraron rindieron y los que estaban afuera deben haber pensado: ‘No hay que confiarse porque el de afuera me puede quitar el puesto”, dijo Munúa. Con razón. Sin embargo, no hubo envión posible. Llegó la fatídica semana de las tres derrotas al hilo que al técnico lo preocuparon, pero también lo ocuparon y trabajó de inmediato sobre algo que los uruguayos conocen de memoria: la moral y el corazón, la entrega y la valentía, el coraje y el deseo de hacer historia.
Así va a salir Unión al histórico y casi imbatible Maracaná. Lo acompañarán muchos en las tribunas, miles y miles harán fuerza a 2.700 kilómetros y 115 años de historia se podrán definir en una sola noche heroica en caso de obtener la victoria. Entonces, a disfrutarlo. Y que se abra el telón.